Espacio de opinión de La Palma Ahora
Luis Cobiella, en “las orillas de Dios”
(Dedicado a Concha Capote, que sabe que tenía la deuda de reunirnos con él y repasar juntos los versos del Carro “María en las Orillas”).
"Cristo negro, plata inerte velando en la cabecera de una caja de madera el desvelo de la muerte: ¿cómo podré yo quererte si sólo empieza tu guía después del último día? Si eres corazón pintando ¿cómo podrá mi pecado salvarse en tu lejanía?"
¡Qué difícil resulta escribir cuando un torbellino de sensaciones nos confunde. Uno no sabe si recurrir al telón de fondo de una partitura, escuchar las voces infantiles del último Minué o revivir uno tras otro los ensayos y representaciones del Carro “María en las Orillas”, que para los que participamos en él, allá por 1975, sigue con la vigencia de un latido de Luis Cobiella en nuestra sangre. Todavía recito sus versos en fidelidad espiritual con el autor y con la vida: “?porque en sus puestos siguen estando los poderosos /y en sus miserias los humildes, / porque los que tienen hambre mueren de ella, / y nadie ha despedido todavía a los ricos con las manos vacías”. Yo añadiría como Luis Rosales que “el dinero ha perdido su inocencia, si es que la tuvo alguna vez”. Cobiella y Rosales, al principio no entendí la afinidad hasta que un día Luis, el nuestro, me habló de la peregrinación expiatoria del poeta granadino, que perteneciente a una familia conservadora, poco pudo hacer para salvar a su amigo García Lorca, viviendo luego un infierno hasta alcanzar una visión cristiana y a la vez existencialista de la realidad de todos los días.“La palabra del alma es la memoria / y en el bosque donde vuelve a ser árbol cada huella, / la sustancia del alma es la palabra”.
Este recuerdo, Luis, no pretende otra cosa que demostrar que tus enseñanzas aún son válidas y que muchas personas las consideramos lo suficientemente ricas para hacerlas perdurar en la memoria. “María en las Orillas” fue algo tuyo que un grupo de jóvenes hicimos nuestro y evocar aquellos versos es una manera de volver eternas tu obra y nuestras vivencias, con la pretensión de aproximarlas a otras generaciones e impedir que tu mensaje caiga en la niebla de una amnesia colectiva. Esto es algo que no debe suceder, máxime cuando sabemos que tu labor es un legado de manifiesta actualidad: “Se entiende el grito. / El hombre grita./ Duelen a flor de piel, sonoros, los dolores./ Pero ¿quién grita? / ¿gritas tú, poeta, encarnando los gritos de los hombres? /¿o grito yo de oírte?” Hoy, querido amigo, hay lugares concretos, donde oímos gritos murientes de una carne viva que ?como dices en tus versos: “Los oídos de amor sólo conocen”.
La vida de Luis Cobiella fue una gesta, un desafío, una aventura sin fin, guiada por una vocación sin límites? “Una vida que fue aire dispuesto al vuelo de cualquier ave, / al ave de cualquier nido, / al nido de cualquier parte,/ cualquier mirada que busque,/ cualquier palabra que salve, / cualquier gesto que construya, / cualquier estar que acompañe,/ cualquier ansia de respeto, / cualquier corazón que llame?” Luis, además de cultivar las letras y las artes (la poesía y la música formaban parte de su ser), nunca olvidó otras facetas: entre ellas, la de profesor (era Licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de La Laguna), la de empleado de Unelco, (hoy Endesa) o la de fundador y director de programas de la antigua Voz de la Isla de La Palma. Profesionalmente no podía vivir de la poesía y de la música, pero se entregó a ellas en un reto que, como a todo gran artista, le hizo libre. “Y aprendió a oír el arte, / más también a encontrar,/ en la noche donde se bebe el cáliz, al hermano / y, con él hermanado, gritar su carne, proclamar su nombre”.
