Política exterior: el PP no se aclara
Walter Benjamin dijo algo así como que pocas esperanzas caben cuando los hechos de los que informan y que comentan y analizan a diario los periódicos no nos sirven para identificar los poderes ocultos a los que estamos sometidos; peor será, imagino, si a la incomprensión de esos hechos se suma que nos los ofrecen tergiversados. En el caso de Venezuela, que es el que ahora me ocupa, irrita el empeño de la derechona española de usarlos para combatir a Podemos no haciéndole la crítica que, sin duda, merece, sino atribuyéndole el absurdo cuasi metafísico de querer establecer en España un régimen “bolivariano”; nada menos. Tanto insiste el PP en tratarnos como idiotas que llegamos a pensar si no lo seremos realmente cuando tantos votos le damos; quienes se los dan, claro.
Los ataques al nuevo partido se han recrudecido en los últimos días por su negativa a votar en el Parlamento Europeo a favor de exigir al presidente Maduro la puesta en libertad de los dirigentes de la oposición venezolana detenidos. Según la derecha pepera, los detuvieron por disentir del Gobierno chavista; al punto de asegurar Esperanza Aguirre y otros que meter en la cárcel a quienes no opinen como ellos es el objetivo de los de Pablo Iglesias. Es tan incoherente esta derecha pepera que la veo muy capaz de acusar a Podemos de no cumplir con su programa si llega al poder y no pega a encarcelar rivales. Nada les dice que la negativa de los podémicos a apoyar la propuesta en Estrasburgo pueda obedecer al deseo de no cerrar el paso a la salida dialogada que recomiendan varias instituciones internacionales, entre ellas la ONU. La comprensión de la postura de Podemos no quiere decir que me apee de mi opinión respecto a que debieron Iglesias y sus compañeros apoyar la propuesta. Pero cada cual es quien cuyo, como decía un sabio de Los Arbejales. Sin olvidar que es diálogo, justamente, lo que propone Henrique Capriles, el principal miembro de la oposición venezolana: no en vano Hugo Chávez, en su última comparecencia electoral, le ganó por apenas punto y medio, muy lejos ya de sus apabullantes victorias en elecciones anteriores. Habría, pues, que matizar mucho al hablar con tanta alegría de dictadura chavista; y ponderar adecuadamente que ese mismo electorado, que apoyó en todo momento a Chávez, incluso en el referéndum revocatorio a que se sometió, rechazó en las urnas, también en referéndum, su intento de reformar la Constitución para instituir la presidencia vitalicia. Algo no coneja ya que, si de una dictadura se trata, le hubiera bastado a Chávez recurrir al decreto ley, tan querido de Rajoy, para imponer su voluntad sin engorrosas consultas.
Vaya por delante que nunca me gustó Chávez y mucho menos su sucesor, Nicolás Maduro. Por razones de estilo político, de temperamento o lo que sea. Lo que no me lleva a lamentar el fracaso del intento de golpe de Estado del pasado 12 de febrero. Confieso que se me pasó por alto, quizá por descuido mío, sin que deje de extrañarme (es un decir) que los periódicos españoles no destacaran que los golpistas se proponían bombardear y ametrallar el Palacio de Miraflores para asesinar a Maduro; además de destruir el Ministerio de Defensa, los estudios de Telesur Internacional y otros centros gubernamentales. Esa fue la causa de la detención de los dirigentes de la oposición, acusados de participar en la intentona, cuya puesta inmediata en libertad se demanda.
Tuve noticia del asunto por Ignacio Ramonet, que lo cuenta en Le Monde Diplomatique de marzo. Asegura que Maduro hizo públicas las pruebas documentales de la conspiración a las que no se le hizo maldito caso informativo. El golpe se planeó, según Maduro, en cuatro fases. Una primera de acaparamiento de artículos de primera necesidad en los supermercados para provocar escasez que echara a la gente a la calle. Lo que no ocurrió, aunque se mantenga todavía la escasez gracias a la financiación con que Washington compensa a los proveedores que acepten no distribuir sus productos, según algunas fuentes. La segunda fase fue la campaña de desprestigio del Gobierno venezolano en medios informativos internacionales, entre los que citó Maduro a los españoles ABC y El País. No pudieron los golpistas desarrollar la tercera fase al no encontrar un personaje popular dispuesto a aparecer en la tele poniendo tibio al Gobiermo. La señal de inicio de la cuarta y definitiva, el bombardeo de Miraflores, fue la publicación en la Prensa de un “Llamado a los venezolanos a un Acuerdo Nacional para la Transición”. Tiré de Internet y encontré el comunicado, bajo el epígrafe de “Destacado Especial”, en El Nacional caraqueño. Firmaban el texto Antonio Ledezma, alcalde metropolitano de la capital venezolana, Leopoldo López y María Corina Machado. La intentona, al decir del ya citado Henrique Capriles, no ha hecho más que fortalecer las posiciones de Nicolás Maduro, que tiene un nuevo pretexto para apuntarse a bruto.
