Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

Pride of Baghdad (El orgullo de Bagdad)

Ahora, y tras haber leído la noticia que sirve de presentación para este artículo, piensen, por un momento, en las motivaciones que recorrieron las mentes de aquellos leones, los cuales abandonaron, bruscamente, sus jaulas para salir hacia una libertad totalmente incierta y que no les acababa de convencer, por lo menos a Safa, una leona ya entrada en años.

Para ella, la vida en libertad no le reportaba buenos recuerdos. Es más, su ojo ciego –tras un enfrentamiento con un pendenciero macho llamado Bukk- se mostraba como un recordatorio de los peligros que el mundo exterior podía esconder para alguien que se aventurara fuera de las barreras del zoológico.

Frente a su precavida visión se encontraban los deseos de libertad de Zill, un macho que a duras penas recordaba lo que era un atardecer en libertad, y Noor, una joven leona, madre de Alí, que llevaba tiempo tratando de llegar a un acuerdo con otros animales para abandonar aquella prisión.

Poco podía pensar Noor que la libertad que ansiaba para su hijo llegaría de mano del animal humano –de la misma raza que quienes se encargaban de cuidarles, cada mañana- y a lomos de unos estridentes y destructivos pájaros.

Después, tras unos momentos de asombro y cierto estupor, la libertad estaba al alcance de su mano.

Poco importó, llegado el momento, la sentencia de la vieja Safa en relación a lo sucedido, La libertad no se otorga, es algo que se debe ganar. Aquélla era la oportunidad que estaban esperando y no era cuestión de desaprovecharla.

Lejos de las rejas y las paredes de las jaulas, el mundo exterior se abrió ante ellos como un lugar inhóspito, lleno de referentes y misterios que no poseían ningún valor para los recién llegados.

Incluso, sus encuentros con otros animales, como la tortuga que emerge procelosa del río Tigris para reclamar su espacio, les termina por pintar un panorama nada halagador. Ésta les cuenta la verdadera realidad que se esconde tras el mal llamado “animal racional”, aquel responsable de la muerte de toda su familia.

No obstante, por si les quedaba alguna duda, las divisiones acorazadas de la guardia republicana iraquí -asolando el terreno a su paso y todo lo que sobre él pudiera encontrarse- se encargan de demostrarles lo poco apetecible que puede resultar su nuevo escenario.

De todas maneras, donde el cambio se torna más radical es en las desiertas y destrozadas calles de la capital del país, llenas de los escombros de un régimen político que poco pudo hacer frente al avance de la maquinaria bélica de los Estados Unidos.

En los pocos edificios que aún se mantienen en pié, el grupo de felinos se encontrará con la versión “animal” del régimen de terror liderado por Saddam Hussein –régimen simbolizado en Rashid, el león escuálido y torturado, y Fafer, el enorme oso pardo que ahora ejerce como líder del desierto palacio presidencial-. Ambos son una recreación de los comportamientos del desaparecido dictador, aunque muy bien podrían simbolizar los atropellos cometidos por las tropas americanas contra los prisioneros iraquíes, tras el fin de la contienda

Al final, la ansiada libertad, prometida durante los momentos previos a la invasión, se tornó en una nueva manera de sumisión y control sobre la población del país. Cambiaron los colores de las banderas, pero no las intenciones para con los habitantes del lugar, se podría concluir.

La salida del palacio, tras el enfrentamiento con Fafer, significará el comienzo del final de la escapada para el grupo de felinos, incapaces de oponerse al avance de la civilización, simbolizada, ésta, en las tropas de ocupación que recuerdan al rugir de la marabunta.

Entonces, sólo les quedará tiempo para poder contemplar el atardecer… ¿en libertad?

Pride of Baghdad (El orgullo de Bagdad), novela gráfica creada al alimón por el reconocido guionista Brian K. Vaughan –responsable de Y: the last man y Ex machina- y del dibujante Niko Henrichon, conocido por su trabajo en Barnum; agente secreto en el siglo XIX, se nos presentó, nada más aterrizar en el mercado, como una de esas propuestas que evitan recorrer los trillados caminos del mundo del fandom y se adentran en nuevos territorios, tan válidos como realistas.

El que los protagonistas sean unos leones, acompañados de otras especies como monos u osos, en nada los termina diferenciando de animales como los humanos, más si se tiene en cuenta la herida abierta que aun sangra en el país de Saddam Hussein

Las experiencias que, calladamente, recuerda Safa mientras la libertad llega en forma de caza-bombarderos F-18, no son muy distintas que las que podrían contar, muchas mujeres y en demasiadas partes del mundo actual. Su ojo ciego bien pudiera formar parte de los rostros de las mujeres desfiguradas por los efectos del ácido, víctimas del enfermizo comportamiento de los varones con los que conviven, solamente por poner un ejemplo “real”.

Las dudas ante el incierto futuro, la supervivencia, a costa de la libertad –todo un símil de la vida bajo los efectos de un sistema dictatorial- o la lucha a muerte contra un enorme y pendenciero oso, el cual parece haber copiado los comportamientos de sus captores, son estampas que nos sirven para identificar la realidad, anterior y actual de un lugar como Irak.

En aquel nuevo escenario, sólo sobreviven los mejores, los más aptos, los mejor armados. Y, a pesar de ser considerados como el símbolo que defenderá a la ciudad de cualquier mal, apelando a los símbolos del pasado milenario y que ahora dormita en los museos, los felinos no son rivales para quienes marchan con paso firme por las calles y los tejados de la ciudad.

En cuanto a lo que concierne al realista y naturalista grafismo que impregna cada una de sus páginas, éste está puesto al servicio de la narración, como si se tratara de una crónica periodística sobre lo que les ocurrió a aquellos leones escapados del zoológico de Bagdad, una década atrás. Henrichon ejerce de cámara subjetivo, fotografiando, gráficamente hablando, las andanzas del grupo y parándose en algunos de esos detalles que, raramente, se han podido ver en las pantallas de televisión o en los diarios de todo el mundo.

Su realidad está tomada a pie de calle, al nivel mismo del suelo, donde ningún decorador la puede embellecer ni alterar con un oportuno tratamiento digital

Obra intensa, de obligada lectura y posterior reflexión sobre un episodio –la invasión de Irak- que todavía no ha dicho su última palabra, su lectura debiera ser obligatoria en los institutos de todo el mundo, en especial de los países más desarrollados y con maquinarias bélicas de primer orden.

Se me viene a la cabeza, mientras escribo esta columna, otra imagen; la de un oso pardo, último superviviente del zoológico de la devastada ciudad de Sarajevo, justo con las tropas serbias se ensañaban contra todos los habitantes del lugar. Aquella imagen representaba mucho mejor que cualquier otra crónica periodística, la realidad de aquella guerra.

Seguro que si escuchásemos lo que nos tienen que decir los animales, “convidados de piedra” de nuestros desmanes, aquel oso o los leones de Bagdad, aprenderíamos muchas cosas sobre nosotros mismos.

Aunque me temo que no nos gustaría, nada de nada, lo que nos pudieran llegar a decir.

Pride of Baghdad © 2014 DC Comics, Inc

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Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

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