Varios de sus colegas de entonces, que como él frecuentaban la zona de Los Lisos, en la playa de Las Canteras, todavía se asombran cuando ven las fotografías de Juan Domínguez transformado en vicepresidente del Cabildo, con esa panza de comilonas a costa del erario público, luciendo su chaqueta y su corbata bajando del coche oficial con alguno de sus doce asesores personales. Les sorprende que aquel Juanillo que fue punki y luego cabeza rapada haya llegado tan lejos, y se explican, en sentido contrario, que la política esté tan desprestigiada. Son testigos que vivieron su transformación y cómo cambió de amistades de buenas a primeras para juntarse con personajes tan indeseables como el Tajamata, el Potaje o el Primitivo. “Pero el Tajamata era el peor, era el que iniciaba todas las broncas y detrás iba Juancho repartiendo hostias”, relata un coetáneo. Porque le llamaban Juancho por deseo expreso de Domínguez, que cambió su nombre artístico de Juanillo, con el que se le conocía en su etapa punki, por el de Juancho, más varonil, más ajustado a su nuevo modo de vida de tributo a la raza aria. Atrás dejó su estética desaliñada, su relación con la banda Psicosis Crítica, donde llegó a tocar el bajo, para dejarse patillas, raparse la cabeza y calzarse botas con las que patear a quien se pusiera por delante. Con el Tajamata propinó muchas palizas, alguna de ellas a antiguos compañeros de pandilla punki, como el Chispa. Siempre se metía en líos, o los buscaba, especialmente en un bar cercano a la Playa Chica, habitualmente frecuentado por negros, a donde acudía a comprar biberones (litronas) de cerveza.