Espacio de opinión de La Palma Ahora
Enterrado en los ojos que un día besó (11)
Stephanie, no hay dolor más atroz que ser feliz
Decías anoche ouve-me por favor bésame aquí.
Stepahanie, se que tu corazón fala de min
Y eso es dolor Stephanie
Stephanie, yo ayer estaba solo y hoy también
Pero en mi cama ha quedado el perfume de tu piel
Te veo salir por el pasillo del hotel
La vida es cruel Stephanie.
Stephanie, hay una sombra oscura tras de ti
De tu ternura recuerdo la mirada azul turquí
Dos pies calientes, tus palabras de amor en portugués
Pero no a ti Stephanie
Sé más valiente, hazme saber si va a sobrevivir
Entre la gente el color de tu pelo Stephanie
Debes de vivir la soledad que sales a vender
Sé más mujer Stephanie
Stephanie, yo tampoco te quiero, más tu amor
Por el dinero ha olvidado al obrero y al señor
Esta canción que pregunta por ti, que no ha dormido
Es puro olvido, Stephanie.
Mientras se escuchaba Stephanie de Alfredo Zitarrosa nadie que estaba en el ágape mencionó una palabra, todos hicieron del tiempo que transcurría sano y dulce silencio. A Hiperión hubo que llenarle por tres veces su copa de manera colma. Stephanie era la canción preferida de Hiperión. Se la cantó muchas veces a Mónica, que estaba en aquel momento con los ojos llorosos.
Al acabarse de escuchar la canción, los funcionarios del crematorio trajeron la urna con la reduccion, fumé, de cenizas de Hiperión. La copa de Hiperion volvía a estar vacía. Se comentó de que si en vez de estarle rellenando la copa a Hiperión, si dejarle una botella de absenta entera abierta, varios porros encendidos, y una tacita de café, como se suele hacer en los rituales de la santería cubana, aunque ellos, los santeros, utilizan ron en vez de absenta, y habanos en lugar de porros. Todos miraron al Chivato Tántrico para saber su opinión, que levantando las cejas dijo: “ ¿Y por qué no?”.
Los camareros de La Taberna de Chueca comentaron que el día siguiente era fin de año, -aunque quizás algunos lo habían olvidado-, que lo iban a celebrar haciendo una fiesta de disfraces, y que a Hiperión le gustaría ir, aunque ya no necesitase de disfraz. Los padres de Hiperión y Mónica dijeron que sí, que ellos podían pensar en lo de el disfraz al día siguiente, que tendrían todo el día uno de enero para descansar, y que el día siguiente, dos de enero, el avión que los llevaría a Alemania, para esparcir las cenizas de Hiperión sobre la tumba de Hölderlin, en Tübingen, no salía temprano, lo hacía pasado el mediodía. Los camareros dijeron que aparte de la sorpresa de los disfraces iba a haber otra más: Una persona que nadie se espera quién es, vendrá desde Barcelona ese mismo día treinta y uno en el puente aéreo. Y no quisieron decir nada más sobre este personaje, solo que partiría el año disfrazado de Ben Turpin entre ellos.
El Chivato Tántrico, sin venir a cuento, se empezó a reír, aunque aparentemente no había causa para ello, como decía nuestro amado amigo Antonio Caritas: “¡Y no había causa para reírse!”. ¿Quizás los porros? ¡Quizás! Mónica le preguntó al Chivato que por qué se reía, y le contestó que se estaba acordando del guardia civil de la aduana de Barajas que casi no los deja salir de aquel territorio porque decía que los había visto en una foto, a ellos tres, en un libro, La ciudad soñada, que había traído una pasajera en el vuelo anterior de Tenerife, y que estuvo a punto de no dejárselo pasar por ser atemporal. El guardia civil comentó que no sabía bien si aquella palabra estaba mal dicha o no, pero que él sabía lo que quería expresar con ella, atemporal, que estaba publicado en el 2.016, cuando el día de la fecha era treinta de diciembre de 1.971.
Mónica sacó de su bolso el libro, La ciudad soñada, y se lo enseño al Chivato. El Chivato Tántrico, Ninnette y Lissette examinaron todas las fotografías que contiene el libro. Dijeron que conocían perfectamente el sitio, el Kiosco el Ancla, como ella bien sabía, y a algunas de las personas que salen en él, pero que ellos no estaban en ninguna de aquellas fotografías, que además son de bastante antes de cuando ellos llegaron por primera vez a La Palma de la mano de Juan Francisco Capote, biólogo, veterinario y buen amigo.
