Los pinos cercanos al volcán comienzan a recuperar su verdor ocho meses después del fin de la erupción
Los pinos canarios más cercanos al cráter sur del último volcán de La Palma surgido en Cumbre Vieja, ocho meses después del fin de la erupción, “comienzan a recuperar su verdor”, indica Rubén López, vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN) en sus redes sociales.
La citada erupción se inició el pasado 19 de septiembre de 2021 y se dio oficialmente por finalizada el 13 de diciembre del mismo año.
El nuevo volcán no sólo destruyó viviendas, infraestructuras y plantaciones (mayormente de plataneras), también se ensañó con el monte de pinar situado a su alrededor.
Sin embargo, la adaptación al ecosistema del pino canario lo ha hecho resistente a incendios y erupciones.
“El pino canario lleva conviviendo con el vulcanismo desde hace al menos 13,5 millones de años y ha desarrollado una serie de adaptaciones a estos procesos. Durante las erupciones, los árboles se ven expuestos a elementos nocivos como el mercurio; la acumulación de cenizas puede provocar la pérdida de hojas y ramas, y la lluvia de piroclastos puede partir el árbol o causar graves heridas al tronco. A diferencia de los pinos peninsulares, el canario posee un abundante parénquima axial que le permite almacenar grandes cantidades de sustancias de reserva. Y si la copa desaparece, es capaz de regenerarla. Además, presenta una gruesa corteza y gracias a su elevada altura puede seguir viviendo aunque la capa de ceniza se eleve decenas de metros”, explicó el pasado mes de octubre el ingeniero de montes y miembro de la Real Academia de Ingeniería, Luis Gil, en Radio Televisión Canaria (RTVC).
“Lo que estamos pudiendo observar con esta erupción es que este pino está bien adaptado a lo que son las erupciones volcánicas y por ende también aguanta los incendios forestales”, aseguró por su parte a Efe el investigador del CSIC Manuel Nogales. En el caso del nuevo volcán en Cumbre Vieja, la extensión de pinos afectados ha sido “bastante diferente”, añadió.
Por un lado, la superficie más afectada por los piroclásticos o materiales sólidos expulsados por el volcán abarca desde un kilómetro hasta kilómetro y medio de extensión alrededor de este; por el otro, la emisión de gases “es lo que más ha afectado al pinar” y ha terminado provocando clorosis, una pérdida del color verde de los árboles, que se han teñido prácticamente de marrón.
Dicha clorosis afecta por el norte a un kilómetro o kilómetro y medio, pero por el sur llega a los ocho kilómetros debido a que “los vientos alisios reinantes vienen del noreste y se han llevado esos gases tóxicos hacia el sur”, según Nogales, quien aclaró que “el pinar del sur está muchísimo más afectado que el del norte”.
En el caso de los pinos afectados por piroclásticos, se pudieron apreciar brotes verdes desde el 18 de diciembre en aquellos situados en el mismo borde de uno de los cráteres, según informó a Efe Ángel Palomares, director del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, en La Palma. Se trababan de pinos que “se habían quedado sin ramas, casi sin corteza”, pero que no murieron, ya que los que se vieron afectados directamente por las coladas no lograron sobrevivir.
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