La Montaña Palentina: uno de los secretos mejor guardados de la vieja Castilla
En la Península Ibérica hay verdaderos tesoros escondidos. Palencia es uno de los más desconocidos. La primera vez que atravesamos sus campos fue cuando hicimos el Camino de Santiago francés y caminamos durante varios días por el centro de la provincia visitando lugares como Fromista y Carrión de los Condes. Ahí empezamos a tomar contacto con el Románico Palentino, uno de los más extensos catálogos (y con mayor calidad) de este estilo artístico medieval que tanto nos gusta. Después un amigo palentino nos habló de sus famosas villas romanas; siete antiguas y lujosas haciendas rurales –las conocidas aunque este amigo arqueólogos nos habló de alguna más- que explotaron estas tierras de cereal desde hace ya dos milenios. Otro contacto habitual, pero fugaz, era el de ese tramo de carretera que media entre Burgos y la frontera sur de Cantabria; un terreno áspero pero de singular belleza en el que se dispersan pueblos, viejas ermitas, castillos y hasta alguna ciudad de importancia. Ahí, de casualidad, descubrimos la Montaña Palentina.
En Aguilar de Campoo habíamos parado un par de veces. La primera para ver el magnífico Monasterio de Santa María La Real (Paseo del Monasterio, sn), una de esa veintena o treintena de maravillas patrimoniales de primer orden que hay que ver sí o sí si se vive en España y se tiene un mínimo de sensibilidad artística e histórica. Este edificio imponente del siglo XII no sólo es uno de los mejores ejemplos de la transición del románico al gótico es, también una muestra de lo que se puede hacer cuando un grupo de ciudadanos se pone manos a la obra. La desamortización dejó el edificio en ruinas y ahora no sólo luce espléndido, sino que es la sede de una activa fundación que se ha echado a la espalda la recuperación y difusión del excepcional románico de la provincia . Hoy, Santa María La Real no sólo luce esplendido; también es uno de los mejores museos dedicados al arte medieval de España y una excusa más que válida para darse un paseo por Aguilar de Campoo y sus alrededores.
La ciudad es pequeña. Bastan un par de horas para que uno empiece a pasar por segunda o tercera vez por el mismo lugar. Pero bien merece la parada e, incluso, la fonda para adentrarse carretera mediante en los parajes de la Montaña Palentina. La Puerta del Portazgo da entrada al burgo pasando sobre un Pisuerga aún joven pero que ya va perdiendo el ímpetu de los torrentes recién nacidos. Este arco es una de las pocas piedras que dan memoria de la antigua muralla de la ciudad y da paso a la porticada Plaza de España, espacio de trazas irregulares que guarda algunos de los grandes edificios del pueblo: la Colegiata de San Miguel Arcángel y el Palacio de los Marqueses de Aguilar. Para completar la colección de imprescindibles asciende hasta el Castillo con parada obligada en la Iglesia de Santa Cecilia, una de las joyas más destacadas de ese románico palentino del que hablaremos mucho en nuestro viaje.
Desde lo alto podrás ver esas montañas truncadas que son Las Tuerces, verdaderas mesas de piedra que enclaustran los campos de cereal creando un paisaje surrealista de páramos desolados sobre los campos de cereal. El más interesante para visitar se llama Páramo de Lora. A tiro de piedra de la ciudad (y aupada sobre una de estas mesetas) se encuentra la Cueva de los Franceses (acceso por P-6222; Tel: (+34) 659 949 998; E-mail: cuevadelosfranceses@diputaciondepalencia.es), una imponente formación kárstica cuajada de estalactitas y las estalagmitas que recibió su nombre durante la Guerra de la Independencia, cuando una partida de paisanos acabó con una guarnición de franceses y tiró sus cuerpos al interior de la oquedad. Acércate al extremo norte de la meseta y mira la línea que separa la España verde de la seca (es brutal en verano) desde el Mirador de Valcabado y si te gusta darle a la patilla acércate hasta el Menhir de Canto Hito, un sencillo monolito de poco más de 3 metros de altura que señala una antigua tumba neolítica –unos 40 minutos caminando ida y vuelta-. Otro espacio digno de verse en este lugar es el Espacio Natural protegido de Covalagua (P-6222), uno de los desagües naturales del Páramo de Lora que deja fluir el agua hacia los campos de Aguilar a través de un arroyo que alterna las pozas y los pequeños saltos de agua.
