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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Un catauro de ocurrencias

El presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo.

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Dado que a Jordi Pujol no debe considerársele ex Honorable ante la fundada sospecha de que nunca lo fue, decidí no relacionar tampoco a Fernando Clavijo con el compendio de virtudes que se le supone al portador de semejante título de honor. Pero como no quería renunciar a su evocación, busqué adjetivaciones que rimaran, por así decir, con “honorable”; como “inefable”, “inevitable”, incluso “afable” por mor del buen rollito y paro de contar, que abundan las menos positivas del tipo “impresentable”, “indeseable”, etcétera. Quería emular a Fernando Ortiz y su catauro de cubanismos, siendo “catauro” un cesto de yaguas (la palma real, o sea) utilizado en las Antillas para transportar cosas: se me ocurrió que igual podría cualquier verseador o letrista de murgas carnavaleras con el estro encendido y darle a la rima tomando lo que fuere menester del catauro ideal. Desistí, al fin, del intento, para que sea el lector quien se ocupe, si le place, de la filosofía político-económica del presidente canario, el que dice ser y llamarse, merecidamente, Fernando Clavijo.

Cuentan de Clavijo que un día, al reprochársele que sólo gobernara para los empresarios, respondió que sí, que lo hacía y a mucha honra porque son los empresarios quienes crean empleo; desinteresadamente. No tengo referencia presencial de que tal cosa dijera pero, qué quieren, le pega: a la vista de lo actuado, es evidente que legisla para los empresarios y que no le preocupa mucho la calidad del empleo creado y nada que se trate de empresarios que buscan el beneficio en la explotación de sus trabajadores y empleados. Lo digo porque escucho hablar con frecuencia de jóvenes con buenos expedientes académicos y cargaditos de másteres caros que han de coger puerta e irse a trabajar por el ancho mundo. Les sorprendería, por ejemplo, la cantidad de isleños que andan por China, diré a título de ejemplo. No digo que no convenga a los jóvenes isleños salir de las islas y no les reprocharía que se instalaran fuera. El problema no es ese sino que en éstas nadie les ofrece trabajo con un salario decente porque siempre tienen a mano quien esté dispuesto a aceptarlo por menos. Mejor es largarse y rendir en otro sitio los beneficios de la inversión hecha aquí para formarlos. Si cuando las plataneras se regaban a manta podía decirse que realmente exportábamos agua, por la cantidad y la calidad de las exigidas por el cultivo, hoy enviamos fuera talentos y recursos dinerarios. Hay casos en que se ha rechazado al aspirante a un empleo por considerarlo excesivamente preparado.

Clavijo considera “atractivos” los salarios bajos

Pensaba que debería el Gobierno adoptar una política que eliminara o redujera semejante sangría cuando descubrí que esa política ya existe: lo supe gracias a la comparecencia de Clavijo en Barcelona ante directivos empresariales. No sé como se tomarían los asistentes que el presidente de una Comunidad Autónoma, en su rol de jefe tribal, les ofreciera venirse a las islas a jinetear al precariado local. Pretendía Clavijo inducirlos a invertir en las islas para lo que enumeró las ventajas que ofrecen, entre las que figuraba la alta cualificación de la mano de obra isleña y los bajos salarios con que se conforman los angelitos. En dos palabras, la leche el muy señorito, lo que hacen cinco. Por un lado, gastamos recursos de todos en formarlos y por el otro los ofrecemos baratitos. Estupendo.

Creo que el encuentro fue en el Círculo Ecuestre y me da que a ningún asesor se le ocurrió informar al presidente de que lo de “ecuestre” se refiere mayormente a los caballos y de forma particular a la equitación, lo que por lo menos le hubiera servido para percatarse que no era el tal Círculo lugar para burros.

