Rajoy, centinela de Occidente y el superministro
Rajoy ha recurrido al miedo para persuadir al electorado de que votar PP es lo único que puede salvarle del infierno que prepara el mester de rojería por el mero gusto de mortificarnos porque ya no cuenta siquiera con una URSS como Dios manda a la que entregarle España. Ni siquiera ha resultado lo de la República bolivariana y mucho menos los soviets de Manuel Carmena denunciados por Esperanza Aguirre, cual rediviva Agustina de Aragón. Como novedad, en los nuevos mensajes peperos ya no hablan de antisistemas debido, quizá a la constatación de que el radicalismo de Podemos se reduce a reclamar que se respeten los derechos ciudadanos proclamados en la Constitución. Estos son, conviene repetirlo, además de las libertades ciudadanas plenas, los referidos al trabajo, la salud, la vivienda, la educación, la igualdad, etcétera, justo los que se está saltando a la torera o vaciándolos de contenido el Gobierno que igual resulta ser el verdadero antisistema, ya ven.
Es cierto que Rajoy accedió a La Moncloa en medio de una crisis de origen financiero ante la que no podía andarse con paños calientes. Pero una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas y esa segunda cosa fue cargar el peso de las medidas anticrisis a la cuenta exclusiva de las clases medias y populares y las pymes con una crueldad y determinación ausentes en el trato a las grandes empresas, a los bancos y a la corrupción que sólo condenó cuando comprendió que podía dañarle en las urnas.
Rajoy se lanzó a las mayores tras el varapalo del 24-M poniendo por delante el hecho, cierto desde luego, de que el PP fue el partido más votado. Lo que hace aún más significativa su debilidad ante el otro hecho, no menos cierto, de que los demás partidos se juramentaran para dejarlo fuera de los acuerdos poselectorales. Una situación que ha venido a aliviar Ciudadanos con la manita que, en el momento de escribir, estaba a punto de echarle a Cristina Cifuentes en la presidencia de la Comunidad de Madrid; tras asegurarle a Susana Díaz la investidura como presidenta de Andalucía. Para que no digan. Una vela a Dios y otra al Diablo y dejo a las afinidades políticas del lector decidir quién es quién. Por mi parte, no tengo inconveniente en aceptar que ha movido a Ciudadanos la necesidad de garantizar la gobernabilidad poniendo por delante que esos apoyos a unos y otros implican la aceptación de sus condiciones para el cambio. Eso ya se verá. En cualquier caso, es evidente que Ciudadanos ha sido hábil para situarse ventajosamente en el marco de la nueva correlación de fuerzas.
Volviendo al PP, una de sus quejas más frecuentes de los últimos días es que a pesar de ser el partido más votado los demás partidos han cerrado acuerdos para dejarlo fuera. Unas maniobras que califican de absolutamente antidemocráticas. Tanto condenó el PP que se junten los pequeños partidos para configurar mayorías que desalojen al más votado que debo recordar la larga ejecutoria pepera en esa práctica. Sin ir más lejos, en Canarias el PP se alió con CC para impedir que el socialista Juan Fernando López Aguilar, el más votado con diferencia, accediera a la presidencia de Canarias. Son muy dados los peperos a adoptar posturas contradictorias según le vaya en la verbena.
Pero, en fin, pelillos a la mar. Lo que interesa aquí, ahora, es que de repente, cuando advierten que los socialistas se están acercando a Podemos, han salido en tromba los peperos a proclamar su gran preocupación por la “deriva” de Pedro Sánchez hacia la extrema izquierda. Uno, que presume de estar curado de espantos, piensa que, en realidad, Sánchez se atuvo al viejo y muy realista adagio campesino de que no se puede arar sino con los bueyes que hay. Y sin embargo, me ha sorprendido la cólera, algo impostada es verdad, de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría en sus desagradables intervenciones últimas de reproche a los socialistas, quienes, también es verdad, no se quedan cortos de tocapelotas o de lo que corresponda en este caso. No me gusta que al acabar de hablar le dé la vicepresidenta gran manotazo al micro del escaño con absoluto desprecio de lo que, al fin y al cabo, es de propiedad pública. No sé si el gesto es su manera de expresar indignación o si responde al coraje que le da que no sea el hemiciclo susceptible de privatización. O quizá barrunta algo que no le gusta en los anunciados cambios ministeriales y no se para a pensar que no hay mal que por bien no venga y que igual puede Pedro Sánchez influir en el abandono por Podemos de sus ensoñaciones bolivarianas. Yo no creo que Iglesias y los suyos las hayan tenido nunca, pero si el PP se tragó la bola, lo lógico sería agradecerle patrióticamente al líder socialista su contribución a liberarlos de sus aprensiones.
