Un viaje por las Tierras del Ebro: templarios, árabes, judíos y obispos

Tierras del Ebro. En estos escenarios bucólicos se desarrolló una de las batallas más sangrientas y decisivas de la historia de España.

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Desde siempre tenemos una especie de fetiche viajero con los lugares que han sido escenario de grandes gestas o enormes tragedias. Escenarios de grandes batallas; lugares donde se fraguaron revoluciones; pequeños puntos que significaron el encuentro de nuevos mundos… En algunas ocasiones, estos lugares son sitios más bien anodinos; en otras ocasiones, cuando hablamos de grandes batallas, uno se encuentra con los rastros de la tragedia y un clima asfixiante (como nos pasó la primera vez que caminamos por las ruinas de Belchite). Cuando dejamos atrás las preciosas tierras del Delta del Ebro íbamos buscando los escenarios de la batalla más cruenta y decisiva de la Guerra Civil española. Íbamos a ver eso. Pero nos encontramos una comarca histórica con muchísimo que ofrecer más allá de las trincheras, los museos, los memoriales y las historias que se cuentan en los pueblos y caminos. Nos encontramos con ciudades patrimoniales apabullantes; parajes naturales de gran belleza; una riqueza arqueológica de primer orden; buen vino y mejor comida y, también, los ecos de aquella batalla que andábamos buscando (puedes ver los diferentes hitos marcados en rojo en el mapa).

Miravet es un ejemplo claro de esto que decimos. Este pueblecito de ribera no lo conocíamos. No habíamos oído hablar de él. Pero en el mapa turístico ponía en letras muy grandes Castillo Templario. Y allá fuimos a verlo. Y sí, el Castillo de Miravet (Cami del Castell, sn) es una joya del siglo XII. Un castillo edificado sobre una antigua alcazaba andalusí que sirvió como cabeza de la orden del Temple en la antigua Corona de Aragón. Pero es que el pueblo se sale. Tiene una vieja iglesia medieval (La Iglesia Vieja), un antiguo embarcadero, un casco histórico lindo de ver, un entorno espectacular… Y también uno de esos ecos de la guerra civil que habíamos venido a buscar. Este lugar fue uno de los puntos por los que las tropas de la República cruzaron el río. Un monumento en el parque que hay junto al río recuerda el hecho. Y esto será una constante del viaje. Porque los recuerdos de nuestra incivil contienda se encuentran por todos lados; junto a los monumentos y a los pueblos.

¿Por dónde empezar? Por Tortosa. Esta población ejerce de ‘capital’ de facto de toda la comarca y está a tiro de piedra de casi cualquier sitio. Además, es uno de los conjuntos histórico artísticos más impresionantes de esta parte del país. También es un buen lugar para hacer noche si vas a pasar por aquí varios días (algo más que recomendable porque hay muchísimo por ver). Tortosa tiene su propio obispado. Y eso se deja ver en sus calles y plazas. Sin duda alguna, las ‘consecuencias’ más notables de este carácter de sede eclesiástica son la Catedral de Santa María de Tortosa (Carrer del Palau) y el Palacio Episcopal (Carrer Cruera, 9). Pero al calorcito del poder de la Iglesia la ciudad se convirtió en un importante polo económico que trascendió su posición tradicional estratégica como vado del río. El Castillo de la Suda es buen ejemplo de esto que decimos. Su origen data de tiempos de árabes y servía de puesto fronterizo de la Taifa de Lérida. Uno ve todo lo que hay detrás de esta fortaleza (un complejo de fortificaciones que van desde los muros árabes a los baluartes artilleros de casi antes de ayer) y se da cuenta del valor de la plaza como paso del río.

Un valor mucho más antiguo que los muros de la vieja Alcazaba. Justo en frente de la Catedral puedes ver los restos de varios edificios de época romana (Tortosa Cota 0 -Costa dels Capellans, 2). Por aquí pasaba la famosa Vía Augusta camino de Tarragona desde las tierras del sur de la Península Ibérica (muy cerca de la ciudad, en el Camì Vell de la Galera puedes ver un viejo millario romano de la antigua ‘autopista’). Sin salir de Tortosa aún quedan varias cosas por ver: el otro gran hito de la localidad son los Colegios Reales (Carrer de Sant Domènec, 12), instituciones fundadas por orden de Carlos V para la educación de los moriscos. El conjunto formado por los claustros de San Jaime y San Matías y San Jorge y Santo Domingo es el culmen del renacimiento en tierras de Cataluña. La antigua iglesia de los colegios se ha convertido en un centro de interpretación sobre el Renacimiento en Tortosa. Porque la ciudad está considerada como el gran centro renacentista de la región.

Otras cosas que ver en Tortosa.- La ciudad es monumental y las piedras con pedigrí están por todos lados. No dejes de callejear por el Call Jueu, la maraña de callejones, muros y contramuros que formaban la antigua judería de la ciudad. Aquí vas a encontrar una de las pocas sinagogas históricas que han sobrevivido el paso de los siglos en España (al menos en sus muros externos) y algunos rincones muy bonitos (como el Portal de los Judíos –el único acceso que tenían las vecinas y vecinos para entrar en el barrio-). Otro indispensable es el Museo de Tortosa (Rambla Felip Pedrell, 3). El lugar es interesante por dos razones: la más obvia es que guarda colecciones históricas y arqueológicas que ponen de manifiesto la potencia patrimonial de la ciudad y la segunda es poder visitar el antiguo Matadero, un edificio modernista muy bonito de ver. ¿Y qué pasa con la batalla? También tiene su presencia. Justo en mitad del río hay un monumento que recuerda el hito. Un conjunto escultórico que fue erigido antes de la recuperación de la democracia y al que se le ha despojado su parafernalia fascista (y sigue levantando polémicas por su origen). En la ciudad también hay un refugio antiaéreo (Carrer Cristòfol Despuig, 4) que recuerda los frecuentes bombardeos que sufrió la población durante la contienda.

Yendo hacia Amposta.- Bajando junto al cauce del Río nos encontramos con Amposta, que sirve de puerta de entrada al Delta del Ebro. La localidad es pequeña y lo que hay que ver en su casco urbano se encuentra a tiro de piedra de su Iglesia Parroquial de la Asunción (Plaza del Ayuntamiento, 8) –neoclásica de finales del XVIII-. El Castillo, el Puente Colgante y la torre de la Asunción desde la otra orilla del Ebro son una de las fotos paradigmáticas de la localidad actual y, también, una de esas imágenes históricas de la batalla. Uno de los frentes más activos de aquel 25 de julio (fecha en la que se inició la operación) fue el de Amposta. Aquí, literalmente, los republicanos barrieron las defensas franquistas que huyeron en desbandada. Fue el inicio de 115 días de lucha que dejó unos 130.000 muertos. Las huellas de la batalla en los alrededores de Amposta son importantes. Aquí se situó uno de los frentes más activos de la batalla y es posible ver viejos bunkers, trincheras y posiciones fortificadas a pocos kilómetros del centro urbano. Algunos, como el Nido de Ametralladoras de La Mina en el propio casco (República esquina La Mina). También pueden verse fortificaciones de 1938 en el cercano Camí de les Tosses.

Un par de planes si vas con tiempo.- En Amposta está el Museo de las Tierras del Ebro (Carrer Gran Capità, 17) donde se hace un repaso a la historia y a la etnografía de este espacio tan singular. Merece la pena. Y desde aquí se pueden hacer un par de incursiones interesantes al Delta (donde tienes otro búnquer de la Guerra Civil en Deltebre) o a parajes curiosos como el Olivar de Pou les Piques donde puedes ver algunos olivos milenarios o las Pinturas Rupestres de Cabrafeixet, en Perelló. 

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