Y eso no fue todo ya que, cómo no, mencionó, cual diablo tentador, las ventajas fiscales, la famosa “baja fiscalidad” a ver si salivaban un poco. En este punto evitaré llamarlo mentiroso por el respeto debido y en la hipótesis, nada aventurada, de que se refiriera a las condiciones fiscales de que disfrutan las mismas empresas que tan mal pagan a su gente. No digo, por supuesto, que ese tratamiento fiscal diferenciado a las empresas no sea necesario sino que en la política clavijeña deberían tener presencia trabajadores y empleados. O al menos saber lo que afirma el jurista Normando Moreno en su reciente libro sobre Los derechos históricos fiscales canarios. Dice así respecto a lo que supone la fiscalidad para los no empresarios: “Según la mayoría de los informes, se destinan entre 180 y 184 días de sueldo para pagar impuestos de todo tipo si eres trabajador por cuenta ajena; pero si además se realizan actividades empresariales o se es propietario de inmuebles, aunque no renten, se puede estar destinando lo que se gana en siete meses, o más, para pagar impuestos”.

Otra de Ciudadanos

Melisa Rodríguez, ciudadana de Ciudadanos como los que candatea al modo acaba de confundir el culo con las témporas, perdonando el modo de señalar. Me apetecía utilizar la versión escatológica excrementicia en lugar de la más aseada de la gimnasia con la magnesias. Rodríguez, en fin, se escandalizó con las referencias a Canarias como “País” de cara a las celebraciones del 30 de Mayo y dos piedras. La doña se encendió de amor patrio y europeísta contra el que atenta, en su limitado entender, término tan nefando. Ve en el palabro, lo que ya es no ver, una reivindicación secesionista de las mismas autoridades que luego pasan el sombrero para que Madrid o Bruselas depositen su óbolo. Tanta fue la irritación patriótica de la mentada Rodríguez que fui a comprar naranjas y le pregunté a la frutera si eran de aquí y ella, socarrona, me contestó con sorna regocijada que sí, que “de aquí mismito”, mientras retiraba el cartelito que las identificaba como “del País”. Me fui con mis naranjas “del País” repitiéndome, para evitar nuevos lapsus, que hay vinos, pescado, carne, queso, vacas, incluso chorizos embutidos y de los otros que son eso, “del País”.

Ya Ciudadanos debió aclarar hace meses que Rivera no incluía los Cabildos canarios entre sus propuestas de eliminación

Es la segunda vez, que yo recuerde, en que Ciudadanos se mete donde no sabe. La anterior fue cuando le dio a Albert Rivera por pronunciarse a favor de la igualdad de todos los españoles mediante la eliminación de los regímenes especiales. Los vascos fueron muy explícitos en su respuesta: que lo intente, si se atreve, comentó si mal no recuerdo el lehendakari. En Canarias nadie se dio por aludido. Salvo Ciudadanos para dar la nota aclarando que Rivera no incluía al REF, faltaría más.

Primarias, oligarquía eléctrica y el rastro soriano

El debate de los tres candidatos a la secretaría general del PSOE ni me enfrió ni me calentó. Por un lado, no niego que los socialistas, con sus aciertos y errores, han facilitado la entrada de España en la modernidad y que es un partido de gobierno hoy por hoy necesario. Por el otro, diréles que de tan “moderno” lleva camino de alinearse con sus equivalentes franceses, griegos y británicos, sin olvidar a los alemanes en cuyos resultados regionales no se deja sentir el “efecto Schulz” de resurrección de la socialdemocracia que impida, o al menos reduzca, el alcance de la victoria de Ángela Merkel en las generales septiembre. Si les digo la verdad, el que me pareció formalmente más sensato y ajustado al momento crítico que vive el PSOE fue Patxi López. Aunque se le vea aferrado a la candidatura de Susana Díaz, contentísima ella de ser la prolongación de los viejos elefantes de su partido. Tanto estaba Patxi López del lado de Susana (y los elefantes) que no ahorró embestidas a Pedro Sánchez. Y en cuanto a éste, a Pedro Sánchez, me pareció en exceso aferrado a que él representa a la izquierda del partido cuando uno de los principales problemas de hoy es definir qué cosa sea la izquierda; y en caso de que la dicotomía tradicional de izquierda-derecha siga siendo válida, si es aconsejable darla superada, formularla en otros términos, etcétera. Como no está en esos registros ni Patxi López, que lo simuló con sus buenas tablas de ex lehendakari, da la sensación de que el PSOE va cogiendo el camino a peor de sus hermanos franceses que ya ni se dejan ver. No parece que haya compostura entre los tres candidatos y que sus llamadas a la unidad no van en serio.

