Tampoco ha hecho muy feliz a la masa popular parlamentaria la designación dedocrática realizada por José Manuel Soria de Manuel Fernández como sucesor suyo a título de presidente del Grupo Popular. Con esa designación, Fernández ya acumula tres cargos, el de secretario general regional del partido y el de vicepresidente de la Cámara, dualidad esta última inédita en la sede de Teobaldo Power, donde siempre se ha considerado poco compatible la función institucional de un miembro de la Mesa con la de presidente de uno de los grupos parlamentarios, que está para otras cuestiones. Pero Fernández es el más leal que le queda en la cúpula al presidente del PP canario y necesitaba darle autoridad sobre el grupo parlamentario no se le fuera a desbocar el personal en una de estas. La marcha de Soria deja bastante desasistidos desde el punto de vista dialéctico a los populares en el Parlamento, a falta de la irrupción de alguna figura inesperada. Dicho sea con todos los respetos a la oratoria de la portavoz, Australia Navarro, muy parecida en las diatribas a aquella mítica Encarna Sánchez, o de Miguel Cabrera Pérez-Camacho, el Jiménez Losantos rapsoda y mordaz del grupo. Porque pretender sacar algún destello de genialidad y vistosidad en la faena a Manolo Fernández es una frustrante pérdida de tiempo.