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Al otro lado de la tragedia

Inmigrantes recién llegados a la costa de Fuerteventura / Efe

Lourdes Benítez

Situarse tras el visor de una cámara otorga una mirada diferente a cualquier suceso que traspase la lente, sea cual sea su naturaleza. Los operadores de cámara y fotógrafos son capaces de captar imágenes que el resto de los mortales no podríamos imaginar; tal vez, porque su especial percepción de las cosas les ayuda a ver aquello que se esconde tras el primer vistazo. A través de sus ojos tenemos acceso a las más terribles historias y también a las más alegres. Gracias a su mirada hemos presenciado un intento de golpe de Estado; empujamos el balón que nos hizo campeones del mundo de fútbol en Sudáfrica; y en definitiva, construimos nuestra historia más reciente.

El destino deparó a cuatro reporteros gráficos una importante misión: ser los primeros en contar al mundo el drama que se estaba viviendo en las aguas de Canarias. Fueron momentos de carreras, yendo y viniendo por la costa oriental de Fuerteventura, con el único objetivo de mostrar lo que sucedía casi cada día. Era la necesidad de dejar constancia gráfica, del intento de cientos de personas por buscar un futuro mejor, lejos de sus países de origen, en un lugar que no siempre les deparaba el mejor de los recibimientos.

Manolo, Gerardo, Carlos y Juan llenaron horas de televisión y portadas de periódicos. Sus imágenes se convirtieron en el mejor revulsivo para lograr que las cosas cambiaran, al menos, durante un tiempo. Los cuatro, junto a otros tantos que viajaron a la Isla expresamente para informar de lo que allí sucedía; se vieron envueltos en un mare mágnum que podría volver a producirse en cualquier momento. Diez años después de tanta intensidad informativa, la perspectiva les ayuda a analizar lo vivido; momentos que jamás pensaron registrar cuando se iniciaron en la profesión.

Aquellos días se vivieron con cierta euforia en los medios de comunicación; aún no eran conscientes de lo que estaba sucediendo y poder cubrir un hecho de cierta trascendencia, se convirtió en prioridad. El fotógrafo Carlos de Saa, en declaraciones a Canarias Ahora recuerda que “aquellos días desde las redacciones nos volvían locos, pidiéndonos estar atentos a la llegada de pateras. Durante todo el tiempo que duró la venida de inmigrantes, los reporteros gráficos y periodistas estábamos acostumbrados a que nos llamaran para darnos aviso a cualquier hora; había días que salías de casa anocheciendo y volvías al amanecer; no teníamos horarios, siempre estábamos alerta”.

Juan Medina, fotógrafo de la agencia de noticias Reuters, recuerda estos momentos históricos con vergüenza, “día tras día veíamos como la gente tenía más dificultades para desplazarse, para hacer lo que en definitiva busca todo el mundo: un futuro mejor para sí mismo y su familia”. Medina cree que la problemática se volvió más compleja cuando se endurecieron los controles para entrar en el país, “a medida que iban pasando los meses y los años, se veía que cada vez había más presupuesto para poner en marcha maniobras que detuvieran estas avalanchas. Ante ese control policial, aumentaba el peligro para estas personas. No sólo son leyes restrictivas, sino que para colmo propiciaban situaciones donde verdaderamente se perdía la vida”.

Gerardo Jorge trabajaba aquellos días en Televisión Española; echa la mirada hacia atrás y sólo es capaz de articular tres palabras: “años muy duros”. Tras una larga pausa, cuenta a Canarias Ahora que a pesar de la dureza del trabajo fueron años gratificantes, “tu trabajo salía a nivel nacional e internacional y eso a cualquier cámara le gusta. Es cierto que podíamos emitir esas imágenes por una desgracia que le estaba sucediendo a otros, pero era una realidad que acaecía en Fuerteventura, y nosotros teníamos que estar allí para expresar con imágenes lo que ocurría”.

