Nunca pudimos imaginar que en La Caja volvieran a reinar aquellos funestos tiempos en que en la comisión de control de la entidad, la que ha de velar por la pureza y buena gestión de la misma, estaba regida por personajes políticos de más que dudosa decencia. Los nuevos aires trajeron nuevas personas, pero no así mejores métodos para ejercer un efectivo control. Quien preside hoy ese organismo, obligado y necesario en una entidad pública de derecho privado como es La Caja, se ha visto envuelto en una operación que lo invalida moral y éticamente para continuar ejerciendo ese cargo, al ser beneficiado empresarialmente por un contrato con contraprestación económica. Por no entrar en consideraciones de otro tipo que ya le debían haber llevado a adoptar una drástica pero honrosa decisión.