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Hacer ciudades con quien las vive

Kevin Botejara

Cosecretario Político y Responsable de Discurso de Podemos Santander —

La noción de urbanismo es la organización del espacio humanizado para servir a unos intereses específicos. Es una consecuencia lógica que si no hay interés para ordenar de una determinada manera no habría ninguna necesidad de ordenar. La historia del urbanismo es la historia de este interés y de quien es encargado de decidir cómo se organiza el espacio urbano.

Los romanos, expertos en ingeniería civil, ordenaban sus ciudades meticulosamente para la optimización de las infraestructuras en pos del orden y al servicio de la República y posteriormente Imperio; las villas medievales crecían en torno a la iglesia o catedral, manteniendo el poder eclesiástico en el centro del núcleo urbano; las ciudades de la Europa Moderna conducen fácilmente a los grandes palacios, sede física y simbólica del poder absoluto de los monarcas. En Santander, tras el incendio cuyo aniversario se acaba de cumplir, se reconstruyó la ciudad como ejemplo del poder del régimen franquista y a su servicio, por ello se reubicó a las familias humildes y populares del destruido centro histórico en la periferia y las afueras, mientras que a la élite y al funcionariado franquista se le concedió el artificioso nuevo centro urbano.

Cabría pensar entonces que en democracia las ciudades se organizaran a favor de la ciudadanía, pero, ¿es así?

A día de hoy nos encontramos con numerosas obras públicas que los ciudadanos cuestionan abiertamente, poniendo en serias dudas su utilidad. Por el vial que se llevó por empecinamiento la vida de Amparo Pérez, cuyo fallecimiento se ha rememorado también recientemente, pasa un número de vehículos ofensivamente lejana a la que aseguraban el concejal y el entonces alcalde, ahora ministro, siendo el resultado muchísimo más cercano al que advertían la ciudadanía y asociaciones. La respuesta a estas actuaciones está probablemente en los habituales sobrecostes inesperados y los carteles publicitarios de las empresas constructoras que ejecutan estas obras. Quizá estemos en la época del urbanismo al servicio de las constructoras. Pero quizá también podamos hacer algo al respecto.

Si estamos en democracia la ciudadanía es siempre quien tiene la legitimidad última en la toma de decisiones, algunos sin duda creemos en esto con absoluto compromiso. Además, parece tan lógico que sean los vecinos y vecinas de las ciudades quienes decidan cómo organizar el espacio en el que viven. Contamos con excelentes ejemplos de ello: esta pasada semana las madrileñas y madrileños han podido votar su proyecto favorito para la remodelación de la Plaza de España, y también han opinado en la consulta sobre el futuro de la Gran Vía. Una forma clara de devolver la capacidad de decisión sobre el espacio público a la gente y no a las constructoras y a sus políticos íntimos.

En Santander, la anulación del Plan de Ordenación Urbana es una tremenda oportunidad para tomar ejemplo y ponerlo en práctica. Hagamos que sean los santanderinos y las santanderinas quienes decidan cómo hacer la Santander del presente y del futuro. Abramos un proceso participativo en el que la gente pueda exponer sus necesidades y decidamos en común la ciudad que queremos. Es lo mejor que podemos hacer, el ejemplo de que se puede hacer lo tenemos, lo demás es cuestión de voluntad política y decidir del lado de quién se está.

La noción de urbanismo es la organización del espacio humanizado para servir a unos intereses específicos. Es una consecuencia lógica que si no hay interés para ordenar de una determinada manera no habría ninguna necesidad de ordenar. La historia del urbanismo es la historia de este interés y de quien es encargado de decidir cómo se organiza el espacio urbano.

Los romanos, expertos en ingeniería civil, ordenaban sus ciudades meticulosamente para la optimización de las infraestructuras en pos del orden y al servicio de la República y posteriormente Imperio; las villas medievales crecían en torno a la iglesia o catedral, manteniendo el poder eclesiástico en el centro del núcleo urbano; las ciudades de la Europa Moderna conducen fácilmente a los grandes palacios, sede física y simbólica del poder absoluto de los monarcas. En Santander, tras el incendio cuyo aniversario se acaba de cumplir, se reconstruyó la ciudad como ejemplo del poder del régimen franquista y a su servicio, por ello se reubicó a las familias humildes y populares del destruido centro histórico en la periferia y las afueras, mientras que a la élite y al funcionariado franquista se le concedió el artificioso nuevo centro urbano.