Música y solidaridad en tiempos de crisis
Avanzan como los salmones, “a contracorriente y saltando”. Así define José Brito la andadura del proyecto musical Barrios Orquestados que lleva dos años aportando su granito de música a distintos barrios periféricos de la capital grancanaria.
Brito, director de esta iniciativa, y todo el equipo de músicos, profesores, y trabajadores sociales que le acompañan, se las han ingeniado para crear de la nada, o de la ilusión por cambiar las cosas, toda una orquesta sinfónica compuesta por niños y niñas de distintas edades, que poco a poco se están convirtiendo en pequeños grandes músicos de cuerda frotada.
Los barrios de Tamaraceite, San Lorenzo y Tenoya, a través del colegio público Alfredo Kraus, en Lomo los frailes han sido los primeros en acoger esta iniciativa y ofrecer a sus alumnos la posibilidad de participar. En esta nueva etapa han continuado el recorrido por el Cono Sur, incorporando niños y niñas de los barrios de Zárate, el Lasso, Casablanca y en general de la zona de Hoya de la Plata, desde su sede en el colegio público Manolo Millares en Pedro Hidalgo. El año que viene esperan abrir un nuevo grupo en Jinámar.
Para elegir la mejor ubicación, la más necesaria, han contado con los estudios de situación de la trabajadora social Pino Espino o los realizados por el catedrático de Psicología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria José Antonio Younis. Además de las caminatas sobre el terreno, los encuentros con asociaciones de vecinos y los directores de los colegios de la zona.
La finalidad de Barrios Orquestados no es otra que ofrecer a los chiquillos la oportunidad de desarrollar su creatividad y formación de manera totalmente gratuita. Algo cada vez más necesario en estos tiempos de crisis, teniendo en cuenta la crítica situación en la que viven miles de familias canarias, cuyos efectos colaterales padecen especialmente los más pequeños.
“No hay causa que merezca más prioridad que la protección y el desarrollo del niño”
Los alumnos son los protagonistas, y desde el primer momento han mostrado un total entusiasmo a la hora de aprender a tocar el violín, la viola o el contrabajo. “Los resultados artísticos son muy dignos, y por supuesto los resultados sociales también”, afirma Davide Payser, uno de los profesores de este proyecto. De hecho, acaban de recibir el III Premio Antonio-Vicente González de Acción Solidaria 2013 que convoca el Consejo Social de la ULPGC.
Además del aprendizaje musical, se generan maneras de autoorganizarse, involucrando a las familias, niños y profesores en una experiencia que no queda encerrada entre las cuatro paredes del aula.
Ellos, los músicos sonidarios, ponen los instrumentos, el tiempo y la paciencia para crear en estos barrios olvidados por las instituciones, dinámicas solidarias que rompan a golpe de violín con “el clima de desconfianza y derrotismo que hay a veces”, explica Payser.
Pero el dinero para mantenerse a flote no cae del cielo, por eso ha sido necesario acercarse a distintas fundaciones e instituciones para conseguir la financiación que dé el empuje económico a este proyecto, pues con la ilusión no se come. Aunque por ahora sólo sufraga el gasto de instrumentos y transporte, esperan poder hacer de esto un trabajo sostenible que les permita cobrar por el esfuerzo y las tardes dedicadas, pero si algo tienen claro es que esto no será a costa de los padres, ni de los críos.
Fundaciones como Mapfre, Disa, con quienes han tenido “muy buena sintonía”, o la Obra Social de La Caixa, han apoyado económicamente y han hecho materialmente posible este proyecto construido sobre la firme creencia de que se pueden cambiar las cosas.
“Empezamos desde cero buscando otra forma de acción social, sin esperar el pseudo paternalismo al que estamos acostumbrados”, comenta Brito, quien desde el principio tuvo claro que bastaba con la energía de sus propios compañeros para poner en marcha esta iniciativa en los barrios periféricos “dónde la cultura no llega, o llega malamente”.
“No hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana”. Así comienza el documento de la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, y así han comenzado a actuar estos trabajadores en Las Palmas de Gran Canaria.