Juan Manuel García Falcón ha vivido de cerca el proceso de fusión con Bankia y ha visto cómo su capacidad de influencia y su autonomía descendía en la natural centralización de las decisiones en Madrid. El nombre exacto de su puesto era el de director comercial para Canarias, por mucho que necesitáramos llamarle director general para Canarias por aquello de creernos lo que en realidad ya no es. Porque lo que es está en la Bolsa y está en las reformas del sistema financiero español, que mira para el Consejo de Ministro del próximo viernes con mucha atención para conocer cuáles van a ser y con qué alcance y exigencias, las normas de saneamiento y recapitalización que va a aprobar el Gobierno de Mariano Rajoy. Casi todos dan por hecho que esas exigencias obligarán a concentraciones aún más gruesas de las vividas hasta ahora, en ocasiones más producto del acuerdo político destinado a salvar veteranas marcas y a sus ahorradores que de montar un negocio bancario adaptado al nuevo diseño que marcan los que lo marcan todo de un tiempo a esta parte. García Falcón se perderá seguramente esa segunda fusión, la que en el mundillo político y financiero se da por hecha desde hace tiempo, la de Bankia con Caixabank, por mucho que los dirigentes catalanes lo siguieran desmintiendo hasta el pasado viernes. El resultado de esa segunda oleada de fusiones convertiría a La Caixa en una entidad poderosísima y a Rodrigo Rato en un multimillonario banquero retirado prematuramente y colocado acto seguido al frente de la presidencia de Repsol.