La cosa empezó mal. Nadie quería comprar el hospital, y menos desde Hacienda, donde ATI sienta sus reales desde antes de que fuéramos declarados nacionalidad. Los dirigentes tinerfeños consideraron que adquirir esas instalaciones obligaba a adscribirlas al Cabildo canarión (también conocido como “de Las Palmas” en la Nivaria profunda), como hicieran en Tenerife con el hospital militar, comprado por 690 kilos de entonces. Era la época en que se pretendía un uso administrativo para El Pino (I), lo que precisamente no evidenciaba necesidades sociosanitarias. Además, a todas esas, poco importaba el asunto a un Adán Martín que todavía no había iniciado su asalto a la candidatura presidencial. Luego, a propuesta de un inquieto grupo de personas, llegó a la mesa del consejero de Sanidad, Rafael Díaz, un estudio muy serio y riguroso, y el hombre, a pesar de ser de ATI, la defendió hasta donde pudo. El presidente desechó la idea porque eran tiempos de apostar por El Pino, y se consideraba suficiente. Alguien, sin embargo, ya estaba negociando con Defensa, lo que rebotó sobremanera a Marcial Morales, que llegó a amenazar con hacer temblar los cimientos del pacto al ver peligrar su idea del viejo hospital ante tantas distracciones. No era precisamente la pinza ATI-PP, como sospechaba Morales, la que movía los hilos.