Santo Tomás y las compras online

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Reconozco, señorías, pertenecer a esa tribu de dinosaurios que cuando compran una cosa tienen que verla antes y palparla, quiero decir que el tema online no me va. De aquí ya podrán deducir porque mi santo favorito es Santo Tomás, aquel que tuvo que tocar las heridas de Cristo para creer que era Él. Santo Tomás jamás hubiera comprado nada online, y ya está. Hombre de poca fé, pues sí, vamos, creyente de andar por casa. Pues he aquí que tocan a mi puerta y vivo en un catorce, atalaya perfecta para un voyeur, cosa que no soy por las mismas razones que no compro online, como digo tocan a mi puerta abro y me encuentro a un señor encorbatado y a una señorita con una exigua minifalda que me dice a bote pronto: “Señor, aquí le traemos su híbrido (ya no recuerdo bien si dijo híbrido o eléctrico) esperamos sea de su agrado”. Ante mi puerta y ante mi estupefacción había un precioso vehículo de una marca que no voy a decir. “Aquí le adjuntamos carta de pago y condiciones aceptadas anteriormente por usted”. ¿Cómo diablos subieron el coche? Cuando salí de mi asombro les dije que yo ni siquiera sabía lo que era un híbrido, que yo era ya un anciano, un fósil, y un escéptico, que sólo creía en lo que veía, que eran las energías fósiles de toda la vida, santa Greta Thunberg me perdone, que yo era pobre y que cuando todas las energías fueran limpias como el oro en paño y la Tierra fuera un paraíso ecológico yo ya habría pasado de fósil viviente a fósil pudriente como mucho… En fin, el coche sigue ante mi puerta y de vez en cuando me envían facturas que yo devuelvo con tremendo swing. Mi mujer me dice que vaya al defensor del pueblo y yo le contesto: ¿De qué pueblo?

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