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Las tapadas en La Palma y la Literatura

20 de noviembre de 2020 11:52 h

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La supervivencia de antiguas y cotidianas indumentarias es uno de los legados culturales que configuran el patrimonio etnográfico y antropológico de diferentes pueblos. La isla canaria de La Palma conservó más que cualquier otra isla del archipiélago la indumentaria de la tapada, con el consecuente manto y saya, como vestido cotidiano y usual de la mujer hasta principios del siglo xix. En el siglo XIX las corrientes románticas-costumbristas de la época fueron recogiendo y describiendo el vestir cotidiano como un hecho diferenciador, costumbrista e identificativos de diferentes lugares, próximos y lejanos. Hoy forman una parte destacada de la vestimenta tradicional de La Palma, con algunas variantes.

Que sepamos, en España se conserva el “manto y saya”, en su estado más ancestral, puro y en activo en el municipio Vejer de la Frontera (Cádiz), que identifica al municipio e incluso dónde se ha erigido monumentos de “cobijadas”, que así llaman al manto y saya de Vejer, de riguroso color negro y en el municipio de Los Llanos de Aridane, isla canaria de La Palma.

Este último municipio viene demandado desde hace años una réplica alegórica en una figura en bronce que resalte el valor patrimonial, antropológico y etnográfico de la tapada aridanense, el conocido manto y saya de color negro y sin sombrero. Fue recuperado en 1957, según un ejemplar que conservaba de sus antepasadas el recordado anticuario Cayetano Gómez Felipe (1902-1978). Hoy esta original reliquia textil, y ejemplo de los mantos y sayas de Canarias, se expone, llevado desde Los Llanos de Aridane, en la Casa Museo Cayetano Gómez Felipe en La Laguna, Tenerife.

Esta indumentaria de la mujer, reconocida también por los nombres de tapadas de un ojo, cobijado o encubiertas, fue un atuendo prohibido en el Quinientos y en el Seiscientos durante la dinastía de los Austrias y en el Setecientos por los Borbones a través de las pragmáticas de los años 1590, 1600, 1633 y 1770. Estas continuadas leyes represoras, con amenazas de cuantiosas multas y en nombre de la moralidad, propiciaron la publicación, por Antonio de León Pinelo, Relator del Consejo Real de Indias, de un detallado trabajo titulado Velos en los rostros de la mujer: sus consecuencias y daños (Madrid, 1641).

Como ha ocurrido con otras tantas disposiciones regias, éstas no debieron calar muy hondo en La Palma, según dejan entrever la implantación y uso cotidiano del llamado manto y saya a través de la documentación que nos ha llegado hasta mediados del siglo xix. Es muy posible que la lejanía de la metrópoli, la inexistencia de conflictos y la aceptación social local fueran las razones fundamentales que expliquen el hecho de que su empleo se conservara en la isla.

Los protocolos notariales de La Palma de principios del siglo XVI hacen referencias continuas, muy interesantes por su interés antropológico, sobre la ropa del vestir de la mujer palmera y que coinciden con el vestir de la mujer española, o castellana, de esos años.

Especialmente en los testamentos se legan textiles de uso personal y encontramos “sayas” y “mantos”. Es el caso de Margarita Sánchez que en presencia del escribano Domingo Pérez el 2 de octubre de 1553 manifiesta: “le dieron una saya, un manto y otras cosas de ropa”, según consta en “Protocolos de Domingo Pérez, escribano público de La Palma (1546-1553)”, 1999, del investigador palmero Luis Agustín Hernández Martín.

Otra referencia, en el mismo sentido, recoge el escribano público Blas Ximón, “escribano público de San Andrés y sus términos (1546-1573)”, en edición de Cartas Diferentes Ediciones 2014 y de la autoria de Luis Agustín Hernández Martín. El 28 de julio de 1551 se otorgó una escritura testamentaria y entre las disposiciones se dice: “y la dicha Catalina vestida con dos sayas y un manto…”. De su lectura se puede deducir, con las reservas propias que marcan casi 500 años, que Catalina Hernández, casada con Vicente Díaz, contó con un vestido o indumentaria de lo hoy conocido por manto y saya y que estaba compuesto por “dos sayas” y “un manto”. En nuestra opinión son tres piezas separadas, es decir por un lado las “dos sayas” (faldas) y por otro el “manto”. La cita la consideramos de la mayor importancia para este trabajo por su descripción y por lo temprano, mediados del siglo XVI, que tiene lugar en el hoy municipio de San Andrés y Sauces y concretamente en el “término de Las Lomadas”.