Pero esas situaciones cargadas de tensión, apenas dejan tiempo para analizar lo que está pasando al otro lado del visor de la cámara. Tan sólo, las horas posteriores a la experiencia les hacía conscientes de lo que acababan de ver. “No tenía otra opción; las empresas para las que trabajaban querían esas imágenes y yo las captaba como parte de mi responsabilidad con ellos”, cuenta de Saa, “a veces te tocaba ver situaciones duras; volvías a casa y te quedabas dándole vueltas, sobre todo porque veías cómo morían personas. Pero para ellos llegar era una fiesta siempre que lo hicieran en buen estado; acababan de arriesgar su vida y aunque la Guardia Civil les había detenido, se sentían felices porque estaban en tierra”.

De Saa no es el único que piensa que lo mejor es seguir adelante con su vida profesional, tratando de mantener la cabeza fría, aunque en ocasiones resulte complicado. Jorge se conduce de la misma manera, “a veces analizas lo que tienes delante y otras veces no. Si tienes que grabar rápido para enviar las imágenes, no puedes pensar; pero en el momento en que las estas visionando para editarlas, es cuando te das cuenta de muchas expresiones; de las miradas entre ellos, a la propia cámara o a los rescatadores; es en ese momento, a posteriori, cuando te percatas que hay imágenes que has captado casi sin darte cuenta”.

“La cámara es como una barrera”, prosigue de Saa, “es como si estuvieras viendo una película; en caliente hay mucho estrés y no te afecta tanto, pero cuando llegas a casa y ves las imágenes, empiezas a recordar y tomas conciencia de lo que acaba de suceder”. Su cámara captó durante años cientos de historias de desesperación, con protagonistas al borde de la muerte después de una travesía angustiosa. “No era una broma; era una tragedia bastante grave”, sentencia de Saa.

Fuera de los medios de comunicación dominaba el caos. De un día para otro empezó a llegar gente en un goteo incesante; no había medios en la isla para contener todo aquello, y las instituciones no sabían muy bien cómo actuar. En un primer momento fueron las mujeres de los guardias civiles las encargadas de proveer de mantas y comida a los fatigados viajeros. En las playas, campistas sorprendidos por la llegada de las embarcaciones, ofrecían todo lo que tenían a mano para ayudar; y los vecinos de Gran Tarajal aprendieron a convivir con aquello, haciendo el papel que un tiempo después asumirían organizaciones como Cruz Roja.

El Guantánamo majorero

En un primer momento, las autoridades no supieron cómo reaccionar ante la llegada masiva de inmigrantes. El primer destino de los recién llegados eran los calabozos de las comisarías, hasta que se vieron desbordados y hubo que construir un centro de internamiento de extranjeros (CIE). Mientras duró la construcción, fueron alojados en el área de facturación de vuelos nacionales de la vieja terminal del aeropuerto de El Matorral, en Puerto del Rosario. En ese lugar, llegaron a vivir en aproximadamente 1500 metros cuadrados unas 1300 personas, que aguardaban durante cuarenta días su repatriación. Los periodistas destinados en Fuerteventura y las organizaciones humanitarias bautizaron aquel lugar como Guantánamo 2, por las condiciones precarias en las que vivían. El edificio, situado a 400 metros del nuevo aeropuerto, abrió sus puertas para ese fin en 1999 y dio cabida durante cuatro años a 16.000 inmigrantes irregulares. Manuel Morgade, cámara de Televisión Canaria, explicó en declaraciones a Canarias Ahora que “sólo había un baño que funcionara y estaban todos mezclados; daba igual que fueran hombres, mujeres o niños”. El nuevo centro, carecía de un estatuto jurídico que otorgara a los internos los derechos que hubiesen tenido en cualquier centro penitenciario o CIE, del resto del territorio nacional.

