Dormir con aire acondicionado, ¿es perjudicial para la salud?

Dormir cuando hace mucho calor resulta, para mucha gente, una tarea difícil. Se estima que el “umbral del sueño” se ubica entre los 22 y 24ºC. Es decir, cuando la temperatura del dormitorio se encuentra por encima de esas marcas, un sueño de buena calidad se torna casi imposible. Entonces aparece al rescate la figura del aire acondicionado, como un posible “salvador”. Pero surge también la duda: dormir con el aire acondicionado puesto, ¿puede ser perjudicial para la salud?

La respuesta es que, si no se tienen en cuenta una serie de medidas de precaución, sí, quienes duermen en una habitación con el aire acondicionado encendido pueden sufrir algunos efectos negativos en su salud. De hecho, la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (SEORL) explica que “el uso del aire acondicionado puede incrementar los problemas de garganta en verano”.

En el mismo sentido, la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica especifica que “hasta un 20% de los cuadros catarrales, laringitis, faringitis o procesos bronquíticos” que se producen en el periodo estival se deben al uso inadecuado del aire acondicionado.

Las consecuencias de excederse con el aire acondicionado

Hay que tener en cuenta que, durante el sueño, la temperatura corporal desciende. Alcanza su mínimo -la llamada temperatura basal- unas cuatro horas después de que la persona se duerme. Un ambiente demasiado fresco aumentará la diferencia con la temperatura del cuerpo, y por lo tanto aumentarán también los riesgos. 

La más común de las consecuencias negativas ocasionadas por dormir con el aire acondicionado encendido es la irritación e inflamación de la garganta y las vías respiratorias, provocadas por las bajas temperaturas y el aire seco. Esto último también puede ocasionar irritación en los ojos, con sus consecuentes picores e incluso posibles conjuntivitis.

Además, el aire frío de estos aparatos es responsable de “una serie de alteraciones en los sistemas de defensa naturales” de la nariz y la garganta, según explica la SEORL. Uno de los efectos más importantes es que los cilios -los pequeños pelitos que tenemos en el aparato respiratorio- pierden movilidad. En consecuencia, “la circulación normal de la mucosa se vuelve más lenta o incluso cesa, lo que puede dar lugar también a la aparición de sinusitis y otitis”.

Deshidratación, alergias y otros riesgos

Un estudio de 2015, realizado por científicos de la Universidad de Yale, demostró que el virus del resfriado común se propaga con mayor facilidad cuando la temperatura de la cavidad nasal es inferior a la de los pulmones (es decir, la temperatura corporal normal, de unos 36,5 ºC). Otra investigación del mismo equipo comprobó que la temperatura corporal desempeña un papel clave en la defensa contra los virus. 

Con el aire acondicionado también crece el riesgo de una deshidratación. El frescor del aire acondicionado muchas veces retrasa o impide advertir la sensación de sed. Este hecho, sumado a la sequedad del ambiente que el mismo sistema produce, puede derivar en ese cuadro. Y sus síntomas más comunes son sequedad en la piel, dolor de cabeza y migrañas.

Y tanto la acción de esos virus como las jaquecas y migrañas pueden ser propiciadas por la mala calidad del aire, como resultado de que los filtros del aire no estén lo suficientemente limpios. Más aún: la presencia de hongos, ácaros y bacterias podría desencadenar alergias y crisis asmáticas, tal como lo han señalado numerosos estudios.

Medidas de precaución

La existencia de todos esos riesgos no quiere decir que no se pueda dormir con el aire acondicionado encendido. Pero sí que conviene tomar algunas medidas de precaución, entre las que se destacan las siguientes:

  • 1. Mantener una temperatura razonable: En general, se recomienda que, para dormir, la temperatura del ambiente no esté por debajo de los 23 ºC. De ese modo, se evita no solo el riesgo de un posible enfriamiento del cuerpo al dormir, sino también un gasto innecesario de electricidad. Se estima que, por cada grado más que el aparato desciende la temperatura, su consumo se incrementa en un 8%.
  • 2. Evitar el flujo de aire directo: El chorro de aire que sale del artefacto tiene una temperatura mucho más baja que la del ambiente. Si una persona lo recibe de manera directa sobre un tiempo prolongado, padecerá sus consecuencias, que también pueden incluir contracturas y dolores musculares. Por ello, es importante evitar esa ubicación. Siempre que sea posible, además, se debe activar el modo ‘aleteo’ (o ‘swing’), que hace que las paletas, aspas o lamas se muevan de forma tal que varíen la dirección de salida del aire, distribuyéndolo de manera más uniforme por la habitación.
  • 3. No dejarlo encendido toda la noche: A menudo el calor impide conciliar el sueño pero, una vez que se ha logrado dormir, deja de ser un problema, o al menos no es tan intenso como para despertar a quien duerme. En ese caso, es aconsejable recurrir al ‘modo sueño’ (o ‘sleep’): el aparato se apagará solo un determinado tiempo después de su activación. Por lo demás, siempre es recomendable el uso de la función económica, que regula la temperatura de manera automática.
  • 4. Usar un humidificador: Un humidificador se torna un complemento necesario para contrarrestar la sequedad del ambiente debida al aire acondicionado. De este modo se reduce el riesgo de irritación tanto en las mucosas y otros tejidos de las vías respiratorias como en los ojos.
  • 5. Hidratarse: Ingerir las cantidades apropiadas de agua u otros líquidos sin esperar a sentir sed es clave para evitar este problema tan común durante el verano.
  • 6. Limpiar los filtros: La limpieza de los filtros es fundamental desde siempre para un uso saludable del aire acondicionado, y en los últimos meses se ha hablado mucho de este tema a partir del riesgo que estos equipos, instalados en espacios públicos, representan en relación con la posible propagación de la COVID-19. Si bien en este sentido el uso hogareño se considera seguro, no hay que descuidarse, desde luego, ante otros virus, bacterias y microorganismos.

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