La pardela cenicienta, una vida de adaptación al límite de su supervivencia

Calonectris borealis, pardela cenicienta atlántica, pollo, Andén Verde.

Silvia Álamo

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Cada año en otoño se comienza a hablar de la importancia de las campañas de recogida y suelta de pardelas. Un período que va desde principios de octubre hasta finales de noviembre en el que los pollos comienzan a salir de sus huras -nombre con el que se conoce al nido de estos animales- para emprender vuelo y, a su vez, enfrentarse a numerosos desafíos que en muchas ocasiones se convierten en trampas mortales. La contaminación lumínica, la amenaza de los depredadores, en muchas ocasiones exóticos, o la caza ilegal son algunas de ellas. Numerosos estudios así lo afirman, pues su especial biología y su capacidad de adaptación al medio hacen que esta especie, con unas características únicas, sea muy estudiada y suscite mucho interés entre investigadores y naturalistas. 

Las pardelas son aves marinas oceánicas o pelágicas que pasan gran parte de su vida en mar abierto, pueden pasar años hasta que vuelven a tocar tierra, de hecho, no lo hacen hasta alcanzar su madurez reproductora. Al ser tan longevas -tiene una esperanza de vida de hasta 40 años- se pueden permitir estar hasta los cuatro años sin criar, o más en algunos casos, o tomarse años sabáticos separadas de su pareja, pues lo cierto es que son animales muy fieles, permanecen unidos a su pareja toda su vida reproductiva. 

Esta vida marina pelágica que llevan ha hecho que su anatomía esté completamente adaptada con órganos funcionales. En la base del pico cuentan con unas glándulas que funcionan como una especie de riñones para filtrar el agua salada y no tener tanto exceso de sales en el cuerpo, la depuran y expulsan una “especie de moquillo”, explica Beneharo Rodríguez del Grupo de Ornitología e Historia Natural de las Islas Canarias (GOHNIC). Además de ello tienen la glándula uropigial, que no es exclusiva de las pardelas, a través de la que segregan una especie de grasa que se untan con el pico en todo el plumaje y con eso consiguen regular su temperatura en el mar, les permite ser impermeables y no enfriarse y morir. 

El experto explica que otra de sus características es que tienen un plumaje denso, ello hace que se cree una capa de aire entre el agua y la propia piel. Tienen las patas muy atrás en el cuerpo, por lo que son “muy buenas para nadar, como si fueran patos”. Además de sus patas palmeadas y el tarso hipertrofiado, uno de los huesos de la pata lo tienen más largo de lo normal, por esos motivos se convierten en aves “muy torpes” en la tierra, ya que es una adaptación a la vida marina. 

Para esas largas distancias en el mar también cuentan con unas alas muy finas, que hacen que sean animales muy eficientes en el vuelo y no tengan un gran gasto energético. Cabe destacar que pueden estar criando en Canarias y alimentarse en las costas de Mauritania, es decir a más de cien kilómetros de su nido, donde pasan hasta siete días para luego volver y traerle la comida al pollo. En sus travesías buscan principalmente peces y cefalópodos, explica Daniel González, de Azaenegue Naturalistas. “Pescan bastante variedad de especies, entre ellas caballas y sardinas, de hecho, muchos pescadores usan los averíos -bandos de pardelas y otras aves marinas- para localizar las bolas de peces, y lo que entregan a la cría es una especie de papilla”. Se desplazan hasta las costas africanas porque allí encuentran muchos recursos, ya que en las Islas el volumen de peces se ha reducido en un 90% en las últimas décadas.

Hace un inciso para contar que el pollo cuando digiere esa papilla genera un aceite, el conocido como ‘aceite de pardela’ y que hasta hace unos años se les sacaba exprimiéndoles gaznate -parte superior de la garganta- para usarlo con fines medicinales para los animales e incluso para alimentar a niños/as enfermos. 