La existencia “de una tapada” lo corrobora documentalmente el profesor Jesús Pérez Morera en el inventario del año 1642 del Santuario de Las Nieves, Santa Cruz de La Palma. Se dice hablando de una joya donada a la Virgen: “una poma de oro de filigrana con tres calabacillas pendientes, no se sabe quién la dio porque la dio una tapada a un clérigo que la diese”, (La torre. Homenaje a Emilio Alfaro Hardisson, 2005.). Este testimonio documental de los años 40 del siglo XVII nos viene a decir que con anterioridad ya debía de ser de uso cotidiano el hoy conocido por manto y saya y la consecuente tapada.

Con posterioridad, en 1678, tuvo lugar un robo en el joyero de la Virgen de las Nieves. Se recuperaron y entre ellas una cruz de oro con esmeraldas y perlas. Las joyas sustraídas del Santuario las había adquirido el mercader holandés Isaac de la Puente quien declaró, ante del juez eclesiástico, que había pagado 200 reales a una mujer no identificada “porque estaba tapada”, según el profesor Pérez Morera en el trabajo: Imperial Señora Nuestra. El vestuario y el joyero de la Virgen de las Nieves (2010).

Otro importante testimonio lo encontramos en los años 1719 y 1720 en Los Llanos de Aridane. Conocemos dos testamentos en los que se dice que: María Martín, mujer de Bartolomé Pérez, vecina de Tazacorte, dejó a su sobrina que ha cuidado, hija de Magdalena de la Cruz “una vaca con su cría, dos cajas de tea, y su ropa de vestir manto y saya, camisas”. Al año siguiente María del Rosario, vecina del lugar de Los Llanos, dejó a María, mujer de Domingo de Mérida “un manto y una saya...”

Los ejemplos anteriores nos vienen a decir que la tapada, con manto y saya, lo lucían las mujeres cotidianamente y a diario para ocultar su identidad. No dudamos que también lo pudiera usar para participar en los oficios religiosos, pero de ninguna manera de manera exclusiva para gozar misa como vienen diciendo, lamentablemente, actuales investigadores.

Años después encontramos referencias en Santa Cruz de La Palma. En 1765 en una descrip­ción de la Bajada de la Virgen de la Nieves, se dice que una noche un grupo de hombres salieron vestidos de mujeres, con mantos y sayas los más viejos que halla­ron. Recordemos que por esos años la Bajada de la Virgen coincidía con las fechas del Carnaval, por lo que parece sea la razón que los hombres se vistieran de mujer y más cuando en esa época se le estaba prohibido a la mujer el participar en comedias, teatros y danzas.

Las tapadas, con manto y saya, era una costumbre generalizada en toda la isla y también en otros lugares. Otro ejemplo se constata en las cuentas de fábrica del Santuario de Nuestra Señora de las Angustias (Los Llanos de Aridane) que especifica que en el año de 1767 “Dio una tapada 3 de plata de limosna”. Es decir, el donativo de la devota fue anónimo y cubrió su rostro con el manto o segunda saya o falda.

Unos años después en 1797, ante el escribano público de Santa Cruz de La Palma, otorgó testamento Josefa de la Concepción, primera mujer de Juan José Guerra, quien legó Antonio Mesa, “sirviente de mi casa un manto y una saya de mi uso”. 

A principios del siglo XIX también se encontraba en uso este peculiar estilo de indumentaria. El 20 de febrero de 1834, Josefa Álvarez, vecina de Santa Cruz de La Palma, hija del matrimonio formado por Antonio Álvarez y María Martín Herrera, “naturales del lugar de Tijarafe y vecinos que fueron del de Los Llanos”, legó a María de los Dolores, “cuatro sábanas de lienzo casero, el manto y la saya y demás ropas de mi uso”.

