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“Vencer no es convencer”

Miguel de Unamuno.

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La Caja de las Letras del Instituto Cervantes custodia el documento oficial que relata el episodio ocurrido en la Universidad de Salamanca el día 12 de octubre de 1936. El choque entre Millán-Astray, fundador de la legión, y Miguel de Unamuno, rector de la Universidad, es una imagen fija del eterno conflicto entre la violencia y la razón. Las notas manuscritas por Ignacio Serrano, catedrático de derecho civil presente en el acto, relatan que Millán- Astray dijo: “¡Abajo la intelectualidad!”, y añadió varios vivas a España tras afirmar que “ciertos profesores morirán”. Por su parte, Miguel de Unamuno dijo literalmente “Vencer no es convencer

Las interpretaciones históricas describen que, en el discurso leído el 12 de octubre, Unamuno hizo referencia al premonitorio triunfo de la violencia, añadiendo que la victoria de la violencia nunca es definitiva pues nunca podrá convencer al carecer de toda razón y ser contraria al Derecho. Estas palabras encendieron la ira de Millán-Astray, la ira es la respuesta propia del violento ante la firmeza en las convicciones del vencido.

El escritor y filósofo injurió al Rey Alfonso XII y fue condenado por ello en 1921. Como continuó escribiendo y publicando contra la monarquía, Primo de Rivera lo desterró a Fuerteventura en 1924. Fue concejal en la II República por la coalición Conjunción Republicano-Socialista de 1931 a 1933, año en que manifestó públicamente sus discrepancias con políticas vertebrales de la República y, como consecuencia de dichas críticas, Azaña le retiró el rectorado en agosto del 36. Franco lo restituyó como rector por su apoyo económico e intelectual al alzamiento. Tras su discurso del 12 de octubre, Unamuno pidió a Franco compasión y clemencia con los republicanos encarcelados. El 22 de octubre Franco le retiró el rectorado, ese mismo día ejecutaron a uno de sus mejores amigos en Salamanca. Unamuno muere en diciembre de 1936.

Unamuno se enfrentó a Millán-Astray, personificación de la violencia, y a un alzamiento que había patrocinado. Pocos días después le pidió compasión al dictador y éste lo expulsó de la Universidad. Fue una expulsión definitiva. Unamuno no fue ejecutado, pero ejecutar no es la única forma de acabar con la vida de una persona. La violencia es incompatible con la compasión.

La foto fija del 12 de octubre de 1936 es histórica y actual: “¡Abajo la intelectualidad!”, “Vencer no es convencer”. En estos momentos la trayectoria de Unamuno es una lección tan importante como lo dicho ese día en el claustro de la Universidad de Salamanca.

Podemos no compartir las decisiones de Unamuno en uno u otro momento de su vida, pero lo que no podemos hacer es negarle que se enfrentó a la irracionalidad y a la injusticia en la soledad de la primera persona, que asumió las consecuencias de rechazar la violencia y, a pesar de ello, nunca perdió la capacidad de compasión con el débil. Mantuvo su capacidad de crítica intacta a pesar de sufrir por ello una condena, un destierro, la violencia, la venganza, el desprestigio...

Sería muy torpe no trascender a las discrepancias ideológicas de modo tal que los ideales nos impidan atender a la grandeza de la persona y sus enseñanzas más allá del 12 de octubre de 1936. Defendió la libertad de pensamiento y de expresión, se enfrentó al poder aun cuando ese poder lo ejercían “los suyos”, priorizó su capacidad crítica como herramienta de lucha y, a pesar de la dureza del enfrentamiento resultante mantuvo incólume su compromiso con la vida, con la compasión y con la no violencia. Su vida y obra nos señala que el muro de contención de la violencia no es otro que la capacidad de raciocinio, la justicia y la compasión.

En el límite de la violencia deberíamos estar de acuerdo todas las personas buenas, las de izquierda, las de derecha, las de centro y las que van y vienen. La línea roja es el ejercicio de cualquier poder que legitime el uso de la violencia. Por tanto, el camino que debemos transitar es el del respeto al otro, con independencia de nuestra ideología, raza, religión, sexo o cultura... el respeto a la dignidad de todas las vidas. Tan simple, tan utópico. 

En tiempos de genocidio, el pilar del rechazo a la violencia debería ser sostén suficiente para aglutinar a la humanidad. De hecho, no descubro nada que no se haya dicho o escrito infinidad de veces a lo largo de la historia, desde la Declaración de los Derechos Humanos hasta los Convenios Internacionales, las resoluciones del Tribunal Europeo y de la Corte Internacional de las Naciones Unidas han regulado su aplicación y dictado numerosas resoluciones al respecto, he ahí el verdadero avance de la humanidad.

Sin embargo, la historia se muestra tozuda y cuando dimos por hecho que nunca íbamos a ser contemporáneos de uno de los episodios más oscuros de la humanidad, nos encontramos viviendo en la distopía de un genocidio. De nuevo hemos pecado de pretenciosos. Cuando creíamos estar evolucionando, resulta que estamos intentando comprender que nuestros hijos no van a heredar el paraíso. Curiosa contradicción si tenemos en cuenta que mucha gente no tiene ni el derecho a vivir. Aunque nos enseñaron que el modelo era la democracia, nos encontramos con que las democracias históricas han sido parasitadas por autócratas. Cuando apenas disfrutamos de la llamada “globalización”, nos dimos de frente con los límites del planeta. Nos incitaron a progresar, y ahora vemos que en nombre de la errática y perversa interpretación de lo que es progresar nos hemos puesto en riesgo vital. Nos inculcaron que éramos los privilegiados, descubridores de un nuevo mundo, tocados por la fortuna, sin embargo, la realidad nos enfrenta al saqueo, la colonización, el exterminio, la desigualdad. 

Nos dijeron que era economía y resulta ser un suicidio. Nos dijeron que nuestro dios era el verdadero dios y, en nombre de ese dios nos han abierto las puertas del infierno.

Así que toca volver al comienzo. Memoria y verdad. Toca desaprender para volver a construir. Toca encontrarnos en la base. Por eso son tan importantes las personas como Unamuno, personas inteligentes y lúcidas que, a pesar de errar, se mantuvieron firmes e intransigentes frente a la violencia y al odio y no dejaron de clamar compasión. Personas cuyo límite no es la discrepancia política sino el ejercicio despótico del poder mediante la violencia. 

Necesitamos a personas razonables, justas y compasivas. La humanidad depende de su capacidad de resiliencia. Necesitamos a los que lloran sintiéndose morir junto con los niños palestinos destrozados. Necesitamos de valientes que se arman con la razón para parar las guerras. De los que se enfrentan al abuso a pesar de las consecuencias y de los que ejercen de muro de contención frente al odio. Necesitaremos de aquellos que aman y de aquellos que compadecen tanto como de aquellos que imponen la paz. Necesitamos a los que luchan por la justicia restaurativa, a los que se ponen en riesgo por salvar la vida de otros y a los que piden compasión. Quizás, algún día, éstos últimos serán los que nos juzguen.

Todos morimos un poco cuando somos testigos de un genocidio. De alguna manera todos somos parte de ese resort turístico/negocio inmobiliario que pretende sacar rédito económico de Palestina tras perpetrar la matanza. Son nuestros líderes, políticos y económicos, los que están optando por ganar dinero a costa del genocidio. Por eso, debemos preguntarnos en qué parte de la historia queremos vivir. No es una confrontación política de izquierdas contra derechas, trasciende al partidismo cansino y corrupto. Es algo más esencial, tan básico y antiguo como la historia de la humanidad; es la lucha del mal contra el bien. 

A Loueilla, niña Saharaui que cree en la compasión. 

A Beatriz, que se mantiene firme ante la injusticia. 

Y a Lucía, que riega su razón.

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