Si nos dejamos de coñas, cabe pensar si no será que con la “deriva” de Sánchez se le ha esfumado al PP la confianza en que la mutua conveniencia partidista de pactar entre ellos le permitiría recomponer, en la medida de lo posible y con la aquiescencia del PSOE, el poder territorial perdido el 24-M. La desvergonzada propuesta a Susana Díaz de desbloquear su investidura a cambio de acceso a las alcaldías de varias de las principales ciudades andaluzas parece confirmar la sospecha de que estaban convencidos, los peperos, de que todavía funciona el bipartidismo. Es aquí, como ya apunté, donde han andado listos los de Ciudadanos al levantarle el veto a Díaz en lo que apuntan a hacer lo mismo con Cristina Cifuentes en Madrid. El centro perfecto. La jugada no favorece a los de Iglesias sino que fortalece la posición arbitral de Albert Rivera que busca Rivera; Díaz se quita de encima el latazo de Podemos y se consolida como valor en alza del PSOE; queda de manifiesto la ingenuidad de Teresa Rodríguez, que no la vio venir. Mantuvo Rodríguez, por ejemplo, la pura y dura exigencia de que la Junta deje de trabajar con los bancos que practican desahucios y Díaz, que ha demostrado astucia, aseguró que no se opone a la idea sino que le parece mejor forma de llevarla a la práctica la de Manuela Carmena, la ya segura alcaldesa de Madrid con la que dice estar acuerdo en casi todo. No es raro que la candidata de Podemos se dijera “estupefacta”, es decir, pasmada porque Díaz la dejó con la palabra en la boca y un palmo de narices.
El telón de fondo europeo
Si dejamos a un lado el que si tutú que si tatá de los pactos, de los que sabremos pronto cómo quedan, es posible adquirir cierta perspectiva de la alarma de Rajoy ante la “deriva” socialista. Diría, para facilitar la explicación y salvando las distancias, que si Franco se erigió en centinela de Occidente para impedir que la Rusia atea se la llevara por delante, Rajoy es el cortafuegos contra el contagio griego que representa Podemos. Para mí, que no creo en las casualidades, salvo en lo que uno pueda rendir a estas edades en lo que están ahora pensando, no es casual que la recuperación económica de que habla Rajoy se deba menos a su política que a la voluntad de la UE de proporcionarle bazas que le permitan demostrar que no hay otro camino que la austeridad para salir del agujero. De ahí que elogien tanto la recuperación española; ma non troppo pues ya nos dice el Gobierno al grueso de los sufrientes que esperemos sentados a que la señora, o sea, la recuperación, entre por esa puerta. Como ejemplo de esos factores externos que benefician a Rajoy y sus macronúmeros, la “flexibilización cuantitativa” del Banco Central Europeo (BCE), es decir, la compra masiva de obligaciones públicas y privadas para conjurar el peligro de deflación; lo que equivale a emitir moneda.
Esta iniciativa del BCE, impulsada por san Mario Draghi, al interpretarse como un triunfo de los países mediterráneos sobre los del Norte, que se han cabreado, nos lleva directamente al fondo de la cuestión, al cogollo del problema de la UE que puede acabar con ella: las diferencias estructurales, institucionales, de regímenes laborales, de usos económicos, de cultura y hasta de desarrollo democrático entre los miembros de la eurozona. Me explico.
