Un pequeño paraíso insular llamado Tabarca

La Iglesia de San Pedro y San Pablo junto a las murallas de Tabarca. En esta pequeña isla alicantina se combinan a la perfección patrimonio y playa.

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Tabarca es apenas un peñasco grande situado a poca distancia de la costa de la provincia de Alicante, en el Levante español. Pero aún así es la isla más grande de la Comunidad Autónoma de Valencia y, también, uno de los pocos islotes españoles que cuenta con una población estable más allá de bases militares o visitantes ocasionales. De cabo a rabo tiene unos 1.800 metros y su parte más ancha apenas supera los 400. Y aún así tiene varios castillos, un pueblo con su iglesia y todo y hasta una de las fortificaciones militares más impresionantes del Mediterráneo ibérico. Aquí, treinta y pocas hectáreas dan para mucho. Ha también algunas playas más que bonitas, un puerto y hasta un ‘desierto’ en miniatura. Pero lo que de verdad impresiona es lo que subyace a todo lo que hemos descrito. Lo primero su nombre que tiene un reflejo homólogo en la ribera sur del Mare Nostrum. Y aquí entran en el juego piratas berberiscos, cautivos cristianos, pescadores italianos y hasta un rey. De leyenda.

Antes de ser Tabarca, este lugar era un peligro para las costas de la actual provincia de Alicante. La historia de Tabarca viene de lejos. Los griegos la llamaron Planesia y hay abundantes restos de naufragios romanos y hasta una necrópolis de tiempos del Imperio que pone de manifiesto que aquí vivía gente desde tiempo ha. Algunos expertos aseguran que pudo ser una factoría de salazones, pero de esa época no hay rastro más allá de los maderos y cerámicas que dejaron los naufragios. La movida que nos interesa empieza mucho más tarde, cuando el Islote de San Pablo –así se llamaba- era frecuentado por los piratas berberiscos que solían entrar a robar y capturar esclavos en las costas. Y ahí se vio la necesidad de construir una fortaleza. Tras varias demoras, los trabajos empezaron a inicios del siglo XVIII. Y aquí es donde se da el giro sustancial de la historia. Desde muchos siglos atrás, los genoveses se habían asentado en la isla de Tabarka, en la costa norte de Túnez. Pero la isla fue atacada y sus habitantes fueron capturados y esclavizados. España pagó el rescate y los pescadores y sus familias se asentaron en la que llamaron la Nueva Tabarca.  Allí se les proporcionó de casa, barcas de pesca aparejadas y una generosa exención de impuestos. Y se les protegió con una soberbia muralla y la presencia permanente de un destacamento militar. En sus mejores tiempos, aquí llegaron a vivir más de mil almas.

Hoy apenas residen medio centenar de vecinos y vecinas en un pueblo que ha sido declarado Patrimonio Histórico Artístico por la importancia de sus monumentos. Pero en verano hasta aquí llegan a juntarse hasta 2.000 personas al día. Hay un par de alojamientos y restaurantes en los que se prepara de manera deliciosa el Caldero, un arroz muy caldoso que sirve de acompañamiento a los pescados del lugar. Pescados deliciosos, por cierto. Porque la riqueza de los fondos de la isla es legendaria y justifica, por sólo poner un ejemplo, que aquí se haya declarado una de las primeras reservas marinas de toda España. Esta zona protegida abarca más de 1.400 hectáreas alrededor de toda la isla y está formada por enormes praderas de fanerógamas marinas que juegan un papel fundamental en la cría de alevines de multitud de especies de grandes peces. Aquí es frecuente ver meros, pargos, chernes, dentones o doradas entre muchas otras. Las gafas y el tubo son imprescindibles tanto para excursiones de un día o para estancias más prolongadas. Un lugar ideal para meterse bajo el agua es la Cova del Llop Marí (Cueva del Lobo Marino), un lugar que la costumbre local identifica como la morada de un monstruo marino. Estos fondos son un verdadero paraíso de biodiversidad que se puede disfrutar aún desde la superficie y en lugares pegados a la costa.