“Era una situación muy dura para los que estaban allí internados; esa era la terminal antigua del aeropuerto de Fuerteventura, unas instalaciones que para finales del siglo XX estaban obsoletas, por eso se hizo el nuevo edificio. Yo nunca pude ver lo que pasaba dentro, solo por testimonios que escuchábamos. Allí murió gente. Le daban categoría de CIE pero sólo era una terminal”, cuenta Medina. Y prosigue en su relato a Canarias Ahora contando que “no había condiciones higiénicas y algo también muy grave: no tenían acceso directo al sol ni al aire. En una cárcel tienes una ventana o un patio, pero aquello era un aeropuerto y para evitar que pudieran escapar, los tenían encerrados. Una vez nos enteramos que hacían pequeños grupos para sacarlos al parking de la terminal y que tomaran el sol. Saqué la foto de aquel momento y se publicó en algún medio. Me quedó una sensación agridulce porque después de aquello, no volvieron a sacarlos a tomar el aire. Desde la Delegación del Gobierno negaron que eso pasara, porque era como aceptar que vivían en aquellas condiciones”.

En aquellos días, los gráficos tenían como único objetivo conseguir una imagen que demostrara las nefastas condiciones en las que vivían los inmigrantes, que incluso tenían que dormir encima de las viejas cintas de las maletas, porque no había espacio para todos ellos en los maltrechos colchones. Pero era una misión harto complicada. Ante la imposibilidad de captar esas imágenes del interior del edificio, los periodistas tenían que aguzar el ingenio. Gerardo Jorge recuerda un reportaje que emitió Telecinco, “la redactora se tomó la molestia de contar las botellas de agua que entraban en el recinto, y calculó cuántos vasos le correspondía a cada inmigrante, ¡era un escándalo!”.

Las escasas imágenes que podían grabar en aquella ubicación eran los traslados: unos pocos pasos que separaban la terminal de la guagua que les trasladaría hasta el avión de vuelta a casa. Uno de esos días, los fotógrafos y cámaras que estaban captando imágenes en el exterior, fueron testigos de un hecho insólito: el retorno de un grupo de mujeres. “Cuando las sacaron del edificio comenzaron a cantar y a bailar; fue espectacular”, cuenta de Saa, “nunca supimos por qué lo hicieron, pero nos quedamos boquiabiertos. Llevaban varios meses encerradas, en condiciones de hacinamiento, las iban a devolver a sus países; y aún así, nos dieron a todos una lección de actitud ante la adversidad”. Juan Medina en cambio ha vivido esa misma reacción en varias ocasiones, las más recientes en Melilla. El fotógrafo entiende que “si salían del aeropuerto era una alegría por dos motivos: el primero salir de ese antro y el segundo, que eran trasladados a Gran Canaria; y eso era sinónimo de libertad. En la terminal vivían en las peores condiciones, sin ropa ni zapatos e ir a Gran Canaria era poder tener la posibilidad de llegar a la Península”. Esa posibilidad supuso un enfrentamiento entre José Manuel Soria y José María Álvarez del Manzano, porque el edil madrileño criticaba la decisión del alcalde de Las Palmas de Gran Canaria de pagar el billete a Madrid a 200 inmigrantes que dormían en un parque de la capital. Una situación, critica Medina, en la que “se trataba a los inmigrantes como objetos y no como personas; para ellos eran como un paquete”.

La realidad en el aeropuerto majorero se tornó insostenible y tras la denuncia ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Unión Europea (UE) por organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, y ratificadas por el Defensor del Pueblo, los inmigrantes fueron trasladados al nuevo CIE construido en un antiguo cuartel de la Legión, con capacidad para 1200 internos. La presentación del nuevo centro a los medios de comunicación no les dejó indiferentes. “Allí había celdas con barrotes y un patio; no era como los centros que vemos de Ceuta y Melilla, tan de actualidad estos días; aquello era una cárcel auténtica. Seguían estando hacinados hasta que los trasladaban, cuando el convenio de extradición con sus países de origen lo permitía”, cuenta Morgade.

