Anselmo Pérez de Brito

En el siglo XVIII la isla de La Palma no se encontraba gobernada por ayuntamientos, tal y como sucede hoy en día, si no por una única entidad llamada Cabildo. Regido por familias con renombre tal y como sucedió en épocas de conquista, estos nobles políticos y religiosos hacían y deshacían las leyes a su antojo, el pueblo vivía por entonces en la sombra y en el ocultismo absoluto.

Estos acontecimientos se sucedieron hasta 1773 siendo el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma el primero de España en ser elegidos sus representantes por votación popular.

Compartiendo desde mis humildes conocimientos sobre la nueva cadena histórica que lanza esta Real Sociedad Cosmológica sobre el por qué de los nombres de muchas de nuestras calles, me propuse hablar y datar a alguien que sin duda alguna ha representado a los palmeros a lo largo de nuestra historia, don Anselmo Pérez de Brito.

Nacido en Juan Adalid, Villa de Garafía, el 21 de abril de 1728, queda huérfano con tan solo dos meses de edad. Es acogido por don Tomás Reje, organista de la Iglesia de El Salvador, en Santa Cruz de La Palma, quien viendo su talento lo ingresa en el convento dominico.

Desde muy corta edad se convierte en escribano, lo que le permite aprender sobre leyes y es aquí donde comienza su historia.

Recién casado, se traslada a Sevilla junto a su esposa María Teresa Aubert cursando los estudios de Derecho y nuevamente regresa a la Isla, siendo considerado uno de los baluartes de las nuevas leyes en toda Canarias.

El 5 de mayo de 1776, el Rey Carlos III por Real orden, insta que en todos los cabildos, además de los regidores tradicionales, tuvieran cabida tres representantes del pueblo, elegidos libremente por votación indirecta lo que a los regidores les causa una gran controversia no haciendo caso a la nueva orden.

Salen elegidos Pérez de Brito, Santiago Aubert y Juan Jacinto de Silva, quienes tuvieron que luchar durante siete años para hacer valer las leyes. Los burgueses, viendo tambalear su poder, acudieron al Ejército quien abordó a Baltasar Martín, siendo encarcelado en el Castillo de Santa Catalina durante dos años. Siendo liberado, tras largas torturas, vuelve a la batalla consiguiendo que la nobleza le recompensara económicamente. De poco le sirvió, pues fallece a los 44 años debido al mal trato recibido.

Cuatro meses después de su fallecimiento, los burgueses son expulsados y Santa Cruz de La Palma se convierte en la primera institución por votación popular de España.Hoy en día, sus restos descansan en el convento dominico que le vio crecer.

Llamada antiguamente Calle La Marina, tuvo el privilegio de ser la calle principal de la capital durante más de 478 años, momento en el que la Avenida Marítima le restó el protagonismo correspondiente.

Hoy, conocida como Calle Real debido a la visita de Alfonso XIII a La Palma en 1906, goza sin duda alguna de esplendorosas viviendas del siglo XVI y XVII únicas en el mundo por su construcción, incluso realengas de primer orden.

En 1587, Felipe II sacó las Reales Ordenanzas sobre higiene y privacidad, prohibiendo escupir, lanzar aguas a las calles, defecar, poseer animales cerca de las viviendas y la higiene personal entre otras muchas.

Pero en estas ordenanzas hay una que va dirigida especialmente a las ciudades de Granada, Santa Cruz de La Palma, La Laguna y Las Palmas y es la prohibición de construir balconadas exteriores ya que estas atentan contra el suelo público y la intimidad del paseante.

Son las Calles Odaly y Pérez de Brito en la actualidad (antiguamente calle de La Marina), las que esta ley obliga al desarme de todo tipo de balcones y es cuando comienzan a construirse las grandes balconadas en interiores.

Los entonces regidores que ya gobernaban en el actual Ayuntamiento, hicieron caso omiso a esta ley y decidieron construir pequeños miradores, pues la ley no los contemplaba como balconadas.

En 1923 se adoquina la calle tal y como la vemos hoy en día.