El cedro baja de las cumbres de Taburiente a las medianías
Los bosques, como todos los seres vivos, palpitan y evolucionan. Las plantas, según las circunstancias, unas veces se pliegan y otras se expanden por el territorio. En este último proceso se encuentra el cedro canario en La Palma, según las observaciones que viene realizando desde hace años Tomás Ramos, profesor de Educación Física y aficionado a recorrer los senderos más abruptos y enriscados de La Caldera de Taburiente, así como a localizar árboles ejemplares en los lugares más recónditos de la Isla. La reseñada especie, emparentada con los enebros europeos, en La Palma, según su teoría, hace décadas, se instaló en los riscos de La Caldera de Taburiente huyendo de “las talas masivas y abusivas”. Sin embargo, desde que en el año 1953 se incluyó en el catálogo de vegetales protegidos, poco a poco, va descendiendo de altitud y cada vez se ven menos en las cumbres y más en las medianías.
El director-conservador del Parque Nacional de La Caldera, Ángel Palomares, señala al efecto que no hay datos oficiales que constaten la mencionada mudanza del cedro canario (Juniperus cedrus) en el espacio acotado y zonas próximas. Según el inventario realizado en 2001, comenta, la mayoría de los cedros del recinto natural están en las zonas altas, “porque es donde más abundan los ejemplares grandes que son los que mejor se detectan”. Precisa que también hay algunos en zonas bajas, pero no demasiados. Igualmente se ven varios en El Riachuelo, a cota 900 o 1.000 metros, y por encima de Los Llanos a cotas próximas a los 500 metros. Exactamente, en el año 2001 se censaron un total de 1.668 ejemplares. De ellos, detalla, 1.574 son adultos y 94 juveniles.
Tomás Ramos señala que, tradicionalmente, “desde que se comenzaron los primeros estudios botánicos contemporáneos sobre el cedro canario, se dijo y se repitió que era una especie arbórea natural de grandes alturas y risco; en concreto, sobre los 1.900 y 2.000 metros en adelante”. Al principio, indica, “estas afirmaciones parecían irrefutables, sin discusión” pues, añade, “los escasos cedros que se encontraban estaban en su inmensa mayoría colgados de los riscos, retorcidos”. En La Palma, insiste, una buena parte se hallaba “en las zonas más altas de las cumbres de La Caldera”. Pero luego, apunta, “comenzaron a aparecer datos que no casaban con esta teoría”. Por un lado, subraya, “la existencia en la toponimia de las islas occidentales y en Gran Canaria de lugares que nombraban a esta especie, como el monte del Cedro, montaña del Cedro, Degollada del Cedro, situados a cotas bastante más bajas de las que supuestamente le correspondían”. Por otro, “el encontrarse también a cotas más bajas algún caso muy particular de un ejemplar con muy buen porte y salud, como sucede en La Mata (Garafía)”. Asimismo, expone “los primeros ejemplares plantados en parques y jardines o casas particulares mostraron el vigor y buena adaptación de esta especie a dichas altitudes de medianía”. No obstante, dice, “siguió sosteniéndose en la mayoría de escritos botánicos que, aunque adaptable a otros lugares, el óptimo y natural del cedro era la alta montaña canaria”.
Sin embargo, expone, “la actuación natural de repoblación y recuperación por sí misma de la especie, desde que en el año 1953 pasó a ser protegida, ha dado la puntilla final a esta apreciación al parecer errónea”. En La Palma, subraya, “si investigamos con detalle, podemos ver pruebas muy convincentes de ello”. Al efecto resalta que “si visitamos y recorremos La Caldera cuidadosamente, vemos que la mayoría de nuevos ejemplares nacidos en los últimos 60 años de protección de la especie, no han tenido lugar en las cumbres superiores del Parque Nacional”. Allí, insiste, “en lo más alto, junto a los viejos ejemplares centenarios, retorcidos y a veces agonizantes, apenas encontramos alguno nuevo, a pesar de la relativa abundancia de semillas que hay por la floración de los ejemplares antiguos”. Por el contrario, asevera, “en cotas más bajas, junto al pinar, a muchos kilómetros del ejemplar adulto más cercano, vemos aparecer con vigor nuevos pequeños cedros, que crecen esbeltos, rectos y esplendorosos”.
Diversificar el bosque
Algunos, razona, se cuestionan “por qué estaban entonces la mayoría de cedros antiguos en los riscos y grandes alturas, con esa tipología de tronco retorcido, si esa no era ni su forma ni su lugar natural más adecuados”. La explicación, desvela, “está en la tala masiva y abusiva de unos árboles cuya madera era apreciadísima y muy cara”. Alega que “solo escaparon aquellos árboles que estaban en lugar demasiado difícil para llegar a ellos y retirar la madera, o ésta, la madera, estaba tan retorcida o en mal estado que fue descartada por inservible”. Es más, agrega, “todavía se pueden encontrar en La Caldera, en zonas de pinar más bajo, grandes tocones de cedros gigantescos que fueron talados posiblemente en los años 30 o 40 del pasado siglo XX”.
“Los que ya peinamos canas”, arguye, “podemos recordar cuál era en épocas pasadas uno de los regalos más apreciados, de ricos como se decía, que se podía hacer: una cajita de madera de cedro con puros palmeros. Caja que luego se guardaba como oro en paño, pues así era de importante su valor”.
Esta visión sobre el cedro canario, opina, “parece que se está abriendo camino por fin entre el mundo de la botánica” de las Islas. Considera que “no estaría mal que se consolidase con una buena repoblación de cedros canarios en zonas protegidas de cotas medias, medio-altas”, toda vez que “ya tenemos pinar más que suficiente, y sería bueno diversificar algo nuestros bosques”. Puntualiza que “el único y terrible problema es que el cedro canario, entre el pinar, tiene un peligro añadido: los incendios forestales”. El pinar canario, resalta, “no muere en los incendios, el cedro canario sí, y eso, en estos tiempos de recortes, incluso en la prevención de fuegos, es un serio hándicap”.