La dimisión del ministro de Justicia, Mariano Bermejo, es una buena noticia para todos. En primer lugar, porque confirma que está vigente esa práctica, que el verbo dimitir no va a quedar obsoleto y luego apartado de los manuales de la buena política. Bermejo ha dimitido por varios motivos, todos ellos relacionados con la política y con los efectos colaterales de la política. Ha dado la razón, entre otros, a Jerónimo Saavedra y a los que opinan que un responsable público debe conducirse con un comportamiento ejemplar que contribuya a ir alejando de la política esa mala imagen que un porcentaje muy pequeño pero muy dañino ha provocado en esa noble actividad del ser humano. Para Mariano Rajoy y para su partido también parece una buena noticia: han conseguido la dimisión de un ministro adversario tras una machacona y grosera campaña sobre lo que no debe hacer un político (ellos). Pero es una victoria pírrica porque será cuestión de horas para que la buena noticia se convierta en desgracia.