Una visita al país de los trolls: fuera de ruta por Trollaskagi

Aguas mansas en Siglufjörður, en el extremo norte de Trollaskagi.

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No es un desvío habitual dentro del famoso Ring Road islandés; pero los túneles que conectan los pueblecitos costeros de Siglufjörður y Ólafsfjörður han convertido a la Península de Trollaskagi en un lugar fácil y deseable de visitar cuando se hace la famosa travesía por la Bjodvegur (nombre de la ruta circular que rodea toda la isla). Internarse en la Península de los Trolls es volverse a encontrar con esos paisajes rotundos que tanto abundan en esta minúscula roca volcánica que es Islandia. Pero a diferencia de la zona sur del país, aquí la actividad volcánica es mucho más antigua; y eso tiene su correspondencia en suelos fértiles y domados dónde es posible rastrear la riquísima herencia vikinga. Durante mucho tiempo, las excursiones a Trollaskagi se limitaban a dejar por unas horas la seguridad de la Ring Road para visitar el sitio histórico de Kakalaskáli (a pocos kilómetros del cruce con la N-76), uno de los escenarios más importantes de la guerra civil (Era de los Sturlungar, en relación a la familia que dominaba toda esta zona) que enfrentó a los clanes islandeses durante el siglo XIII. Aquí se libró la batalla de Haugsnes, que es la más sangrienta de toda la historia de la isla. Apenas murieron 111 personas, pero el desastre que supuso esta pelea entre clanes posibilitó el control de Islandia por Noruega. Hoy una instalación artística recuerda el lugar y aquellos hechos a través de más de 1.300 grandes piedras de los alrededores (una por cada uno de los guerreros que participaron en la lucha). Este sitio sirve de entrada a Trollaskagi.

La ciudad de Sauðárkrókur ejerce de ‘capital’ de esta parte del país. Es apenas un pueblecito de unos cuantos miles de habitantes, pero comparado con sus vecinos más próximos es roda una pequeña megápolis de casitas de madera pintadas de colores chillones. Si vienes desde Kakalaskáli y sigues interesado en la historia de la guerra civil islandesa puedes echarle un vistazo al Museo de 1232 (Aðalgata, 21) donde hay buenas reproducciones de armas, mapas, información y, sobre todo, una impresionante zona de realidad virtual dónde podrás estar, in situ, en otra famosa batalla de la lucha entre los clanes. Está bueno. En el pueblo hay algunas cosillas que ver: Una iglesia bonita; una interminable playa de arena negrísima; algunas ruinas de granjas medievales… También en un buen lugar para quedarse a dormir si quieres dedicarle más de un día a Trollaskagi y finalizas la excursión en Akureyri (la segunda ciudad de Islandia ya de vuelta en la Ring Road. A 15 kilómetros de aquí tienes otro hito islandés que trasciende a la comarca: la piscina de Grettislaug (Acceso por N-748). El paseo (son sólo 15 kilómetros) merece la pena por la espectacularidad del paisaje. Y la meta es una pequeña piscina de aguas termales al aire libre. ¿Y por qué son tan importantes? Pues porque salen en algunas de las sagas medievales más famosas del país. Y la verdad es que merece la pena.

Qué ver en Trollaskagi.- Aquí manda la naturaleza en estado superlativo. Es, por ejemplo, uno de los mejores lugares de Europa para ver auroras boreales durante los duros inviernos locales. Pero también hay hueco para hacer turismo cultural y seguir sumergiéndose en la rica historia de esta isla maravillosa. Como te decíamos, aquí se acumula una de las pocas franjas de tierra fértil del país. Y eso atrajo a la población desde los inicios de la colonización en el siglo X. No dejes de pasar por la Granja Glaumbaer (N-75), un museo de sitio que se ha instalado en una vieja explotación agrícola con muchos siglos de existencia a cuestas. Aquí podrás ver las famosas casas de techo de pasto que son una herencia directa de aquellos primeros colonos de origen vikingo y sus esclavos celtas (de esa mezcla viene la actual población). Otro imperdible de los alrededores de es la Iglesia de Vídimýrarkirkja (Acceso desde N-1), una pequeña iglesia de madera, turba y techo de pasto que nos retrotrae a aquellos siglos primeros aunque la verdad es que data de principios del siglo XIX (aún así es uno de los templos más antiguos de la isla).

