El monocromo que insta a odiar

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Odio. Según la RAE (Real Academia Española) el término odio es definido como: “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”. Así redactado, bien podría parecer que la rima suaviza el dolor que se esconde tras un solo concepto, pero lo cierto es que no hay ninguna sucesión de palabras, aunque estén mejor o peor escritas, que puedan llegar a explicar y justificar las acciones que ocurren en nombre del odio. Un nombre que parece ser, hoy en día, cada vez más común entre individuos de toda índole, empezando a ser utilizado, en algunos casos, como diminutivo o sustitutorio del nombre propio del rostro que hay detrás. Un nombre que recorre las calles, de boca en boca, de persona en persona, convirtiendo el odio individual y personal en un sentimiento colectivo que parece adueñarse de nuestra manera de interactuar con los demás. Es curioso como un término que surge, en la mayoría de los casos, desde la discriminación, no discrimina a nadie. Todos estamos expuestos a sentirlo en nuestras propias carnes.

Hablemos entonces de ese término, de ese que, como ya hemos dicho, podemos llegar a experimentar o ya habremos experimentado, cualquiera de nosotros, en algún momento. Hablemos de como un sentimiento puede ir derivando y cambiando tu manera de estar y ser, volviéndote una persona agresiva y aislada que se justifica, en esa única palabra, y genera angustia en aquellos que considera como la causa de su malestar. Hablemos de todos los que lo sufren, hablemos de todos los que lo luchan, hablemos de todos, en general, y de ninguno, en concreto. Porque ese odio, ese sentimiento del que hemos estamos hablando, se pierde entre tanta palabrería y solo puede llegar a entenderlo aquel que lo siente. Y desde hace un par de semanas atrás, son muchas personas las que lo entienden, las que sienten el peso de su significado.

Los delitos de odio han ido creciendo en el último año, como un pequeño abeto que no para de ser regado con el agua de nuestro desprecio. Habíamos logrado ver un descenso en las cifras de víctimas por esta causa durante el año pasado, pero muchos coinciden en que fue debido al período de confinamiento que vivimos durante el 2020; ya que, si analizamos los datos recogidos por el Ministerio del Interior, se puede apreciar, en este último año, un aumento del 9,3% con respecto al año 2019. Lo que nos hace preguntarnos cómo es posible que al mismo tiempo que se aprueban nuevas leyes para mejorar la convivencia e integración de todas las personas, como la Ley Integral para Personas Trans o la “Ley del solo sí es sí”, también ocurra esto; cómo es posible que al mismo tiempo que avanzamos por el supuesto camino de la igualdad, también estemos retrocediendo por aquel que se construye de nuestros valores, derechos y libertades. Y la respuesta a esas preguntas, en pleno siglo xxi y dolorosamente, nos llega en forma de oleadas de agresiones a determinados colectivos de nuestra sociedad.

Si volvemos a la definición citada, el odio es “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”, nos damos cuenta de que hablan del odio de una manera externa al individuo, es decir, con esta frase pareciera que solo se odia a alguien o a algo lejano a uno mismo. Pero, siendo honestos, el odio no solo es externo sino que también funciona de manera interna, hacia nosotros mismos y, a veces si no siempre, este tipo de odio es el más compartido y es el que termina haciéndonos más daño. Todos conocemos la falsa denuncia que inventó un joven de 20 años en el madrileño barrio de Malasaña, pero todos, del mismo modo, desconocemos qué lleva a un adolescente a verse en la tesitura de simular un delito de odio, de denunciar una agresión homófoba inexistente.

No todo es blanco ni negro, a veces, en los matices de grises intermedios se esconden ciertos términos, se ocultan personas y hechos, se camuflan nuestros verdaderos sentimientos. No debemos con esto justificar, ni quitarle la gravedad, que tiene el hecho de inventarse tales acusaciones, pero tampoco debemos pasar por alto que nada se hace al azar y que este joven, este adolescente, no actuó así por simple aburrimiento. Como hablamos, el odio existe y es real, y este hecho no debería olvidarlo, no debería ser utilizado como una manera de seguir atacando a un colectivo, porque claramente, aunque no hablemos de un delito de odio, el odio sí que está implícito en este delito. El odio que ha generado, en este joven, una sociedad del silencio y el ocultamiento, del tabú hacia nuestros deseos y libertades sexuales, de la vergüenza hacia aquello que se saliera de la norma. El monocromo, el verlo todo desde solo una perspectiva, el no ponernos en el lugar del otro, nos insta a odiar. Y es que odiar es lo fácil, lo realmente sencillo, pero en cambio, entender, empatizar y amar, eso ya necesita de nuestro valor y coraje, pero sobretodo, requiere de educación.

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