Playas también hay. Algunas muy chiquitas y hasta íntimas como la Cala del Birros i la Guàrdia que te permite darte un chapuzón junto a los sillares de la muralla. Y más allá de la Puerta de San Rafael, que abre la ciudadela por su banda de levante, se puede decir que casi todo el perímetro de la isla es una playa que sólo se interrumpe por algunos salientes rocosos. Justo fuera de la población, la isla se estrecha en un pequeño istmo que ni llega a los cien metros. Aquí, de un lado, está el puerto y del otro la Playa de Tabarca, la más grande de toda la isla. Aquí también hay algunos restaurantes y el edificio de la vieja almadraba que se ha convertido en el Museo de Tabarca (Paseo Miguel Ángel Blanco, sn; Tel: (+34) 965 960 175) en el que se exhiben algunos restos arqueológicos, fotos y material didáctico sobre la historia y ecología del lugar. Desde aquí hasta la Punta Falcón (extremo oriental) hay apenas un paseo que deja algunas buenas postales como la Torre de San Josep (siglo XVIII), el Faro de Tabarca (XIX) o el pequeño cementerio. Y las playas, claro está.

Tabarca y la utopía barroca.- Nos dejamos lo más importante para el final. El siglo XVIII supuso un periodo de reformas importantes en España. Y también se produjo un esfuerzo importante para atraer población a las enormes comarcas vacías que existían a lo largo y ancho del territorio: una de las soluciones fue la fundación de ciudades y colonias. Y Tabarca, pese a su tamaño reducido, es un ejemplo de este urbanismo de repoblación que entronca con el humanismo renacentista (como La Laguna, en Tenerife, o las ciudades americanas). La ciudad está articulada en torno a plazas que dividen el espacio y ayudan a crear un plano de cuadrículas en las que las casas dejan espacio a grandes patios interiores. El resultado es un pueblecito pequeño pero muy bien ordenado. Y muy bonito, en este caso. Y también queda lugar para la monumentalidad. El gran edificio más evidente es la propia muralla con sus tres puertas (San Rafael al este; San Gabriel al oeste y San Miguel al norte). Pero también es más que destacable la Iglesia de San Pedro y San Pablo (Plaza de la Iglesia, 1), un precioso templo-fortaleza de estilo neoclásico que destaca por su altura y robustez.

Tabarca se camina en un rato, pero quedarse aquí a pasar al menos una noche merece la pena. Los atardeceres desde la Puerta de San Gabriel son sublimes y, además, cuando el último barco de la tarde deja la isla, todo se transforma. Los vecinos descansan y los gatos se enseñorean de la ciudadela. Es un buen momento para acercarse a la boca de la Cova del Llop Marí para ver si, de verdad, sirve de refugio a esa bestia de cuerpo sinuoso cubierto de escamas y grandes dientes del que hablan los pescadores locales.

Como llegar a Tabarca.- Para llegar hasta Tabarca tenemos cuatro opciones. La más cercana a la propia Tabarca es la que oferta la empresa Transtabarca desde la cercana población de Santa Pola. Esta naviera viaja a la isla todos los días con bastantes frecuencias. Y lo mejor de todo es que los billetes se compran sin horario cerrado y te permiten volver a la Península cuando más te plazca. Desde Alicante, la empresa Cruceros Kontiki ofrece varias conexiones semanales que se intensifican en temporada alta (Semana Santa, Verano…). También hay conexiones con Benidorm a través de la agencia Excursiones Benidorm (una conexión diaria). Y, por último, el otro puerto desde el que se puede viajar hasta la isla es Torrevieja aunque sólo desde abril a octubre. La empresa que ofrece este servicio es El Espejo de Torrevieja.

Fotos bajo Licencia CC: bertconcepts; Daniel Sancho; Nicolás; Alicante Turismo

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