Maduro acusó a la embajada USA de estar detrás del golpe fallido. Todo un clásico pues antecedentes de estas intervenciones estadounidenses, que incluyen el bombardeo aéreo de palacios presidenciales, los hay de sobra. Después de todo, no es ningún secreto que el principal objetivo de Washington en política exterior es impedir que surja una potencia que domine recursos suficientes en cualquier región del planeta y promueva una filosofía distinta y opuesta a la estadounidense. Donald Rumsfeld, ex secretario de Estado USA, sintetizó esta doctrina el 19 de octubre de 2001 en su arenga a las tripulaciones de un grupo de bombarderos con estas palabras: “Tenemos dos opciones. O cambiamos la forma en que vivimos o cambiamos la forma en que viven los otros y hemos escogido esta última opción”. Esta es la doctrina americana, expuesta de mil formas y maneras a lo largo de los años en discursos políticos, memorándums de la CIA, mensajes presidenciales, etcétera. En estos momentos, por ejemplo, según Stephen Glain, periodista especializado en geopolítica, el Pentágono trabaja, si no lo ha ultimado ya, en un plan para impedir a Pekín dominar el mar del sur de la China que posee un extraordinario potencial de recursos naturales. Esa doctrina puede muy bien ser el motivo de que Obama señalara a Venezuela, a raíz del fallido golpe del 12 de febrero, como un peligro para la seguridad de los Estados Unidos.
Se considera populista al régimen chavista para descalificarlo. Pero convendría andarse con tiento porque hay populismos y populismos, aunque no sea más que para evitar que se confunda el notorio de Esperanza Aguirre con el de Le Pen y ni les cuento del de la Aurora Dorada griega. Es muy relativo el uso descalificatorio del concepto tan de moda en el momento actual de la política española que tildar a alguien de populista es como si le mentaras malamente la parentela.
Me viene al pelo aquí un artículo del martes pasado, en El País, firmado por Enrique Gil Calvo. Se refirió el articulista a tres modelos de populismo elegidos entre tantos como hay. Me interesa de ellos el que se construye desde abajo y ataca a las clases dirigentes. Gil Calvo puso de ejemplo a Podemos, pero no veo inconveniente en añadir de mi cosecha el de Chávez asentado sobre la movilización de las clases populares contra la “oligarquía decadente”. Desde luego, coincide Podemos con el chavismo en su oposición a la brutalidad neoliberal y en su preocupación por los menos favorecidos, pero sus respectivos paisajes políticos y sociales poco tienen que ver más allá de la ley física de que hay gente arriba y gente abajo; mientras no den con otras posturas, se entiende.
Chávez pertenecía a la nueva hornada de líderes latinoamericanos que, además, están contra las injerencias en sus asuntos de Estados Unidos. Josep Fontana ha recordado un documento interno de la CIA, fechado en 1968, en que se afirma que la ley y el orden de las dictaduras son mejores y que la confusión que engendran las luchas por la democracia provoca enfrentamientos de grupos sociales para mejorar sus niveles de vida que plantean programas de transformación social poco compatibles con el “sistema de libre empresa”. Así, para no irme demasiado lejos, recuerdo que, bajo la presidencia del carismático John Kennedy, Estados Unidos urdió y participó en el derrocamiento de seis democracias parlamentarias en el continente. No viene mal, por cierto, recordar a la derechona, tan patriótica ella, que esa forma de actuar la iniciaron los USA cuando la voladura del Maine en la bahía de La Habana que marcó el desastrado fin del imperio colonial español del que para muchos son estas islas (y el islote de Perejil, supongo) los últimos vestigios en que apaciguar cualquier añoranza de la indiada de las encomiendas. En cuanto al “sistema de libre empresa”, en 2010 el Departamento de Educación del Estado de Texas propuso que en los libros de texto se utilizara esta denominación como más conveniente que la de “capitalismo” cargado de connotaciones negativas.
