La alcachofa es una verdura versátil que puede incorporarse a numerosos platos, aportando un sabor ligeramente agridulce y una textura suave. También puede disfrutarse por sí sola, ya sea a la brasa o hervida. Aunque se cultiva durante buena parte del año, su temporada temprana llega en otoño: octubre, noviembre y principios de diciembre. Es en estos meses cuando su aroma terroso y su característico matiz agridulce se aprecian en todo su esplendor.
En plena temporada otoñal, la alcachofa se convierte en un imprescindible de la cesta de la compra. Es fácil encontrarla tanto en supermercados como en mercados locales, donde llega en su mejor momento. En realidad, la alcachofa es la flor todavía cerrada de una planta de la familia de las asteráceas. Se reconoce fácilmente por sus brácteas, esas hojas gruesas que envuelven y protegen la flor. Proviene de la alcachofera, una planta que según la región también recibe nombres como morrillera, morrila, alcaucil o alcancil.
Su origen se sitúa en el noreste de África y se sabe que ya formaba parte de la dieta de griegos y romanos. Más tarde, en la Edad Media, llegó a Italia y España, donde su cultivo se perfeccionó a partir del cardo —más amargo— hasta dar lugar a la alcachofa tal y como la consumimos hoy. Desde Europa, navegantes españoles y franceses la llevaron a América, donde terminó asentándose en lugares de clima templado como California.
Además de su valor gastronómico, la alcachofa destaca por sus propiedades beneficiosas. Se emplea tradicionalmente como apoyo en trastornos hepáticos gracias a compuestos que favorecen la producción de bilis y ayudan a regular los lípidos. Un estudio del Departamento de Agricultura de Estados Unidos la sitúa, además, entre las verduras con mayor contenido antioxidante.
En el plano nutricional, la alcachofa está compuesta principalmente por agua y aporta hidratos de carbono en forma de inulina y fibra. La inulina, que no se digiere en el estómago, resulta especialmente útil para quienes necesitan moderar la ingesta de azúcares. También es fuente de potasio, mineral que contribuye al correcto funcionamiento del sistema nervioso y de los músculos. En cuanto al fósforo, cubre alrededor del 20% de las ingestas recomendadas y desempeña un papel clave en el mantenimiento de huesos y dientes, según la Federación Española de Nutrición (FEN).
Receta de alcachofa en conserva
Las alcachofas en conserva son unas grandes aliadas cuando buscamos practicidad sin renunciar al sabor. Su textura tierna y su gusto suave permiten incorporarlas fácilmente a todo tipo de platos, desde ensaladas y tapas hasta guisos más elaborados. Con esta receta podrás prepararlas en casa para tenerlas siempre listas y disfrutarlas cuando te apetezca. Todo el proceso requiere alrededor de una hora y media.
A continuación, te detallamos los ingredientes:
Para la precocción de las alcachofas necesitaremos:
- Dos kilos de alcachofas, alrededor de una docena
- Un vaso de vinagre de vino blanco
- Una cucharada sopera de sal
- Dos hojas de laurel
- Un limón
- Media cucharadita de pimienta negra en grano
- Una rama de tomillo
- Dos litros de agua mineral
Para conservarlas en aceite:
- Una cucharadita de tomillo
- Una guindilla pequeña, unos cinco gramos
- Dos hojas de laurel
- Dos ajos secos
- Tres decilitros de aceite de oliva
Con todos los ingredientes listos, comenzamos. Primero, llenamos un bol amplio con agua fría. Cortamos el limón por la mitad, retiramos las pepitas, lo exprimimos sobre el agua e incorporamos también la cáscara.
A continuación, preparamos las alcachofas. Con un cuchillo, cortamos el tronco, retiramos las hojas verdes exteriores y limpiamos el interior. Después, las cortamos en cuatro o seis partes —según el tamaño que queramos— y las sumergimos en el agua con limón para evitar que se oxiden.
Mientras tanto, en una olla grande añadimos el agua mineral. Incorporamos el vinagre, el tomillo, las hojas de laurel, la pimienta en grano y la sal. Mezclamos bien para que se aromatice y llevamos a ebullición.
Cuando el agua empiece a hervir, añadimos las alcachofas escurridas. Tapamos la olla y las cocinamos durante unos diez minutos. Pasado este tiempo, las retiramos con cuidado, las dejamos escurrir y las pasamos a un bol para que se enfríen. Reservamos tanto las alcachofas como el líquido de cocción, que necesitaremos más adelante.
Ahora preparamos los tarros de conserva. Es importante que estén bien limpios, esterilizados y con tapas en buen estado. Repartimos las alcachofas en los botes con ayuda de una cuchara, llenándolos por completo.
Si queremos una conserva al natural, vertemos el líquido de cocción ya frío hasta el borde del tarro, sin dejar espacio de aire, y cerramos bien.
Si preferimos alcachofas en aceite, añadimos a cada tarro una hoja de laurel, un diente de ajo, una guindilla pequeña y un poco de tomillo, y cubrimos con aceite de oliva hasta arriba, sin dejar huecos de aire. Cerramos con firmeza.
Para completar la conserva, colocamos los tarros en una olla alta, los cubrimos totalmente con agua, tapamos y cocemos a fuego suave durante una hora. Después apagamos el fuego y dejamos que se enfríen dentro de la olla. Una vez fríos, los sacamos y ya tendremos listas unas deliciosas alcachofas en conserva para disfrutar cuando queramos.