El destino es caprichoso, como el calendario por el que transita cada causa judicial. Muy poco después de que los españoles asistiéramos atónitos a la lapidación de Baltasar Garzón por un grupo organizado, descubrimos con la misma cara de pasmo que era posible meter en vereda penal nada menos que a un yerno del Rey, y con título nobiliario, para mayor escarnio y desconsideración. Acto seguido, los que creíamos que ningún otro juez o tribunal iban a atreverse con la corrupción del PP, el partido con más casos abiertos de manera simultánea, nos tropezamos con que le vuelven a abrir al ex tesorero Luis Bárcenas las causas que tan extrañamente le habían archivado en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Es el bálsamo Urdangarín, que nos ha aliviado a todos un poco el mal cuerpo que se nos quedó tras lo de Garzón. Puede haber cabronadas de libro, pero cuando las cabronadas se descubren, se revelan y se critican, el mal causado no se alivia, pero al menos damos una nueva oportunidad a la justicia.