Por lo que toca a las preocupaciones sociales de Chávez, creo que puede entenderse su rebeldía por encima de consideraciones ideológicas y de la opinión que se tenga de sus excesos supuestos o reales. Los ingresos venezolanos en divisas por petróleo durante los últimos cuarenta años equivalen a 17 planes Marshall que la corrupción, la malversación y la mala administración del bipartidismo adeco-copeyano dirigió al bolsillo del 3% de la población que representan las clases altas venezolanas; las medias arrojan solo el 17% y nada menos que el 80% está en los estratos de miseria y marginalidad. Con semejantes ingresos y tratándose, no lo olviden, de uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales, hay razones para blasfemar en arameo y considerar optativo coger la escopeta y dejarse la barba. Era de cajón que, al entrar en política, utilizara Chávez la corrupción de las clases altas y de los principales partidos, adecos y copeyanos, para poner de un lado al pueblo y del otro la “oligarquía decadente”. Se comprende que haya quienes abominen del chavismo, pero deberían tener claro que a buena parte de la oposición venezolana no la mueve la pasión por la democracia, precisamente.
Chávez puso de un lado al pueblo y del otro a la corrupción, la malversación de fondos públicos y la mala administración de adecos y copeyanos como ya apunté. Son lacras con las que, tengo la impresión, no ha acabado el chavismo de tan ocupado en mantenerse. Al enfrentarse con la oligarquía lo hizo también con los medios informativos y con la jerarquía de la Iglesia Católica, cómo no, a los que la derechona española de nada responsabiliza. Los malos son los que no se dejan ganar.
Pero el peor enemigo de los populismos tipo Chávez es que aun reconociéndoles que, con frecuencia, han contribuido a procesos de justicia y de integración e igualación social, ha de admitirse su gran capacidad de destrucción institucional, la que suele derivar en dictaduras personales. Una sociedad sometida durante algún tiempo a esta forma de hacer política termina por ver debilitadas sus formas de mediación y representación política y genera las condiciones que llevan a la dictadura o a un ejercicio autoritario del poder, cuando menos. Es posible que Chávez estuviera sufriendo esa transformación a medida que construía una forma de relación directa con sus seguidores que contribuyó a su popularidad, pero también al menoscabo de la democracia venezolana que, hay que decirlo, ya venía tocada del ala desde mucho tiempo antes; el suficiente para que no se la echara en menos mientras Chávez acumulaba poder. Esa sería, a mi juicio, la dialéctica a romper; mediante el diálogo, precisamente, no a cuartelazos. .
Zapatero como pesadilla
A García-Margallo, ministro español de Exteriores, le supo a cuerno quemado la entrevista de Zapatero con Raúl Castro y la presencia del ex presidente español en el foro de Dajla donde defendió una salida dialogada al conflicto del Sahara. Con esa propensión tan pepera a ver la paja en el ojo ajeno, lo acusó de deslealtad con olvido, si de lealtades se trata, de los garbeos internacionales de Aznar poniendo a parir al Gobierno socialista hasta el punto de aconsejar a potenciales inversores extranjeros a no arriesgar su dinero en España mientras gobernara el PSOE.
Ya en otra ocasión apunté, en algún comentario, que Zapatero tenía fuera de España una consideración que despreció el PP en su feroz campaña contra él durante sus dos legislaturas y que mantiene todavía hoy con el permanente recurso al “legado” y al “y tú más”. Que Zapatero se equivocó al resistirse a admitir la existencia de una crisis es tan evidente como que le acompañaron en el error otros líderes y mandatarios europeos y no pocos organismos internacionales; los que no tuvieron la desdicha de tener delante una derecha tan sin escrúpulos como la española. Ya chocaba que el trato a Zapatero de la Prensa europea nada tuviera que ver con las insidias del PP dispuesto a lo que fuera para llegar a La Moncloa; desde donde ha seguido machacando al ex presidente para justificar sus propios desafueros, que no errores. Que el Gobierno de Zapatero no fuera de lo mejor no quiere decir que no tuviera aciertos que Rajoy ha eliminado o minimizado en función de su ideología conservadora. Zapatero, en fin, sigue teniendo su imagen exterior que es lo que ha puesto de los nervios a García-Margallo. No viene mal hacer un poco de la historia que no le conviene al ministro recordar.
Hubo un tiempo en que España pareció decidida a abrirse a Latinoamérica y comenzó a apuntar maneras que podían permitirle jugar un papel en los procesos de las naciones del subcontinente a partir de la paulatina desaparición de los dictadores sangrientos. El Rey Juan Carlos y los gobiernos de Felipe González se preocuparon de cultivar unas relaciones que tenían, por supuesto, las correspondientes derivaciones económicas y culturales. Todo parecía ir bien hasta que llegó el PP y mandó a parar; con lo que se perdió la oportunidad que igual no vuelve a darse, de que España creciera como nación democrática y solidaria. El giro que dio acabó por arruinar lo conseguido.