El naturalista señala que una vez y acaba la época de cría las aves “hacen grandes movimientos, salen de las Islas, bordean la costa de África occidental hasta Namibia, en el extremo sur, e incluso un pequeño porcentaje sigue hasta aguas del golfo de Tanzania para luego hacer el recorrido a la inversa y volver al lugar en el que nidificaron el año anterior”. Otras cruzan hasta las costas de Brasil y Uruguay, donde suelen hacer una parada, añade. Si bien es verdad que pasan mucho tiempo volando, en ocasiones hacen descanso formando grandes balsas entre ellas sobre la marea, esto les proporciona seguridad frente a depredadores. 

Sobre la forma de alimentarse Beneharo Rodríguez explica que su pico “ganchudo” les facilita la labor, además de que son “grandes buceadoras”, pueden bajar hasta 15 metros de profundidad. Para sumergirse en el mar se asocian con delfines en lugares donde hay bancos de peces. 

La crianza de los pollos, muy delicada y consciente

Otra de sus particularidades es que al quedar fertilizadas las hembras se van al mar y hacen una estancia de 10 días para alimentarse de forma apresurada con el objetivo de obtener la energía necesaria para lograr el huevo y volver a la hura a depositarlo, cuenta Rodríguez. 

La crianza de sus pollos también es muy delicada y consciente, pues deben protegerlos de los depredadores. “Lo normal es que durante las primeras semanas de vida uno de los adultos se marche a buscar alimento y el otro se quede en la hura dándole calor a la cría”, explica Daniel González. A medida que el animal va creciendo los adultos van pasando más tiempo fuera del nido hasta que el hijo está preparado para dar el salto. Cabe destacar que desde que nace un pollo de pardela y se convierte en autónomo pasan alrededor de 11 o 12 semanas.

Una vez y salen al mar, los jóvenes quedan cerca del lugar de nacimiento durante unos meses, luego emprenden un viaje que puede durar hasta 7 años, antes de volver a la colonia de cría que les vio nacer.

Una esperanza de vida muy alta

Las pardelas tienen una gran esperanza de vida, por ello no necesitan tener parámetros reproductivos muy altos, ponen un huevo al año en el que invierten mucho tiempo y energía. No obstante, a medida que han ido incorporándose amenazas a su supervivencia la situación se ha revertido. “Se están recuperando de una larga tradición de caza, pero al mismo tiempo aparecen otros problemas como la contaminación por plástico, la sobrepesca, la destrucción de colonias de crías…”, lamenta González.

Especialmente en las Islas se ha producido una gran destrucción de las colonias de cría debido al modelo turístico de masas, tendidos eléctricos; aerogeneradores, ya que son de hábito nocturno y mueren tras colisionar con estas infraestructuras; la escasez de peces que les obliga a realizar desplazamientos muy arriesgados… 

La situación en la actualidad

Sobre la situación de estas aves en la actualidad, el investigador de GOHNIC cuenta que la pardela cenicienta a nivel general está “estable” aunque hay colonias que cada año se ven afectadas por los motivos nombrados anteriormente. En Canarias tienen colonias en zonas protegidas como el macizo de Guguy -en Gran Canaria-, en Anaga -Tenerife- o en la costa sur de la Isla de La Gomera. 

Otras especies más pequeñas como la ‘pardela pichoneta’, descrita como una subespecie endémica de Canarias, se encuentra “bastante amenazada” por ratas y gatos, ya que crían tierra adentro y son más pequeñas. “En general todas las especies procelariformes están muy amenazadas, la pardela cenicienta es una privilegiada dentro de ese grupo”, afirma. 

Ahora bien, el experto señala que en los últimos años se han ido estudiando los contenidos estomacales de los pollos que no sobreviven a impactos debido a la contaminación lumínica y se han dado cuenta de que “todos” tienen “trozos de plástico en el interior”, que evidentemente han sido pasados por sus padres ya que ellos aún no han tocado el mar. Aunque apunta que ese contenido es relativamente poco hay que controlar la basura que se genera en esas zonas de pesca. 

Ambos investigadores coinciden en el alto interés que tienen estas aves, con una gran adaptabilidad para su supervivencia, tanto en la vida marina como en tierra. 

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