Los países mediterráneos asientan su economía en la demanda interna, en el volumen de consumo interno, en la aceptación de ciertos niveles de inflación y el fácil acceso al crédito, en detrimento de la competitividad con la acumulación de un déficit exterior que se combate con el recurso de devaluar la moneda. Lo que se fue a la porra al perder la soberanía monetaria y no poder los países del euro darle a la maquinita de imprimir billetes. Este modelo explica, mejor incluso que la latitud geográfica, nuestro modo de vivir de echarnos la camisa por fuera a cada rato y consumir lo que haga falta y lo que no nos la haga tanto.
Frente a estas alegrías sureñas, consumistas y derrochadoras según se mire, podría aplicársele a los socios del Norte la descripción que hace Borges de uno de los personajes de su Historia Universal de la Infamia: varón morigerado y decente, con los antiguos apetitos muy corregidos por el uso y abuso del calvinismo. Las gentes del Norte miran más al comercio internacional, detestan la inflación, la deuda externa y el mecanismo de las devaluaciones y sus gobiernos alientan el ahorro. Wolfgang Streeck ha recordado el dicho alemán “Erst sparen, dann kaufen”, es decir, primero ahorrar y después comprar, lo que estimula el ahorro pues ese modo de entender la economía aporta estabilidad sin necesidad de devaluaciones. Por eso no sorprende que vean con horror el peligro que representa Grecia adonde los bancos custodios han llevado sus ahorros. De ahí la tipificación de los griegos y de los mediterráneos en general, como perezosos y vividores que se estallan malamente sus dineros. A lo que se corresponde, por cierto, la renovada antipatía hacia los alemanes en el sur: son frecuentes las caricaturas de Merkel y sus colaboradores cargados de esvásticas y otros símbolos nazis. No se comprenden los pueblos asociados.
Sin embargo, la morigeración y decencia no les da a los ahorradores para condenar el uso abusivo que los bancos alemanes hacen de sus ahorros, que no es parte menor del problema. Stelios Kouloglou, diputado europeo de Syriza, ha señalado, en la interminable lista de privatizaciones del anterior Gobierno griego, la venta en 2013 de veintiocho edificios que sigue ocupando ahora en régimen de alquiler, concepto por el que pagará, en los próximos veinte años, 600 millones de euros, casi el triple de lo que ingresó por su venta. Un bonito negocio para alguien. Kouloglou asegura, además, que la Comisión Europea presiona a Atenas para que continúe con las privatizaciones que interesan a los financieros alemanes. Sin olvidar las referencias del ministro de Economía griego, Yanis Varoufakis, al escaso porcentaje de préstamos a Grecia de los que apenas llegan al Estado el 9% o el 10%. Otro “alguien” al acecho.
Por otro lado, es poco creíble que los bancos con inversiones en Grecia ignoraran el engaño a la UE con sus cuentas. Como tampoco ignora nadie que los griegos no podrán pagar nunca su deuda en las condiciones que se les exigen. Lo que permite a la troika, que sigue tan operativa como en sus mejores tiempos, continuar, según Syriza, su política de amenazas, chantajes y ultimátums. Es como si hubiera elegido a Grecia como chivo expiatorio (o explicatorio, que también se dice) de actuaciones financieras dudosas al socaire de la corrupción. El origen de esta situación se inserta en la historia griega desde el final de la guerra mundial en 1945 y el estado de cosas que propició Winston Churchill. No sé el tiempo que tardarán los ciudadanos de la eurozona, empezando por los alemanes, en comprender la existencia de un intento de sustituir la corrupción tradicional griega ya arraigada por la moderna, bien financiada desde las elegantes oficinas del capitalismo contemporáneo.
En este marco de convivencia, las diferencias culturales, idiosincrasias, en la que unos trabajan para vivir y otros viven para trabajar, junto a los razonamientos técnicos y las conveniencias políticas e ideológicas, prefiguran un futuro difícil para la UE y hace que el neoliberalismo dominante batalle para anular el peligro de Syriza evitando, antes que nada, que se convierta en referencia para otros pueblos. Esta es la cuestión.
