Qué aporta el jengibre y por qué es una buena idea añadirlo a tus recetas de sopa de calabaza

El jengibre es una planta perteneciente a la familia de las zingiberáceas, reconocible por su aroma penetrante y su sabor ligeramente picante, con matices cítricos. Su origen se encuentra en los bosques tropicales del subcontinente indio, en el sur de Asia, donde surgieron distintas variaciones genéticas. Con el paso del tiempo, y debido al comercio de especias, llegó a Europa, donde fue utilizado tanto por los antiguos griegos como por los romanos, quienes le atribuyeron propiedades medicinales y culinarias.

En el ámbito gastronómico, su uso es realmente amplio. Si te apasiona la cocina japonesa, china o india, sabrás que el jengibre es un ingrediente fundamental en muchos de sus platos tradicionales. Curiosamente, lo que consumimos no es la parte aérea de la planta, sino su tallo subterráneo, conocido como rizoma. Este rizoma, de forma nudosa y aspecto peculiar, es el responsable de ese sabor tan característico entre picante, fresco y ligeramente cítrico. Debido a su intensidad, se utiliza tanto como aperitivo como para realzar el sabor de distintas recetas. Cuando el rizoma está más maduro, se emplea como especia para ocultar o equilibrar otros aromas fuertes, especialmente en la cocina asiática.

Además, está emparentado con la cúrcuma y el cardamomo. Hoy en día su presencia es cada vez más común en todo tipo de platos, desde guisos tradicionales hasta ensaladas, o incluso en cremas. Ha traspasado fronteras culinarias y se ha colado en la repostería y en bebidas, los más habituales en infusiones, batidos y tés revitalizantes. En la cocina occidental, por ejemplo, el jengibre seco o molido se utiliza principalmente en alimentos dulces como el pan de jengibre, pasteles, caramelos o galletas.

Por si fuera poco, el jengibre contiene más de 400 compuestos diferentes, entre los que destacan los carbohidratos, lípidos, los compuestos fenólicos, aminoácidos, fibra, proteínas, fitosteroles, vitaminas y minerales. No es de extrañar que, en los últimos años, el interés por sus beneficios haya crecido de forma notable en la actividad científica, permitiendo estudiar más a fondo sus componentes y efectos en la salud.

Por ejemplo, la raíz del jengibre posee altos niveles de antioxidantes, lo que ayuda a reducir la actividad de los radicales libres. Como resultado, disminuye el daño celular y favorece un envejecimiento saludable. Asimismo, se le atribuyen propiedades inflamatorias, digestivas y analgésicas. Es especialmente útil para mejorar el vacío gástrico, ayuda a controlar el dolor de estómago, la hinchazón y los gases.

Uno de sus beneficios más conocidos es su capacidad para reducir los vómitos y las náuseas, especialmente en embarazadas, pacientes en tratamiento de quimioterapia o personas que se recuperan de intervenciones quirúrgicas.

Por último, se ha demostrado que el extracto de jengibre puede inhibir el crecimiento de algunos tipos de bacterias como la E.coli, estafilococos, y salmonela, además de mostrar eficacia frente a bacterias bucales que causan enfermedades inflamatorias en las encías.

Receta sopa de calabaza con jengibre

Cuando pensamos en una sopa de calabaza, imaginamos un plato reconfortante, cremoso y ligeramente dulce, ideal para los días fríos. Pero ¿qué pasaría si a este clásico le agregamos un toque de jengibre? Este ingrediente, aparentemente simple, no solo transforma el sabor con un matiz aromático y picante, sino que también aporta interesantes beneficios. Para preparar esta receta necesitaremos unos cuarenta minutos. Estos son los ingredientes para obtener cuatro raciones:

  • Una calabaza mediana, alrededor de un kilo
  • Una cebolla grande, unos 250 gramos
  • Dos dientes de ajo
  • Un trozo pequeño de jengibre fresco
  • Un litro de caldo de verduras
  • Un chorro de aceite de oliva
  • Sal y pimienta al gusto
  • Cilantro fresco picado (opcional)

Con todos los ingredientes preparados, podemos ponernos manos a la obra y comenzar la preparación. En primer lugar, tomamos una olla grande, vertemos un chorro de aceite de oliva y lo dejamos calentar a fuego medio.

Cuando el aceite esté templado, añadimos la cebolla, previamente pelada y troceada en finas láminas. La dejamos cocinar durante unos cinco minutos, removiendo de vez en cuando para evitar que se pegue o se queme, hasta que empiece a tonarse transparente y ligeramente dorada.

A continuación, incorporamos el ajo finamente picado junto con el jengibre recién rallado, y cocinamos todo durante un par de minutos más. Este paso es fundamental, ya que permite que el aceite se aromatice y los sabores comiencen a integrarse. Mientras tanto, pelamos cuidadosamente la calabaza y la cortamos en trozos pequeños para facilitar la cocción. Acto seguido, la añadimos a la olla y la sofreímos durante unos minutos, removiendo suavemente para que se impregne del sofrito de cebolla, ajo y jengibre. Esto realzará el sabor final de la sopa, aportando un toque especiado.

Después, cuando las verduras empiecen a dorarse ligeramente, incorporamos el caldo de verduras. Debemos asegurarnos de que el líquido cubra completamente la calabaza, de manera que todos los ingredientes se cocinen de forma uniforme. Cuando la mezcla comience a hervir, bajamos el fuego al mínimo y dejamos cocinar durante aproximadamente media hora, o hasta que la calabaza esté tierna y blanda.

Una vez lista, retiramos la olla del fuego. Con ayuda de una licuadora o batidora de mano, trituramos todos los ingredientes hasta obtener una textura suave, homogénea y cremosa.

Tras obtener la crema, la devolvemos al fuego lento durante cinco o diez minutos más. En este punto, añadimos sal y pimienta al gusto, y mezclamos suavemente para que los sabores se integren por completo. Finalmente, servimos la sopa bien caliente y, como toque especial, podemos decorarlo con cilantro fresco picado, un chorrito de aceite o incluso unas semillas de calabaza tostadas para aportar textura.