De Tenerife al sur de Florida, un viaje en libertad

Aletean con rapidez y se dejan mecer por la fuerza de la corriente hasta convertirse en pequeñas siluetas imperceptibles que se pierden en el agua ante la mirada atenta de una veintena de curiosos que han presenciado su vuelta al mar.

Los dos ejemplares de tortuga boba liberados este viernes en la playa de Las Teresitas, en Tenerife, iniciaban así un viaje que, según los expertos, les conducirá a recorrer los más de 6.000 kilómetros que separan la costa tinerfeña del sur de Florida, en busca de aguas más cálidas.

Estos ejemplares, de entre dos y cuatro años de edad, fueron encontrados en las playas de Los Cristianos y Los Gigantes, en el sur de la isla, y tras su recogida trasladadas al Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de La Tahonilla, dependiente del Cabildo de Tenerife, donde han permanecido un mes recuperándose de las heridas.

“Después pasan a los tanques de la Fundación donde se musculan, aumentan de peso y comprobamos que son capaces de alimentarse por si solas y de ser autosuficientes una vez liberadas” explica Jaime Urioste, presidente de la Fundación Neotrópico.

Esta entidad, junto a las instalaciones de La Tahonilla, recibe entre 50 y 100 tortugas marinas al año, de las cuales el 85% alcanzan las condiciones adecuadas para ser devueltas al mar.

Tras la suelta, las tortugas dedican un tiempo a reorientarse, se alimentan, y después, aprovechando las corrientes marinas, continúan con una travesía que posiblemente las conduzca hacia Brasil y el sur de Florida.

Las corrientes funcionan como auténticas cintas transportadoras que les permiten recorrer largas distancias realizando un “esfuerzo mínimo”.

Durante unos años continuarán con el llamado “ciclo de años perdidos”, periodo durante el cual permanecen en alta mar aumentando de tamaño hasta que consiguen las dimensiones adecuadas para reproducirse, momento en el que retornan a su lugar de origen, en este caso Florida, para la cría.

“A través de fotografías que tomamos de la escamas de la cara, las cuales funcionan como una huella dactilar y son exclusivas de cada ejemplar, podremos comprobar aunque transcurran 30 o 50 años si se trata de tortugas que han pasado por el centro”, comenta Urioste.

Las Caretta caretta, denominadas como tortugas bobas, puede vivir hasta 200 años y llegan a alcanzar los 130 centímetros de longitud durante su periodo de madurez.

Las tortugas marinas son una de las especies que gozan de un mayor estatus de protección por parte de la Unión Europea, sin embargo, la presencia de bolsas de plástico, anillas de botes de refrescos, redes abandonadas, residuos de petróleo, la pesca “accidental” y los atropellos han reducido sus poblaciones drásticamente.

“Así, la tortuga laúd, una especie que también habita en Canarias, se calcula que de aquí a cincuenta años habrá desaparecido del Océano Pacífico, una de las zonas más importantes de cría de esta especie”, alerta Uriorte.

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