Se desprende de estas aportaciones documentales que la indumentaria de “manto y saya” ocupaba un lugar destacado dentro del ajuar personal de la mujer palmera distinguiéndola por su propio nombre como pieza de vestir fundamental y cotidiano, a las “demás ropas de mi uso”. Podríamos decir que el “manto” y “saya” ha tenido el mayor tiempo de permanencia en uso cotidiano durante centurias en la isla canaria de La Palma, entre el siglo XVI y el XIX. 

La Tapada

La tapada consiste en utilizar el manto para envolver cabeza, pecho y rostro de la mujer. Es decir, es una acción voluntaria para esconder y ocultar la identidad bajo el anonimato, en la mayoría de los casos, no falto de coquetería y embrujo ante el varón. La diferencia entre la tapada y el manto y saya consiste básicamente en que en el primer caso es necesario un gesto, una acción de ocultar el rostro —tanto saya como manto de color negro— sin sombrero; en el segundo caso, el rostro va descubierto, se emplean diferentes colores en manto y saya, el manto se coloca sobre los hombros o la cabeza y en ambas versiones no se prescinde del sombrero. Claramente, esta última es una variante tardía de la primera y debieron convivir conjuntamente en el siglo xix.

Hay dos modos de utilizar el manto:

1 | El manto se concibe como una pieza separada, ajustada a la cintura por una cinta.

2 | Consiste en utilizar unas de las tres sayas (hoy, falda) a modo de manto, elevándolo sobre la cabeza. Ya aparece descrito perfectamente y de igual manera en El Quijote, como tendremos ocasión de ver.

Son muchos los autores contemporáneos que señalan un origen musulmán en esta prenda de vestir. Por el contrario, Carmen Bernis (1918-2001), en su obra El traje y los tipos sociales en El Quijote (2001), discrepa rotundamente, aclarando que esta opinión, tantas veces expresada, es absolutamente errónea. Continúa diciendo que:

“cuando las españolas empezaron a taparse la cara hacía ya medio siglo que no había musulmanes en España, y había pasado el tiempo, que lo hubo, en que cristianos e hispano-musulmanes intercambiaban modas y prendas de sus respectivos vestuarios. Las mujeres musulmanas se tapaban la cara por un imperativo social, para no ser vistas por los hombres, y dejaban al descubierto los dos ojos. Las mujeres españolas de los siglos xvi y xvii se tapaban para gozar de libertad, saliendo a la calle sin ser conocidas; no por imperativos de la sociedad, sino en total rebeldía contra lo exigido por las buenas costumbres y por las leyes. Taparse para ellas no era un signo de pudor, sino de provocativa coquetería”.

En contraposición a la anterior opinión la profesora y académica chilena Isabel Cruz de Amenábar apunta un origen musulmán:

“la práctica del tapado constituye una variación de una costumbre ancestral. El manto fue una herencia de la España mora, donde su uso —directamente ligado al velamiento del rostro y del cuerpo— corría parejo con la condición de reclusa impuesta a la mujer por esa cultura. Desde el siglo xvi, sin embargo, el manto se transformó en España y posteriormente en América, en un instrumento de seducción y coquetería. El velo, que apenas permitía adivinar la cara, o que sólo dejaba un ojo a la vista, añadía picardía al atractivo de una bonita mirada”.

Tapadas y manto y saya en la literatura universal

 Los más destacados literatos castellanos de los siglos xv, xvi y xvii utilizaron la tapada y el manto y saya en el desarrollo de sus obras, hoy textos maestros de la literatura universal. Entre ellos encontramos a Fernando de Rojas, Miguel de Cervantes y Tirso de Molina.

A Fernando de Rojas (1468-1501) se le atribuye la famosa obra Tragicomedia de Calixto y MelibeaLa Celestina—, en la que el enamorado Calixto exclama:

“[…] o por Dios, toma toda esta casa: e quanto en ella ay: e dimelo. O pide lo que querras.

Celestina. Por vn manto que tu des a la vieja: te dara en tus manos el

mesmo que en su cuerpo ella traya.

Calisto. ¿Que dizes de manto y saya?: e quanto yo tengo.

