El sonido del silencio

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Dicen que el silencio no existe, que la ausencia de sonido en una sociedad tan habitada como la nuestra es una quimera, pero también es cierto que, nuestra ilusión de silencio en esta isla paradisíaca y tranquila a la que llaman La Palma y nosotros conocemos como hogar, a menudo, se confundía entre el canto de los pájaros y el arrullo del mar. Al menos, así era hasta ayer, hasta que el núcleo ardiente de nuestra isla despertó de un sueño de cincuenta años. Dicen que el silencio no existe, que es aquel sonido al que no prestamos atención, pero este ruido que ahora abarca nuestro silencio es muy complicado de olvidar e imposible de pasar por alto.

Este domingo, pasadas las tres de la tarde, el silencio, realmente, nos dejó de acompañar, los pájaros cesaron su vuelo y en su lugar, el rugido ensordecedor del interior de la tierra nos empezó a cantar. Una melodía que iba al ritmo de las explosiones y sacudidas del terreno y que nos mostraba lo imparable e impredecible que es la naturaleza.

La fuerza de la naturaleza nos mostraba su esencia más pura a través de un volcán, el cual entraba en erupción en la zona de Cabeza de Vacas (en el municipio de El Paso); nos recordaba el origen volcánico que tienen nuestras islas y que, a menudo, olvidamos. La fuerza de la naturaleza nos empezó a bañar con su lluvia de ceniza a medida que el magma empezaba su carrera de descenso a través de la antes abundante vegetación y, desgraciadamente, algunos núcleos poblacionales. Por suerte, no hay que lamentar ninguna pérdida humana, pero habrá que esperar para calcular los daños ocasionados en aquellas viviendas, infraestructuras, cultivos…que la lava devorará a su paso. Ya han sido desalojadas más de 5000 personas y muchas de ellas rezan por poder volver a su hogar.

No podemos negar la importancia que ostenta este hecho de la naturaleza, que sigue escribiendo cada día un nuevo relato en la ya increíble historia de Canarias, pero no podemos, tampoco, caer en el absurdo mediático ni en el egoísmo individual. Ayer, mientras muchas personas lloraban por sus pérdidas, por tener que abandonar, nuevamente, su hogar en un terreno que empezaba a cicatrizar las heridas ocasionadas por el incendio del pasado agosto, otras tantas acudían en masa a presenciar este “espectáculo” que ha generado la naturaleza y que camufla la desgracia de unos pocos entre el asombro e impresión de otros muchos. Debemos ser conscientes de la situación que se está desarrollando y, sobre todo, no entorpecer en las labores de aquellos que siguen trabajando para que los daños solo sean materiales. Debemos entender el sufrimiento y el dolor de todos aquellos que han perdido o van a perder la seguridad que habían ido levantando con su esfuerzo y trabajo y, debemos tender la mano a todas las personas que, en un futuro bastante cercano, necesitarán de nuestra ayuda para volver a levantar su vida y recoger los restos de su pasado.

Aún se desconoce la duración que tendrá la erupción volcánica pero todos somos conscientes de que habrá tiempo para acercarnos, si así lo deseamos, para presenciar este acontecimiento histórico. Pero mientras, debemos ser responsables y respetuosos con todas aquellas personas que, al mismo tiempo que la brecha de lava dibujaba su recorrido en el territorio palmero, también escribía el pánico en su mirada; aquellas personas que no tienen la suerte de estar lejos del “espectáculo”, ni a salvo; aquellas personas que desearían que los colores que ahora iluminan la noche en El Paso, nunca se hubieran formado. Hoy más que nunca debemos ser generosos, debemos darle sentido a la palabra vecino, amigo y familia, debemos recordarnos que la belleza de la Isla Bonita no solo se encuentra en su naturaleza, sino también en sus gentes y su resguardo.

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