Ruta 1. Los que remontan el Pisuerga .- Como te contábamos anteriormente, el Río Pisuerga (uno de los tributarios más importantes del Duero) llega a las puertas de Aguilar de Campoo ya tranquilo y manso (también tiene mucho que ver en esto las dos represas que median entre los muros del antiguo burgo y su cabecera). Cauce arriba, el aún modesto torrente fluye por un valle de prados y manchas de bosque que ya deja intuir la cercanía de esa España Verde que asoma a la vuelta de la esquina. Los picachos que se ven allá más cerca que lejos son ya las alturas de la Cordillera Cantábrica. El norte feraz está a apenas veinte minutos a vuelo de pájaro. Allá mismo. Un suspiro por la autovía que pasa a las puertas de Aguilar. A pocos kilómetros de la villa, la comarca empieza a dar muestras de su potencia como destino de naturaleza. La Tejeda de Tosande es sólo un pequeño ejemplo de ello. Este bosque encantado de robles, hayas y encinas culmina en un pequeño paraje dominado por tejos milenarios que parecen sacados de un cuento de elfos y hadas. Hay varias sendas autoguiadas en las que es imposible perderse (unas dos horas y media de camino).
El cauce del Pisuerga conecta varias de las localidades de nuestro interés. Antes de buscar otro de los hitos del románico palentino podemos hacer tres paradas: darnos una vuelta por la Senda del Oso hasta la antigua aldea medieval de Arbejal; visitar el Parque de Interpretación del Bisonte europeo (Calle del Rosario sn -San Cebrián de Mudá-; Tel: (+34) 666 229 574) un proyecto que intenta la crianza en semilibertad de este herbívoro portentoso para su liberación por estas tierras siglos después de su desaparición (los últimos bisontes libres de Europa murieron en 1927) o subir hasta el Bosque Fósil de Verdeña, una ‘fotografía’ impresa en la roca de un antiguo bosque de coníferas de hace más de 300 millones de años.
La Colegiata de San Salvador de Cantalamuda es otra de esas joyas del románico que se esparcen por toda la comarca. El edificio es un soberbio ejemplo del románico de estos parajes –hasta desproporcionado para su condición de antigua parroquia de pueblo de frontera- pero es que, además, esta pequeña iglesia del siglo XII está enclavada en un paraje espectacular de prados verdes, bosques y montañas. Es uno de los monumentos más fotogénicos de esta parte del país. La colegiata hay que verla por dentro. Sus capiteles son de más que aceptable factura y su altar, una imponente losa de piedra labrada sostenida por siete columnas ricamente decoradas, es una joya única del románico español. Siguiendo el río nos encontramos con el viejo Molino de Sopeña y más allá tres pueblecitos casi pegados (Tremaya, San Juan de Redondo y Santa María de Redondo) que parece que los pusieron ahí porque se quedaron sin espacio y así lo obligó la montaña. El sendero de la Cueva del Cobre asciende hasta lo más alto de las sierras –las vistas sobre los ya cercanos Picos de Europa son increíbles-. Ahí en la frontera entre Cantabria y Castilla. Llegar hasta allí demanda un camino de algo más de seis kilómetros (sólo ida) pero bien merece la pena. De esa enorme cueva sale un arroyo de aguas frías que inician aquí un viaje de 283 kilómetros hasta su muerte en el Duero.
Ruta 2. Buscando las fuentes del Río Carrión.- De ríos sigue yendo el asunto. Desde Aguilar de Campoo, la ruta propuesta coincide con la anterior hasta Cervera de Pisuerga. Aquí, tomamos la carretera P-210 y pasamos junto a los embalses de Cervera-Ruesga y el de Campo Redondo. En este último haz una parada frente a Alba de los Cardaños. Aquí, el agua forma una estrecha cuña entre montañas creando la ilusión casi nórdica: un fiordo de aguas dulces en los límites de norte de Castilla. Si te gusta el senderismo toma la carretera P-217, una auténtica gozada que se interna entre los picos y las peñas y nos regala algunos de los paisajes más salvajes e increíbles que hemos visto. La carretera (que nos recuerda a las Highlands escocesas) llega hasta la pequeña aldea de Cardaña de Arriba. Poco antes, a mano izquierda, sale el sendero que lleva hasta la Cascada de Mazobre (6,7 kilómetros ida y vuelta), una de las más altas y espectaculares de la España entera. Estamos a un paso de los Picos de Europa. Y los paisajes son coincidentes.
El otro punto de interés de la zona es ascender junto el cauce del Río Carrión hasta los antiguos circos glaciares donde nace (Carretera P-216). La vía asfaltada pasa junto a pequeñas aldeas como Triollo o Vidrieros, donde se convierte en pista de tierra buscando su confluencia con el antiguo camino de Liébana (que está ahí no más detrás de las alturas). Desde aquí, los caminos se vuelven más difíciles para transitar en coche y hay que tirar de la patilla para llegar a las alturas. El premio para los andarines consumados es llegar hasta la Laguna de las Fuentes Carrionas (también hay un sendero más corto pero durísimo desde Cardaña de Arriba) huella antiquísima de los hielos que poblaron estas cimas en los tiempos de la última Glaciación.
Fotos bajo Licencia CC: santiago lopez-pastor; Ángel M. Felicísimo; Julen Iturbe-Ormaetxe; Raúl Hidalgo; José María Roncero; Miguel Ángel García.
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