Toda aquella situación y la denuncia del Defensor del Pueblo hizo que Médicos Sin Fronteras (MSF) se trasladara a la isla y pusiera en marcha un protocolo de actuación que ayudó a mejorar la situación de los inmigrantes. Gracias a esta organización médico-humanitaria, cuando llegaban las pateras, sus ocupantes eran atendidos por médicos y enfermeras que contaban con el material necesario para su tratamiento. Su presencia en Fuerteventura supuso un antes y un después en el trato que recibían los inmigrantes al llegar a sus costas. Tal labor la continuó en los años siguientes Cruz Roja, estableciendo un protocolo que ayudó a muchos recién llegados a superar las condiciones lamentables en las que arribaban.

Medina lamenta todo el calvario que sufrieron las miles de personas que pasaron por las obsoletas instalaciones aeroportuarias. “Aquello no tenía nombre; ni siquiera era un centro de internamiento: era una pocilga. Los CIE son cárceles para inmigrantes sólo por el hecho de serlos; los internan sin cometer un delito. Somos una sociedad egoísta y con muy poca sensibilidad. Tal vez en unos años alguien oficialmente pueda decir que esto fue una injusticia y una sinrazón”.

“Mi padre trabaja en las pateras”

Desde 1994 hasta 2001, un total de 9.439 inmigrantes llegaron a las costas majoreras; casi el mismo número que se registró solo en 2002, cuando se rozaron los 10.000. Las primeras pateras que llegaron a Fuerteventura sólo dejaban un rastro: el de las propias barquillas. Sus ocupantes, en su mayoría saharauis o marroquíes, desaparecían sin dejar huella. Los medios de comunicación sólo alcanzaban a grabar los restos de ropa o basura que quedaba dentro de las embarcaciones. Pero a partir de 2002 comenzó la auténtica locura. “La llegada de pateras fue in crescendo; dejó de ser ocasional; ahora era cada uno o dos días. Había noches en las que llegaban cinco o seis embarcaciones”, cuenta Morgade. Los inmigrantes ya no sólo eran saharauis o marroquíes; los subsaharianos copaban buena parte de las embarcaciones. Algunas veces incluso llegaron hasta la Isla pakistaníes e iraquíes, que cruzaban todo el continente africano para terminar en una patera, camino de Fuerteventura. “Algunos de ellos llegaban a la Isla engañados; cuando llegaban al muelle preguntaban dónde podían coger un taxi para ir a Madrid”, recuerda con cierta indignación Jorge.

Eran tiempos difíciles, en los que los cámaras de televisión tenían que dar cobertura a la agenda diaria de ruedas de prensa en Cabildo o ayuntamientos, y así cumplir con la cuota diaria de noticias de la Isla en los informativos. Al regresar del trabajo pocas veces podían hacer vida en familia. “Recuerdo que llegaba a casa a comer y me iba porque llegaba una patera. Al cabo de tres o cuatro horas cuando regresaba y me sentaba a cenar, tenía que salir de nuevo porque llegaba otra embarcación. Así casi cada día. A principio de curso, cuando la profesora de mi hijo le preguntó a qué se dedicaba su padre; él contestó que trabajaba en las pateras. Tuve que ir al colegio a explicar a la profesora lo que sucedía porque se quedó muy extrañada”, recuerda Jorge.

El fenómeno provocó que muchos medios de comunicación se trasladaran hasta Fuerteventura para informar sobre lo que estaba sucediendo. Llegaron fotógrafos y reporteros de varias agencias nacionales e internacionales. Las guardias comenzaron a ser de 24 horas y los cámaras se organizaban en equipos para avisarse de la llegada de embarcaciones y que nadie perdiera las imágenes. Había buen ambiente entre ellos; tan sólo la rivalidad típica entre algunos equipos de televisión por ser los primeros en tener la imagen. Una competitividad más que habitual en este medio.

