Y ya que hablamos de Emalsa, refirámosnos por un momento al magistrado que la armó, Francisco José Gómez Cáceres, autor de las tres últimas sentencias sobre la cuestión, cada cual más chiripitifláutica que la anterior. Les parecerá increíble, pero en los ambientes más cercanos al Poder Judicial, entendido éste como el que viste, calza y toma cañas tras empurar a Garzón en la Villa y Corte, se divulga la creencia de que es precisamente el chiripitiflautismo del magistrado en cuestión lo que más le garantiza en estos momentos su renovación al frente de la presidencia de la Sala de lo Contencioso Administrativo del TSJC. Sus grandes valedores ante el órgano de gobierno de los jueces han esgrimido como gran razón de fortalecimiento de la independencia de poderes lo mal que cabría interpretarse que se apartara de esas máximas dignidades a quien ha recibido todo tipo de críticas y acusaciones por parte del Gobierno de Canarias en razón a la también disparatada sentencia de Tebeto. Nada tenemos contra Gómez Cáceres, pero si de excentricidades se tratara, ¿qué tal el juez mosquetero para presidente del TSJ de Valencia? ¿O la juez de la danza del vientre para portavoz del Poder Judicial?