Luis Cobiella por encima de títulos y méritos (no olvidemos que era Académico emérito de la Real Academia Canaria de Bellas Artes y Premio Canarias de Bellas Artes e Interpretación, 2002), era una persona solvente en lo profesional, gozoso de su vocación y entrañable a la hora de expresar esa humanidad que le permitió ganarse el cariño de todos. Le gustaba ser un hombre del común? Pero es poco común quien, como él, ha luchado por la dignidad de las personas y se ha empeñado en proteger y preservar los derechos humanos? En la defensa de los pobres: “Los pobres, donde amor y rencor han de estar juntos porque no hay más habitaciones; / los pobres, los que nunca serán especialmente nombrados en el Libro de Visitas; / los pobres, los que no han de constar en una ficha como insignes dadores de diamantes; / los pobres, a quienes dan toda esperanza excepto la esperanza de no serlo;/ los pobres, los que en la noche oscura de Belén/ esperando alumbrarse y ser por sí,/ ven las puertas cerradas y aplazado su gestado derecho a ser persona / hasta el día siguiente de morir”.
Dicen que quien roba la grandeza a una figura insigne le roba asimismo grandeza al pueblo que la forjó. El esfuerzo, el sentido creador y las actitudes acercaron a Luis, a través de las fiestas de la Bajada, a las entrañas propias del pueblo: “La Palma, ese misterio, /esa dulce mentira,/ esa leyenda disfrazada de historia culpablemente lenta,/ ese estar apacible cuya paz se suicida en pereza,/ esa isla que llora con la Loa y cree en los Enanos más que en ella”. ¡Hay que ver cómo retrató en estos versos a La Palma y a los palmeros! La desnuda verdad de cómo somos. Hombres y mujeres que necesitamos la inocencia para vivir a costa de ella. A veces pienso que si no negáramos esa evidencia acabaríamos por entendernos y todos nos fundiríamos en una piedad mutua. La piedad que sentimos por nosotros mismos, al apreciar que nos falta perseverancia y coraje para progresar en un ilusionante camino y compartir la conciencia moral y el sentido de la justicia que Luis Cobiella tenía: “?yo sé que tú no quieres que se amplíen los templos / mientras alguien sobrevive en una cueva”. Solidaridad y desprendimiento: “La paz es solo para quien haya renunciado / en bien del hombre, bajo el sol, / a un poco de color, / a un poco de alimento,/ a un poco de sí mismo”. En su “Memoria libertaria”, Carlos Díaz señala que “Dios ?para los cristianos, Cristo ?sólo es posible si se acerca al prójimo”. El espejo de esa plenitud de amar a los demás y ser amado o amada en los demás, Luis lo tenía en su propia casa. En Concha, su esposa, su mujer, su compañera comprometida en labores sociales, a favor siempre de los derechos humanos y en permanente lucha contra la violencia, el arquetipo heredado de “mamá Loreto”. Otra vez en palabras de Rosales, “debo decir, amiga Concha, que Luis contaba tus desvelos, tu actitud y tu cariño entre sus bienes gananciales”.
Un día me dijo que para ser amigo suyo tenía que apear de su nombre el “don, y, desde entonces, le llamé Luis. Y Luis pasó a ser para mí un hombre cotidiano, sin dejar de ser un hombre poco común, que brillaba con luz propia. Y ha sido tanta esa luz, que muchos nos conformaríamos con que nos alcanzara, sólo y de roce, su reflejo. La luz que ha iluminado lo mejor de nosotros es luz que no se olvida y, aunque nos llene de luto en la memoria, siempre empieza el recuerdo cuando la luz se acaba. Santa Cruz de La Palma está de luto. Uno de sus hijos ilustres, Luis Cobiella Cuevas, nos ha dejado: ”Se ha muerto como el aire muerto de las palmeras quietas / y ya descansa en la paz a la que tienen derecho los jazmines;/ una tarde hacia el sueño después de la jornada“.
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