Rajoy y Tsirpas
Una rápida caracterización inicial de Mariano Rajoy y de Alexis Tsipras, el primer ministro griego, puede ser oportuna. Ya he dicho que el papel de Rajoy es contribuir a contener los escapes que se produzcan de la “cuarentena” griega. De ahí su temor a que Sánchez se acerque demasiado a Podemos, que es portador del virus. No sé qué tardarán en recordarle al secretario que sus correligionarios Renzi y Hollande están también por la contención del mal griego. Y si no es raro que a Rajoy le permitan respirar, le feliciten por los resultados de su política, que es la de ellos, tampoco lo es que le pongan en bandeja recomendaciones, como las últimas del Fondo Monetario Internacional (FMI), para que se luzca rechazándolas invocando su propia hoja de ruta, que sugiere al electorado la previsión y conocimiento tipo lucecita de El Pardo de lo que hay, habrá que aguardar a ver si Luis de Guindos consigue o no la presidencia del Eurogrupo y las circunstancias de su victoria o de su derrota.
Para Tsipras, en cambio, no hay tregua. Se considera que es Woljgang Schäuble, ministro de Finanzas alemán, quien coordina las acciones contra el Gobierno griego de acuerdo con el viejo método de leña al mono hasta que hable inglés. El acoso para asfixiar financieramente a Grecia es evidente. Ya se han preocupado de dejarle claro a Tsipras que la eurozona, e incluso la UE toda, está preparada para el Grexit, esto es, la salida de Grecia de la Unión. Si la intervención de Churchill que ya mencioné fue para impedir que los comunistas y las izquierdas accedieran al Gobierno de la península helena y cayera en el área de influencia soviética, ahora no parece preocupar demasiado que se entienda con Putin.
La cuestión es que Tsipras tiene solo dos opciones sobre el papel:
La rendición incondicional con la aceptación de las medidas de austeridad a machamartillo en las condiciones que marquen los acreedores a un país ya desgarrado por el neoliberalismo feroz y machacado por la corrupción.
Apuntarse a bruto, darle prioridad a la sociedad griega rechazando las privatizaciones y sacando adelante leyes contra la crisis humanitaria. Eso le supondría el cierre inmediato del oxígeno administrado para que vaya tirando un par de semanas más. Morir de pie para no vivir de rodillas, diría por acentuar.
Hay una tercera por la que parece inclinarse Tsipras de momento: aguantar, ganar tiempo a ver si cunde en la opinión europea que la austeridad tan querida por los países del Norte no funciona, no es la solución, aunque sí un buen negocio para quienes estén mejor situados con la ayuda no ya de los gobernantes del Norte sino de mandatarios del Sur entre los que destaca, por su entrega a la causa, Mariano Rajoy. Y en esa perspectiva, Podemos es, ahora mismo, el peligro principal por su vinculación a Syriza y la superior gravedad de la crisis española, que le ha dado mayor proyección a sus mensajes; a la que ha contribuido, además, la escasa habilidad de Rajoy y su Gobierno a juego con la torpeza general de la derecha española; aunque haya demostrado no serlo tanto, el sector empresarial que ha puesto sobre el tablero estatal la carta de Ciudadanos que no por casualidad, insistiré en que no creo en las casualidades, tiene denominación de origen catalana.
Así es si así les parece.
El sí pero no del cambio, según Soria
En su comparecencia ante la Ejecutiva nacional del PP, Rajoy volvió a decirle a su gente que no tiene otro candidato para las próximas generales que él; y afirmó que no estaba por introducir cambios en el Gobierno y en la cúpula del partido. Ganaron las elecciones y ya saben: si algo funciona no hay razón para cambiarlo.
Nadie le replicó pero enseguida se vio que muchos no estaban de acuerdo. Unos porque son barones territoriales requemados por decisiones gubernamentales en las que no han participado; y otros después de analizar mejor los resultados o porque son jóvenes con prisa para avanzar y subir en su carrera política. El empuje de las nuevas generaciones, ya saben. Rajoy captó el descontento, la decepción o el desconcierto en sus filas y anunció dos o tres días después que bueno, que vale, que a lo mejor sí que habría cambios para luego confirmar que los habrá, dicen que antes de finales de este mes.