Pero si hubo un día en concreto en que la sorpresa invadió a todos los periodistas que esperaban la llegada de una nueva embarcación, fue cuando vieron que la patrullera de Salvamento Marítimo traía a dos personas que poco tenían que ver con el resto de los tripulantes. Tenían rasgos europeos y era la primera vez que en el puerto de Gran Tarajal se veía algo así. Se trataba de Gregoire Deniau y Olivier Jobard, dos periodistas franceses que llegaron en patera procedentes de la costa de El Aaiún.

Jobard estaba haciendo un trabajo que finalmente se publicó bajo el título El viaje de Kingsley, que contaba la historia de un chico camerunés. “Un trabajo excelente de los dos periodistas que hicieron todo el viaje con él para describir lo que estaba pasando”, cuenta Medina. Querían dar una vuelta de tuerca a todo lo que se había contado hasta el momento y “lo hicieron con un profundo sentido periodístico; fue ahí la primera vez que vimos lo que pasaban los inmigrantes durante el viaje. Nosotros sólo podíamos captar lo que veíamos cuando llegaban a la Isla. Deniau y Jobard en cambio, pudieron contar todas las vicisitudes que los inmigrantes pasaban y de las que nosotros sólo habíamos oído hablar”, recuerda Medina. Los periodistas documentaron con imágenes los dos intentos que hicieron para alcanzar las costas de Fuerteventura. El primero de ellos, resultó fallido por el hundimiento de la embarcación y que provocó una muerte. Tras aquello, y pese a que algunos inmigrantes prefirieron no volver a subir a una de estas pequeñas embarcaciones, ellos decidieron volver a intentarlo y tras 18 horas de viaje, fueron interceptados en aguas majoreras y remolcados por la Guardia Civil, hasta el muelle Gran Tarajal.

Una vez allí, los periodistas tuvieron que entregar el material que habían grabado y fotografiado durante travesía a las autoridades. Todo menos los carretes de fotos que Jobard entregó a Medina para evitar que pudiese perderse si eran interceptados por las autoridades. “Me pasó los carretes para que los mandara a París; lo importante fue la rapidez de reflejos que tuvo Olivier para salvar lo importante, que era todo su trabajo. En esos carretes estaba el documento gráfico del primer intento de viaje de unos días antes, y se podía ver la desgracia que habían sufrido los inmigrantes. Ante la duda de poder mostrar lo que estaba pasando intentó dárselo a alguien, y fui yo quien se cruzó en su camino; pero podía haber sido cualquiera”, explicó Medina.

La estrecha línea entre la muerte y la esperanza

Manolo Morgade cuenta que sólo con ver el estado del mar sabían si habría actividad ese día. “Cuando el mar estaba en calma decíamos que estaba pateroso o pateril y esos días sabías que, desde la una de la mañana hasta las cinco, ibas a estar recibiendo avisos constantes. En ocasiones, cuando regresabas de Gran Tarajal hacia Puerto del Rosario, te avisaban de una nueva patera en Morro Jable y si decidías ir hasta el sur, podía llegar otra a Corralejo, al norte de la Isla”, relata con cierto agobio al recordarlo. Esa situación provocaba mucho estrés entre los equipos que no podían perder la llegada de ninguna embarcación, ya que cualquiera de ellas podía tener la imagen del día, si viajaban muchos niños o mujeres embarazadas.

“Nosotros lo que hacíamos era registrar gráficamente los momentos que pasaban aquellas personas; muchos venían exhaustos, otros enfermos, otros morían; verdaderamente, para ellos siempre era mal momento, aunque cuando llegan a tierra se les quita el miedo de morir ahogados. Lo importante es lo que le pasa a la gente que sale en las noticias y en las fotos, y no los que estamos detrás de la cámara”, afirma contundente Medina.