Mónica le requirió con la misma pregunta. El Chivato Tántrico le contestó que no sabía por qué, pero que le respondió al agente de la ley, sin pensárselo, que si lo de la fecha de la publicación de La ciudad Soñada no habría sido un error mecanográfico, y que el agente le dijo:“¡Otra vez con esa palabra del carajo!” “¡Mecanográfico!” “¡Pasen, pasen!” “Saquéenseme de delante de mi” El ágape se convirtió en una gran carcajada. No parecía que estuvieran en un cementerio, aunque la muerte y la risa muchas veces van juntas. Era la voluntad, fielmente expresada, de lo que quería Hiperión, que fuesen juntas risa y muerte, muerte y risa, al menos por ese día.
La botella de absenta, los porros, y la taza de café que le pusieron a Hiperión se quedaron en restos, cenizas, o fumé, como el mismo cuerpo de Hiperion. Uno de Los Cofrades comentó:“¡Claro, como él no va a tener resaca mañana, puede beber y fumar todos los porros que quiera!” “¡Así, con esa ventaja, juega cualquiera!”
Los agapientos acabaron con todas las existencias y decidieron llamar a distintos taxis para regresar a casa y volver a buscar los coches el día siguiente al cementerio, aunque en aquel entonces no había controles de alcoholemia, solo sentido común. Dijeron que no les vendría mal el ir a echarse una siesta a casa, descansar, e ir a cenar temprano a La Carmencita, en la calle La Libertad número 16, cerca del Comunista, pues el disfraz de la fiesta de fin de año lo podían comprar al día siguiente por la mañana o al mediodía, después de haber ido a recoger los coches al cementerio.
Los padres de Hiperión llegaron con Mónica a la puerta de la casa. Al abrirla, antes de entrar en el dormitorio, escucharon el teléfono que lo cogió la madre. La llamada era de Alemania. Una amiga suya la estaba poniendo al tanto de que los padres de Sigrid le habían dicho que El Ángel Pelirrojo había muerto, en el sanatorio psiquiátrico, en donde llevaba tiempo ingresada, la madrugada del pasado día 28 al 29, -la misma madrugada en la que el cuerpo de Hiperión también se despidió de la vida-, y que iban a esparcir las cenizas el próximo día 3 de enero, en el Santoral Santa Genoveva, sobre la tumba de Hölderlin.
La madre de Hiperión puso al tanto a su amiga de que su hijo había muerto aquella misma madrugada, y que también iban a esparcir sus cenizas en el mismo sitio y a la misma hora. Colgó el teléfono y se fue caminando con su marido hasta el dormitorio. En la cama le dijo: “¡Qué casualidad! Yo me quedé embarazada de Hiperión en la playa de al lado de Los Cancajos, donde dieciséis años más tarde Hiperión se inició sexualmente con Mónica, el mismo día en que yo conocí a Sigrid, El Ángel Pelirrojo. Se mueren ellos dos la misma madrugada, casi a la misma hora, y ambos han querido esparcir sus cenizas sobre la tumba de Hölderlin” El padre de Hiperión le dijo a su mujer que se diese la media vuelta, que le diera la espalda, se abrazó a ella con una mano en cada uno de sus senos, y se quedó dormido. Volvió a soñar con Sigrid.
Soñó con las miles de botellas que bebió El Ángel Pelirrojo después de su último desengaño amoroso. Las miles de botellas con las que los taxistas compraban sus favores sexuales. El tráfico continuo de sexo, alcohol e indefensión, que hubo en su casa azul y blanca de la calle Drago, con un bebé que cada vez que venían taxistas cargados de botellas lo escondía debajo de la cama para hacerles lugar a ellos. Soñó con cuando le dijeron que la familia de Sigrid la habían venido a buscar a La Palma para llevársela inconsciente, catatónica, a Alemania e ingresarla en una clínica psiquiátrica, donde los taxistas alemanes volvieron a traficar con sus pecosas carnes dormidas. Soñó con que un poco más tarde, en esa misma clínica, volvió a quedar embarazada y cogió una enfermedad mortal que más tarde se le llamó SIDA, lo que produjo todo un escándalo con dimisiones políticas, lo que en España casi nunca ocurre, en Alemania. En medio de todos aquellos sueños pelirrojos, soñó que le daba vergüenza no haber podido hacer nada por evitar aquella caída a los infiernos de los taxistas del Ángel Pelirrojo, la que también hubiese podido ser su mujer. Soñó con que estaba soñando con un mar de pecas. Y lloró en sueños, lloró dormido, lloró como nunca lo había hecho durante su vida, pues era un hombre al que nunca nadie le había visto llorar despierto, ni siquiera él mismo.