Es la política rancia con la que hay que acabar aprovechando esta crisis tan dramática que pagan especialmente los más débiles. Hay que mandar a parar de una vez esta devastación de lo público que el mismo partido del señor Bravo de Laguna hipócritamente proclama para que la política sea solo cosa de una casta privilegiada. No se trata de acabar con los políticos, sino con este modo de hacer política, la de unos escogidos que puedan renunciar a un sueldo sin renunciar a las demás prebendas, que puedan mangonear lo público para luego recolocarse en lo privado una vez ejecutados los encargos de manual. No vale quitar concejales, ni vale quitarle el sueldo a los parlamentarios, todos ellos nos representan. Hay que exigirles dedicación, honradez y sometimiento a la ciudadanía, no a la disciplina del partido, y mucho menos a las tentaciones del dinero fácil que acecha tras el más leve de los comportamientos corruptos. Las carretas de los ayuntamientos en la ofrenda a la virgen del Pino lo decían todo: arroz, macarrones, gofio? alimentos básicos que repartir entre la gente que no tiene ni siquiera para comer. Allí, de cuerpo presente, pensando en el discurso electoralista, el político rancio que no ve lo que tiene delante. La misma política vieja que nos ha conducido hasta aquí.