La comunicación era fundamental; muchas veces los gráficos llegaban antes que la propia Guardia Civil, algo que al Teniente de la Benemérita molestaba mucho. No sabía de dónde sacaban los medios la información. Pero las largas horas de espera hacía que los lazos se estrecharan; no en vano, en ocasiones pasaban más tiempo trabajando que con sus familias. De ahí que las filtraciones de unos y otros les permitieran estar informados casi al tiempo que las autoridades, de lo que sucedía cada día en las costas majoreras.

La información privilegiada facilitó que los cámaras tuvieron el amargo privilegio de captar con sus equipos varios naufragios. Manuel Morgade cambia el tono cuando habla de este tema; reconoce que cuando llegaba a casa lo primero que hacía era ver cómo su hija dormía plácidamente; en su memoria, bebés envueltos en mantas térmicas, recién llegados de un viaje que había puesto en riesgo sus vidas. “Lo más impresionante eran los naufragios. Algunas veces te daban el aviso y cuando ya estabas de camino te llamaban para advertir que no habría imagen, porque habían naufragado; así una y otra vez. Ir al cementerio de La Oliva, Morro Jable o Gran Tarajal, hace que te des cuenta de la cantidad de gente que murió”, lamenta Morgade.

Pero por desgracia no siempre se salvaron de captar con sus objetivos imágenes que más de uno desearía olvidar. Fueron tantas las veces que lo vivieron, que les resulta bastante complicado recordar con exactitud cuál de las pateras les dejó más marcados. Sin embargo, tras meditar varios segundos, dos hechos se vienen a la memoria de Manuel Morgade y Gerardo Jorge: los naufragios de Lobos y Jacomar, en la costa de Antigua.

“Las imágenes de Lobos fueron impactantes, se ahogaron en un palmo de agua”, cuenta Jorge. “Fue el primer naufragio de esas características”, apuntilla Morgade, “el cansancio provocó que no se dieran cuenta que hacían pie en aquel charco. Lo peor de todo es que tras aquello lo siguieron intentando, y lo seguirán haciendo. Las autoridades no se dan cuenta que no se puede poner una valla al campo ni un muro al mar; cuando dejen de intentarlo en Melilla volverán a Canarias”. De Jacomar el recuerdo que tienen es si cabe más tenebroso. No lo vivieron en primera persona, pero sí recuerdan que personas que estaban en la zona escuchaban los gritos de los inmigrantes en la madrugada; se estaban ahogando y nadie pudo hacer nada por ellos. En esa ocasión murió un bebé después de que no fueran capaces de controlar la barquilla, y acabaran en el agua.

La prueba de los siguientes intentos fallidos de alcanzar la costa la vivió Carlos de Saa en la Playa del Roque, un lugar al que era asiduo. Lo recuerda como uno de los peores momentos que vivió durante todo el tiempo que duró la llegada de pateras a las Islas. “Fue muy duro ver sacar a toda esa gente del mar, porque se ahogaron en la misma orilla. Había muchísimos cadáveres”, cuenta afectado. “Cuando llegas a casa te paras a pensar cómo será pasar tantas horas dentro de un barquito como esos, sin saber qué va a pasar. En general, cuando llegan bien físicamente los ves contentos y bromeando, pero cuando ves a gente al borde de la muerte o fallecidos, es muy duro”.

A partir de 2007 la llegada de pateras fue sensiblemente inferior, y los medios de comunicación mostraban menos interés por las imágenes que llegaban desde Fuerteventura. Las redacciones habían cambiado el foco de interés a Gran Canaria y Tenerife. Hasta las dos islas comenzaban a llegar cayucos cargados con muchas más personas de las que podía transportar una patera. La férrea vigilancia de los radares y las patrulleras por toda la costa majorera, provocó que las mafias buscaran nuevas rutas.

