Una persona muy querida que ya no está en este mundo, cuando las cosas iban mal, decía que tenía el pechito apretado. Digo esto a cuento del estudio de Sanidad y Neumología sobre el efecto del volcán en la respiración de los palmeros. En mi afán de colaborar con la ciencia aportaré mi experiencia personal: cuando mi casa se movía y caían objetos de los estantes a mí se me apretaba el pechito, y no te digo cuando en medio de la noche sentía vibrar la cama, ahí mi respiración se aceleraba ligeramente, pero de modo irregular, como un ritmo de reggaetón o algo así. No digo nada cuando me detuve por primera vez en la plaza de Tajuya y vi aquellos ríos de fuego bajar de la cumbre, aquí mis pulmones primero se bloquearon y luego comencé a hiperventilar como si llevará un helicóptero en el pecho. Por cierto, un día subí a la montaña de las Toscas en Mazo y sentí el rugido del volcán dragón como si estuviera en la primera fila de un concierto de Metállica. Los graves golpeaban mis bajos sin compasión y me fui antes de que mi diafragma, ya muy castigado por excesos de juventud, se rompiera. De los gases y las cenizas mejor me callo. Después de esto sólo me falta un desembarco de las fuerzas de la OTAN en Los Cancajos en plan Normandía mientras tomo café en el Tiuna, y es que por atlantista que uno sea estos pulmoncitos serranos que Dios me dio ya no dan para más. Y esto viviendo en el Este, que no te digo nada de los amigos que viven en el Oeste.