Hólar: Una Universidad para menos de 100 almas. El primer pueblo que nos encontramos cuando nos internamos en la península propiamente dicha es Hólar. Para llegar aquí hay que tomar un desvío desde la N-76 e internarse unos 10 kilómetros tierra adentro. Son literalmente cuatro casas, pero cuenta con una impresionante iglesia y dos pequeños colegios universitarios. Y la razón de ello es la iglesia, que desde hace muchos siglos fue un centro de estudios que prestaba servicios para toda la comarca (y aún funcionan aquí una facultad de Bilogía). En Hólar también puedes visitar la Casa del Obispo, una construcción del siglo XIV, y una interesante colección de edificios tradicionales de madera, turba y pasto. Es un sitio muy bonito para ver al que llega muy poca gente. Y también una buena forma de internarse en los dominios de los trolls. Aquí puedes ver, por ejemplo, uno de los intentos más serios para recuperar los bosques nativos, literalmente arrasados por los colonos durante los siglos X, XI y XII. Desde aquí, la carretera se interna en Trollaskagi pasando por algunas pequeñas poblaciones como Hofsos –dónde hay un pequeño museo de la emigración y una piscina de aguas termales-. Otro hito interesante que merece un selfie es Hravna-Floki (sobre la ruta 76), un sencillo monumento que rinde homenaje al mítico Floki, el navegante noruego que ‘descubrió’ estas tierras (según parece habían llegado antes monjes irlandeses).

Siglufjörður y Ólafsfjörður; la era de oro del arenque. Son las verdaderas joyas de la zona. De Siglufjörður, por ejemplo, se dice que es el pueblo más bonito del norte de Islandia. Enclavado en uno de los fiordos más septentrionales del país, este viejo puerto de pesca fue uno de los centros económicos más notables del mundo escandinavo. Arenques. Durante siglos, la pesca del arenque fue la actividad principal de la zona y el principal sostén de las familias de Trollaskagi. De aquellos tiempos quedan el puerto, un buen puñado de barcos, viejas factorías y una cultura centrada en el mar. No es de extrañar que el principal centro cultural de la ciudad sea el Museo de la Era del Arenque (Snorragata, 10). Es interesante de ver, la verdad. Más allá de la exposición de objetos, maquetas y material audiovisual, el museo se instaló en una de las muchas factorías conserveras del puerto. Pasear por el pueblo y sus alrededores merece la pena. También tomar el túnel que lo une a Ólafsfjörður, el otro pueblo remoto de la península (antes era más fácil ir de uno a otro por mar que por tierra). Y aprovechar el escaso resquicio de luz que nos fa el Fiordo de Héðinsfjörður, un lugar tan bonito que no parece de verdad. En Ólafsfjörður se repiten algunas estampas que en su vecino. El pueblo es lindo de ver, pero aún lo es más el entorno. Hay mil y un senderos que van y vienen por los valles glaciares descubriendo arroyos, cascadas, viejas granjas, prados o pequeños bosques como el de Skarðsdalsskógur. Para expertos al volante.- Tomar la carretera de montaña de Skardvegur que comunicaba Siglufjörður con el resto de la isla antes de que la maquinaria moderna permitiera romper las piedras para hacer la N-76.

Camino de Akureyri.- El último tramo de carretera por la Trollaskagi (la N-82 en este caso) transcurre por la orilla occidental del Fiordo de Eyjafjordur con lugares de gran belleza como la cascada de Mígandifoss. No dejes de hacer una pequeña parada en Dalvik. Primero échale un vistazo a su iglesia de madera y, luego, abandona la carretera principal para hacer un par de kilómetros tierra adentro por su imponente valle glaciar (aquí también vas a encontrar muy buenas fotografías). El viaje termina junto a la Ring Road a pocos kilómetros de Akureyri, otra de esas ciudades que bien merecen una parada tranquila, o mejor aún, una noche. Como te decíamos, esta urbe de aspecto deslavazado (dominan las casitas bajas en una traza urbana muy abierta y dispersa) es la segunda población del país. Así que abundan los museos y las cosas que ver. Pero eso es, ya, otra historia.

Fotos con Licencia CC: Fabio Achilli; Markus Trienke; TravelingOtter; Richard Whitaker; puffin11k; Bernd Thaller; Sarah Nichols

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