De Saa recuerda ese momento con alivio, después de tantos momentos de tensión, en los que incluso los propios periodistas tuvieron que dejar de trabajar para ayudar, cuando las circunstancias lo requerían. “Cuando llegan 30 ó 40 personas deshidratadas y las ambulancias tienen que trasladarlas de tres en tres, no es momento de hacer fotos; es momento de ponerles mantas térmicas y demostrarles que estábamos allí para ayudarles. Es todo lo que podíamos hacer en aquellos momentos”.

El apoyo que los medios de comunicación prestaron a los inmigrantes les fue devuelto en multitud de ocasiones, en las que los recién llegados les regalaban una sonrisa y hacían gestos cómplices. Era su forma de mostrar la alegría por haber conseguido su objetivo. La suerte hizo además que algunos de estos gráficos pudieran ser testigos de uno de los momentos más emotivos vividos durante todos aquellos años, cuando un matrimonio y su hijo se reunieron después de viajar hasta Fuerteventura en embarcaciones diferentes. Sus miradas y sus besos se quedaron grabadas en las mentes de todos los que tuvieron la suerte de presenciar el reencuentro. Miradas, que si se pudiesen recopilar en una retrospectiva, unidas a otros cientos que captaron con sus objetivos, a buen seguro dejarían una huella incapaz de borrar en mucho tiempo.

La sonrisa, el mayor premio

La sonrisa, el mayor premioCorría el año 2009 y los peores años para la inmigración irregular en Fuerteventura habían pasado. Tan sólo algunas embarcaciones llegaban a la Isla de forma esporádica; nada comparado con lo vivido tiempo atrás, aunque esas imágenes permanecerían en la memoria de muchos.

Las fotografías de los peores momentos de aquel fenómeno sirvieron para que la Unión de Profesionales de la Comunicación de Canarias (UPCC) ayudara a un grupo de madres senegalesas. Montaron una exposición y la llevaron hasta un barrio que había sido duramente castigado por la inmigración, en el propio Senegal. Numerosos jóvenes de la zona habían decidido subirse a una patera y muchos habían desaparecido.

Aquellas madres no encontraron mayor consuelo que disuadir a los jóvenes para que no corrieran la misma suerte que sus propios hijos. Y la mejor manera de hacerlo fue mostrar las duras imágenes que durante años captaron los fotógrafos en las Islas. Carlos de Saa presenció el momento en el que las instantáneas se vieron por primera vez en Senegal. “Fue una situación muy emotiva y muy dura porque cuando entraron en la exposición veían a gente metida en las barcas sin poder moverse; otros deshidratados, y algunos ahogados en la orilla”, recuerda el fotógrafo. Muchos no pudieron continuar, lloraban y se derrumbaban ante una realidad muy diferente a la que les habían contado.

“Las madres no hacían sino darnos las gracias por haber tomado esas imágenes y llevarlas allí para que las vieran los jóvenes. Fue una sensación muy buena por el hecho de que durante esa etapa recibimos muchas críticas por fotografiar las desgracias de los demás. Es mi trabajo y lo hago para documentar lo que está sucediendo”, continúa de Saa, “siempre te queda la duda de si lo que estás haciendo está bien o mal, pero tras ver la reacción de esas madres me reafirmé en lo que creía y es que podía utilizar mis imágenes para ayudar”.

Tanto de Saa como otros compañeros cedieron sus imágenes para publicaciones y proyectos. Buscaban concienciar de la situación a la que se enfrentaban aquellas personas que decidían encontrar un futuro mejor, a bordo de una patera. La experiencia en Senegal les enseñó lo agradecidas que quedaron aquellas madres, por ayudarles a concienciar a los más jóvenes.

Agradecimiento que también se vivía en las Islas, con algunos de los inmigrantes protagonistas de aquellas imágenes. Algunos de ellos aún viven en Fuerteventura y diez años después, aún saludan con cariño a los reporteros gráficos que captaron el momento de su llegada.

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