Hay empresarios que se ganan a pulso el buen nombre, que arriesgan su dinero, que crean riqueza y ganan o pierden. Se someten a las leyes del mercado y en su mayoría procuran ceñirse a la Ley para que en su actividad no se vean perturbados el interés general, la seguridad jurídica y su propio pescuezo. Luego están esos otros empresarios que nos avergüenzan a todos, empezando por su propio gremio. Empresarios que prefieren los atajos, que buscan el enriquecimiento rápido y sin riesgos, que especulan, que consideran el interés general algo absolutamente esquivable, que tratan con políticos de medio pelo el modo y manera de practicar el juego que mejor juegan y que más les gusta: el del pelotazo. En ese infame grupo debemos incluir al empresario Jaime Cortezo, imputado por presunta estafa junto a su esposa por el feo asunto de Hoya Pozuelo, comprador de Güi Güi, el paraje natural que adquirió a precio de suelo rústico y que trató de permutar al Cabildo por la parcela del Estadio Insular, y promotor de no se sabe muy bien qué cosa en el Islote del Francés, la operación más descarada y torticera de cuantas se quieren ejecutar en estos momentos en la isla de Lanzarote.