Celestina. Manto he menester, e este terne yo en harto: no te alargues

mas: no pongas sospechosa duda en mi pedir: que dizen que ofrecer mucho al que poco pide es especie de negar.

Calisto. Corre, Pármeno, llama a mi sastre: e corte luego vn manto e

vna saya: de aquel contray que se saco para frisado.

Pármeno. Assi, assi. A la vieja todo, porque venga cargada de

mentiras como abeja: e a mi que me arrastren: tras esto anda ella

oy todo el dia con sus rodeos“.

La alcahueta Celestina pide a Calixto por su intervención en la conquista del amor de Melibea un manto que sustituyera el que tenía (según otro pasaje el viejo manto de Celestina tenía treinta agujeros). El generoso enamorado le ofrece mucho más, su casa y todo lo que en ella había. Celestina no se cree el ofrecimiento del enamorado y se conforma con un manto. De inmediato, Calixto ordena a Pármeno: “Corre, Parmeno, llama a mi sastre: e corte luego vn manto e vna saya: de aquel contray que se saco para frisado”.

Miguel de Cervantes (1547-1616) hace referencia en El Quijote (1605) al manto y la saya por boca de Teresa Panza:

“Mirad qué entonada va la pazpuerca! Ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos”.

 Observamos en las palabras de Teresa la descripción con exactitud de la versión más extendida de lo que hoy en día se entiende por manto y saya en La Palma y en Vejer de la Frontera. Cervantes recoge que la mujer llevaba la cabeza cubierta con una de las dos faldas o saya. La mujer de Sancho Panza, Teresa, debía ser para el escritor la sencilla y humilde mujer que utilizaba una de las dos sayas para cubrirse la cabeza cuando acudía a misa. Por el contrario, «la rica» asistía con manto y verdugado, vestidura que las mujeres usaban debajo de las basquiñas para ahuecarlas. La llamada basquiña se corresponde con una saya, negra por lo común, que usaban las mujeres sobre la ropa interior en sus salidas a la calle. Además del verdugado, llevaban broches y plante de coqueterías; en palabras cervantinas, con entono. Clara referencia que describe el vestir de la mujer en esa época, además de dos extractos sociales económicos muy diferentes. Pero tanto una como las otras iban con manto y saya, aunque se desprende que una utilizaba para cubrirse la cabeza la falda y otras un manto, que debe tratarse de una pieza separada de la falda.

También Tirso de Molina (1547-1616) emplea las argucias y picaresca del vestir del manto y saya en su obra Los Balcones de Madrid:

 “[Leonor le pregunta a Elisa:] ¿Pues no es mejor que ahora vaya yo en tu nombre, y que encubierta le deslumbre? [Elisa le responde:] ¿Y si te acierta a conocer? ¡Que esta saya vino a ser causa y materia de la tragedia que oístes! [Leonor responde:] Tu saya y tu manto me viste”..

 La pluma de Tirso de Molina, seudónimo del fraile Gabriel de Téllez, describe y da vida literaria al anonimato que ocultaban manto y saya, indumentaria que la mujer aprovechaba para sus argucias de amoríos y seducción al hombre, de modo que encubierta le deslumbre. Como vemos, el autor emplea otra de las denominaciones populares que tienen el manto y saya, encubierta.

La literatura de las ilustres plumas castellanas de Miguel de Cervantes, Tirso de Molina y Fernando de Rojas, entre otros, han dado una transcendencia universal a la indumentaria de las tapadas con manto y saya. Manto y saya que después de tantos siglos se mantiene vivo desde el siglo XVI al XIX, y actualmente en reproducciones y variantes, en la isla canaria de La Palma en sus grupos folclóricos y particulares.

NOTA: Este trabajo lo ilustramos con fotografías, del gran fotógrafo José Ortiz Echagüe (1886-1980), de “cobijadas”, tapadas, en Vejer de la Frontera (Cádiz) realizada en la década de los años 20 del siglo XX. José Ortiz Echagüe en su faceta de fotógrafo y de editor publicó estas instantáneas de tapadas en su conocido libro “Tipos y trajes” (1930). El Museo Nacional del Traje, Madrid, cuanta con una colección importante de fotos de las tapadas de Vejer de la Frontera.

María Victoria Hernández, cronista oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009)

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