Hace años leí y anoté una observación de Adam Smith que recogí en un artículo. Decía Smith: “Carecemos de leyes del Parlamento contra las confabulaciones para disminuir el precio del trabajo; pero poseemos muchas contra las confabulaciones para aumentarlo”. Creo que en lo fundamental las cosas siguen igual y que los gobernantes y su producción legislativa sólo toman en consideración las conveniencias de los poderosos, que son los que pagan, como han demostrado ya tantos años de saqueo, ya sea el ilegal y corrupto, ya el legal auspiciado por los partidos, en este caso por el PP como amo y señor del BOE. Los dos tienen en común que producen el nada extraño fenómeno de la vaporización de fondos públicos y otras destrucciones que se pagan aparte. Para no perderme, un par de ejemplos relacionados con la oligarquía eléctrica para ilustrar el saqueo legal.

Aunque apenas se haya divulgado el asunto, el caso es que los tribunales de la UE han condenado la política “represiva” de las energías alternativas del Gobierno español. Una montonera de millones de euros a la que habrán de sumarse las correspondientes a los veintiséis o veintisiete juicios que aguardan por razones similares al ya sentenciado. El dinero de esas indemnizaciones no saldrá, por supuesto, de las arcas de la oligarquía que les digo como beneficiarios del entuerto deshecho por la UE; tampoco de los dineros estatales que maneja el Gobierno: según mis noticias, nos será arrebatado sin remedio a los ciudadanos pues se cargará la deuda directamente en los recibos de la luz. Un buen momento para recordar al ex ministro José Manuel Soria, uno de los entusiastas contra las energías alternativas, que como ministro castigó al autoconsumo energético creando el llamado “impuesto al sol”.

Todo esto viene a que en 2002 los socialistas gobernaban quince países de la UE, los que apenas siete años después eran, si mal no recuerdo, tres: España, Portugal y Grecia. Hoy, salvo que se me escape alguno, sólo en Portugal preside el Gobierno un socialista. Y todo con una agravante: ya no es, simplemente, que no gobierne sino que hay partidos socialistas europeos en riesgo de desaparición.

La socialdemocracia del siglo XX

Un proceso a tener en cuenta el que ha seguido la socialdemocracia hasta hoy. Cuando la caída del muro de Berlín, hace tres décadas, hubo quienes se inquietaron por las consecuencias del acontecimiento sobre el status de los trabajadores occidentales. Había quienes entendían que los derechos laborales y el Estado de Bienestar eran concesiones del capitalismo liberal por miedo al comunismo y que, al hundirse el bloque soviético y desaparecer ese peligro, comenzarían a recortar o anular las conquistas históricas. En esta línea de análisis, el actual retroceso de la socialdemocracia en Europa anuncia su desaparición por pérdida de función o de utilidad. Al menos esa es la impresión al quedar el capitalismo liberal sin enemigos de consideración. El desconcierto llevó a los socialdemócratas a probar las fórmulas liberales para sobrevivir pero siempre se ha dicho que en estas situaciones, los electores suelen optar por el original.

Las cosas no son tan simples ni lineales, pero mucho de verdad hay en este análisis que no va mucho más allá. Es decir, no alcanza a los nuevos factores en juego, entre otros las consecuencias de las nuevas tecnologías en las relaciones laborales lo que dificulta la vuelta atrás, es decir, reconstruir el pasado. De ahí, pienso, la incapacidad actual de los socialdemócratas para elaborar un proyecto de futuro posible. Del debate de los tres candidatos no se desprende otra cosa.

Un rápido repaso a la historia al siglo XX de la socialdemocracia puede ilustrarnos. A principios del siglo pasado, se consideraba a los socialistas bandas sectarias de iluminados y criminales que, por supuesto, nunca llegarían a gobernar. Sin embargo, después de la primera guerra mundial los socialdemócratas comenzaron a compartir poder con los partidos burgueses en Alemania, Suecia y Austria; posteriormente en Inglaterra y Francia. Habían renunciado a la violencia revolucionaria y a la destrucción de la propiedad privada a cambio de políticas de redistribución de los superávits a fin de conseguir la igualación y la cohesión social: dos aspiraciones sin las que la izquierda no pinta nada.

Mucho se ha reprochado a los socialdemócratas en nombre de la pureza ideológica esa transacción porque, dicen, mantiene en la inopia a los parias de la tierra que, por lo visto, se chupan el dedo. Pero lo cierto es que hicieron realidad sus programas: sufragio universal de ambos sexos, incorporación de la mujer al trabajo, reconocimiento de los sindicatos y del derecho de huelga, reducción de la jornada laboral a 40 horas y lo que dio en llamarse “Estado de Bienestar” (pensiones de vejez, enfermedad, viudedad, etcétera).

El hecho de que la sociedad europea haya asumido esos logros hace que muchos consideren ahora agotados los objetivos de la socialdemocracia que acabaron reducidos a ganar elecciones. Según esta visión, las diferencias de clase se han difuminado al observar quienes se consideran de clase obrera cómo los partidos y los sindicatos que los representan son considerados parte importante del sistema de poder. Así, dicen, el partido de clase que inventó la socialdemocracia a finales del siglo XIX se convirtió en interclasista con fuerte predominio de la clase media y sin otras perspectivas que las electorales. Poco se diferencia hoy de los otros partidos mayoritarios.

Ya indiqué que en 2002 los socialistas gobernaban quince países de la UE. Pero si nos vamos a 1980, seis años antes de la caída del muro de Berlín, veremos a los sectores del Partido Demócrata USA, los que se miraban en el espejo del New Deal, recibir en Washington a dirigentes europeos como Willy Brandt, Felipe González, Mitterand y Olof Palme. Había una línea de comunicación entra las dos orillas atlánticas que en 2003 ya no existía debido al ascenso de los ultraliberales, los “neocons”, enemigos del Estado de Bienestar, al que consideran generador de entidades burocratizadas e ineficaces que perjudican la iniciativa empresarial y obstaculizan la productividad, además de tener un elevado coste de gestión.

Los ideólogos liberales estadounidenses consideran la solidaridad social pura utopía y quieren anular las políticas sociales. Sus émulos dominan hoy la UE donde las circunstancias les obligan a ser más cautos y a no hablar con tanta claridad para no alarmar a unos electores que, a diferencia de los americanos, consideran parte importante de sus derechos ciudadanos la política social y las seguridades del Estado de Bienestar.

 Ante la avalancha neoliberal, el último Clinton y Tony Blair aceptaron no pocas de sus premisas de modo que la “tercera vía” del ex premier británico fue, en realidad, ponerle sonrisa a Thatcher y su política de eliminación de servicios públicos y de privatizaciones; por no hablar de la forma en que la Dama de Hierro quebró el espinazo de los otrora poderosos sindicatos británicos.

En Italia el populismo reaccionario de Berlusconi arrinconó a la izquierda que por ahí sigue, desarbolada. En Alemania, Oskar La Fontaine se negó a aceptar la deriva liberal de Gerhard Schröder y el SPD perdió diez millones de votos. No acaba de surgir el líder que lo reflote en lo que se desvanecen las esperanzas puestas en Shultz pues Merkel se lo ha llevado por delante en las elecciones regionales y parece lanzada a ganar la confrontación de septiembre, como ya indiqué. En las elecciones europeas del 2009 ya era evidente tanto el retroceso socialdemócrata como el mayor dominio neoliberal con una presencia creciente de la ultraderecha. A la que parecen haberle parado los pies austriacos y holandeses. De momento, que nunca se sabe.

Consideración aparte merece Francia. El centrista Enmanuel Macron consiguió pararle los pies a Marine Le Pen, éxito que no puede hacer olvidar que la ultraderecha ha conseguido llegar a la segunda vuelta electoral, es decir, a disputar directamente, mano a mano, la presidencia de la República. Al flamante nuevo presidente le esperan unas legislativas a celebrar los días 11 y 18 de junio en las que debe obtener mayoría suficiente para gobernar con holgura. Macron es un centrista sin partido y su propuesta de coalición con socialistas, conservadores, liberales y ecologistas se ha formalizado con el Gobierno que acaba de formar; que es provisional hasta que los electores digan la última palabra dentro de un mes. Nueva ocasión de comprobar si es cierto que los acontecimientos políticos en Francia suelen anticipar lo que ocurrirá después en otros países. 2017 puede acabar siendo una especie año bisagra.

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