Aznar se apuntó a Bush y a las tesis de su administración sobre la caducidad de las democracias europeas y su actitud respecto al régimen castrista y a la Venezuela de Chávez acabó por liquidar lo que había. Casi como un símbolo de la “nueva era” quedó aquella comparecencia de Aznar por cuenta de Bush en un salón repleto de hispanos. Habló el ex presidente en aquella ocasión con un acento que a ratos parecía mexicano y a ratos portorriqueño arrastrado que reforzó su parecido no con Charlie Chaplin sino con una versión cutre de Charlot, su personaje en versión cutre. Me recordó a los amigos peninsulares que tratan de remedar inútilmente el acento canario; en la intimidad, por supuesto. Luego comprendí, con el famoso café con leche en la Plaza Mayor, en cuanta medida comparte el matrimonio Aznar-Botella las dificultades idiomáticas.
Fue Aznar el promotor del endurecimiento del trato a Cuba por la UE que le mereció el nombrete de “Franquito” que le colocó el sarcasmo de Fidel Castro. No tuvo en cuenta Aznar que en la opinión estadounidense comenzaba a calar la conveniencia de una distensión de las relaciones con la isla caribeña; de forma especial entre sectores empresariales tan deseosos de hacer negocios como de evitar que se les echaran por delante competidores de otros países. Ni se le pasó a Aznar por la cabeza que, tarde o temprano, ocurriría lo que acaba de hacer Obama. Puro pragmatismo, que es lo que priva en las relaciones entre Estados.
Si ya lo ocurrido con Cuba indicó que Aznar no se había olido las previsibles consecuencias a la larga del final de la guerra fría, su patinazo en Venezuela fue de los que hacen época. Harían bien en recordar que el 11 de octubre de 2002 hubo un golpe de Estado que derrocó a Hugo Chávez y lo mandó preso a la isla de la Orchila colocando en la Presidencia a Pedro Carmona, presidente de la patronal Fedecámaras. Participaron elementos de la oposición venezolana y los inevitables militares. La reacción de sectores del Ejército lo restituyó en su puesto dos días después: 48 horas que le bastaron a Aznar para enviar a Carmona mensajes de enhorabuena jubilosos que Chávez consideró prueba de que estaba involucrado en la asonada. El mismo Maduro nombra a Madrid cada vez que habla de conjuras internacionales contra el chavismo.
La imprudencia de Aznar no dejó de tener consecuencias. En 2007, durante la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, celebrada en Santiago de Chile, Chávez denunció el apoyo español a la intentona contra él de 2002 y calificó a Aznar de fascista. Zapatero salió en su defensa exigiéndole un respeto para su antecesor entre las constantes interrupciones del entonces presidente venezolano, que es de los que no cierran la boca ni bajo el agua. Fue cuando el rey Juan Carlos le largó su famoso por qué no te callas. El nicaragüense Daniel Ortega aprovechó la ocasión para pedir la palabra y denunció la privatización de la distribución eléctrica en su país por gobiernos corruptos de su país a favor de la española Unión Fenosa y se quejó de su comportamiento en la compra de energías a empresas generadoras. También se quejó de las injerencias de las embajadas de España y Estados Unidos asociadas con la derecha contraria a su Gobierno. Los días siguientes fueron de tensión. Chávez continuó rajando de Aznar sin dejar de mostrar su consideración tanto por Juan Carlos como por el propio Zapatero. Preguntado por el incidente, el argentino y Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, dijo que quizá no fuera la actitud de Chávez demasiado oportuna, pero que tenía razón y se preguntaba qué hacía Aznar, presidente democrático al fin y al cabo, apoyando a golpistas, respaldando un golpe de Estado.
Es evidente que Aznar desconocía muchas cosas. Por ejemplo, que Cuba pesa en Latinoamérica porque, al margen de que se comparta o no su ideología, le ha plantado cara a Estados Unidos durante décadas. La política USA del big stick ha provocado demasiados sufrimientos a aquellos países. En cuanto a Venezuela, bien sabido es que siempre ha sido una referencia en el subcontinente, de modo que Aznar eligió a los dos países menos indicados para demostrarle a Bush que tenía un amigo.
Es verdad que, de cara a la última Cumbre Iberoamericana, en Veracruz, García-Margallo se esforzó por reconstruir puentes en lo que ya está medio roto. Las inasistencias de los mandatarios de varios países y las que quienes accedieron a asistir a última hora refleja que poco puede el Gobierno español para convencer a los reticentes. Hay ya otras organizaciones regionales que, por diversas razones, entre las que figuran las ideológicas contrarias al neoliberalismo, interesan más a según qué países. No parece que le espere un gran futuro a estas cumbres que deben mucho al empeño personal del rey Juan Carlos. De por medio andan, entre otras desconfianzas no menores, las que inspira el Acuerdo de Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP son sus siglas inglesas) que sigue negociándose con el mayor de los secretismos. Suma y sigue.