Mientras, en Canarias José Manuel Soria se reunía con los suyos ante los que asumió la responsabilidad del desastre electoral sin que se le pasara por la cabeza, según propia confesión, dimitir, que siempre habrá quien pague el pato. El síndrome del principito que disponía de un esclavo para que lo tundieran a palos como castigo por las mataperrerías de su amito. Le pega mucho, la verdad, aunque al no disponer de esclavo se acostumbrara a recurrir a la mentira para librarse del castigo por sus maljechos. Un asunto a dilucidar por los psicólogos.
En medio de la historia de los cambios se filtró la noticia de que Rajoy piensa en Soria para superministro de Economía. Los mejor pensados vieron, como yo mismo, que sería la demostración de que contamos con una democracia tan perfecta que cualquiera puede ser ministro; superministro, incluso. Los peor pensados hicieron notar que la especie la puso a circular un periódico, El Economista por más señas, muy en la línea de los pésimos asesores de Prensa de que dispone el muy ministro a los que se les nota todo. La idea de estos cerebritos debe ser la de que lo importante es que el nombre de su asesorado esté en la pasarela y suene en las quinielas presuponiendo que siempre habrá alguien que diga hombre, no se me había ocurrido y no es mala idea. Una variante de los que desean que se hable mal de ellos, aunque sea mal, cual sería el caso.
Hace meses el propio Soria declaró que al salir del Ministerio pensaba dedicarse a ejercer su carrera en alguna embajada de relumbrón. Y hace años afirmó en una entrevista que ganaba más dinero con su carrera que en política y dado que ha seguido en ella, una de dos: decidió sacrificarse al servicio de los demás o encontró el modo de solucionar el problema. La vida política, ya saben, no es agradecida aunque todavía no he logrado comprobar si los que tal afirman padecen el síndrome del zorro aquel que, al no poder saltar lo suficiente para hacerse con el racimo de uvas pendiente de una latada, desistió y siguió su camino consolándose con que estaban aún muy verde. Aunque creo que en el caso del muy ministro la cuestión es otra y arranca del gran respeto que le tuvo siempre a la Justicia, tanto que llevó a los tribunales a todo bicho viviente a poco lo mirara esquinado. Debía tener el hombre mono y encontró, al fin, gente dispuesta a propiciarle su reencuentro con la Justicia. Así, hace unos días vinimos a enterarnos de que la plataforma digital Avaaz.org, dedicada a desvelar y denunciar los abusos de la administración y a asuntos de corrupción había colgado un escrito solicitando el cese de Soria que ya el pasado 9 de junio había alcanzado las 125.000 firmas. También se informaba de que la Fundación Renovables y la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético iba a presentar, ese mismo día, denuncia contra el Ministerio de Industria por contratar a dedo, cosa rara, a dos consultings por un importe de 595.000 euros (casi 100 millones de las antiguas pesetas) más IVA para la elaboración de sendos informes que justificaran la eliminación de retribuciones a las empresas dedicadas a las energías renovables. Soria afirmó que esa decisión se adoptó de acuerdo, precisamente, con esos informes. Pero se descubrió que una de las dos empresas no llegó nunca a realizar el suyo y que la otra lo entregó cuatro meses después de que fuera aprobada la legislación que consagraba el recorte. Si a esto añadimos la fila de pleitos entablados o a punto de entablarse en los tribunales a cuenta del pifiazo soriano; tirando con pólvora del rey, que es como llamaban en lo antiguo a lo que hoy es el dinero de nuestros impuestos.
El recorte de Soria a las renovables, sin consultar con nadie e impuesto a traición, pudiera decirse, descuajeringó en lo que a Canarias se refiere un mayor desarrollo de las renovables, frustró proyectos en marcha y afectó a ahorradores que se animaron a poner unas perrillas en el asunto. Los dos denunciantes, bien documentados, acusan al Ministerio de pretender acabar con el déficit tarifario del sector eléctrico a costa de las renovables a las que dejó colgadas de la brocha para llevarse la escalera y de los consumidores mediante la subida del recibo de la luz, mientras que a las grandes empresas eléctricas nada se les impuso y han continuado tan campantes engordando sus cuentas de resultados. ¡Qué gran funcionario se ha perdido alguna embajada! ¡La que sea!.
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