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Juego de fotos

Mediaba la mañana de la apretadísima agenda real en su visita al Parlamento Europeo cuando el dirigente de Podemos, Pablo Iglesias, rompió el protocolo y con un brillo de astucia en sus labios entregó a Felipe VI la colección de la serie televisiva Juego de Tronos. Con una sonrisa no menos astuta y un ademán campechano -herencia innegable de su padre- el rey aceptó el presente, intercambiando regalante y regalado sendas frases corteses.

Al ver las imágenes en televisión, no pude evitar recordar aquel pasaje de la Eneida en el que uno de los personajes, Laocoonte, advierte a los troyanos sobre los peligros que entraña el caballo de madera que los griegos han abandonado frente a las murallas de la ciudad:

El regalo de Pablo Iglesias, sin embargo, no parece demasiado inquietante, apenas una serie de televisión de contenido fantástico al que el dirigente atribuye ciertos paralelismos con la situación actual que, según él, pueden aportar al monarca algunas claves para entender la política española.

¿Qué quieren que les diga? Me cuesta encontrar una enseñanza gratificante en la que el rey se pueda apoyar una vez se trague las cuatro temporadas de la serie. Las equivalencias con el trono de hierro, la madre de los dragones o la fría Invernalia son tan arbitrarias como si le hubiera regalado El Señor de los Anillos, El Padrino (otra sugerencia del propio Pablo Iglesias) o incluso Aquí no hay quien viva, es solo cuestión de repartir los papeles. Porque lo que contiene este caballo de Troya no es ningún compendio del arte de la política, ninguna revelación maquiavélica, lo único que perseguía este caballo de madera era el flash de los fotógrafos presentes en Bruselas.

Para su desgracia, los troyanos no creyeron a Laocoonte; es más, cuando el sacerdote intenta quemar el caballo con la ayuda de sus hijos, los tres son devorados por las serpientes. Los troyanos interpretan estas muertes como un signo de desagrado de la diosa Atenea por el rechazo del caballo, así que deciden introducirlo en la ciudad. Una vez dentro, como bien es sabido, tropas de élite griegas saldrán de su interior y abrirán las puertas de la ciudad que quedará totalmente destruida.

Porque Iglesias necesitaba esa foto y por eso utilizó el regalo como caballo de Troya. Fue una serie de televisión, pero podría haber sido un llavero chino con linterna o un botijo de doble pitorro. Iglesias solo buscaba esa foto con el rey, que representa cierto talante para tranquilizar a potenciales votantes asustados por su irrupción en la política. Es una manera de decir desde las portadas de los medios de comuncación que ha llegado para cambiar las cosas, pero no ha traído una guillotina.

Lo que pasa es que enfrente no tenía a un crédulo troyano. Felipe VI ya había recibido una solicitud oficial de audiencia por parte de Pablo Iglesias, pero la había desviado hábilmente aplazándola hasta después de las elecciones. Así que en Bruselas, con el caballo de Troya ya delante de sus narices, tuvo que pasar al plan B: si no puedes rechazarlo, sé campechano. Abrió en la cara esa sonrisa de borbonear, mil veces dibujada antes en el rostro de su padre, y encajó el regalo con estilo. Solamente le faltó decir: “Oye, Pablo, estos espárragos están cojonudos”.

La Eneida es, en realidad, el mito que Augusto encargó a Virgilio para explicar la fundación del imperio. Por eso el poeta tomó al príncipe Eneas, uno de los pocos supervivientes de Troya y después de mil aventuras enfrentado a dioses, furias y hombres, le hizo arrivar a las costas itálicas para fundar Roma.

Hay algo de troyana supervivencia en Felipe VI, así que cuando se vio enfrentado a la ya ineludible fotografía, en lugar de enfadarse por los hechos consumados, puso cara de encajador y transmutó también en su propio beneficio la escena de sonriente camaradería en democrática presencia frente a los ojos de la (terrible y supuesta) revolución.

Mediaba la mañana de la apretadísima agenda real en su visita al Parlamento Europeo cuando el dirigente de Podemos, Pablo Iglesias, rompió el protocolo y con un brillo de astucia en sus labios entregó a Felipe VI la colección de la serie televisiva Juego de Tronos. Con una sonrisa no menos astuta y un ademán campechano -herencia innegable de su padre- el rey aceptó el presente, intercambiando regalante y regalado sendas frases corteses.

Al ver las imágenes en televisión, no pude evitar recordar aquel pasaje de la Eneida en el que uno de los personajes, Laocoonte, advierte a los troyanos sobre los peligros que entraña el caballo de madera que los griegos han abandonado frente a las murallas de la ciudad: