Aquello que conocimos como A.M.O.R.

El amor está en boca de todos y ni siquiera es primavera. Das un bandazo y hay alguien hablando de amor. Se habla del amor que cura, del amor que enferma. Del amor que te saca de ti mismo, del que te ensimisma. Del amor de madre, del amor de hijo, del amor a Dios, del amor erótico, del amor romántico, del amor fatal. Se publican ensayos que analizan el amor (Por qué duele el amor, de Eva Illouz; Un nuevo amor, de Mercedes de Francisco) y novelas que lo desmitifican (Romanticidio, de Carolina Cutolo). Se deconstruye el amor monógamo (poliamor) y se reinterpreta su significado (#hamor).

Esta semana, sin ir más lejos, las IV Jornadas Filosóficas de Barcelona se presentan bajo el lema 'Amor subversivo', con ponentes de la talla de la filósofa Catherine Malabou, la socióloga Eva Illouz, el escritor Eloy Fernández Porta y el director de cine Ulrich Seidl. En 'Amor subversivo' se pondrá sobre la mesa qué es el amor, ¿una emoción, un modo de percepción, un pensamiento, una práctica? Se plantea la pregunta, además: ¿cuál es actualmente su fuerza subversiva, a nivel subjetivo y colectivo? Siguiendo el hilo de las jornadas, analizamos algunos de los discursos contemporáneos del amor.

1. El amor mola (como potencia disruptiva). ¿Cómo no va a gustar el amor? Te genera euforia, te altera, te saca de ti mismo y, si juegas bien tus cartas y das de beber a quien tienes delante, te da placer. Pero el amor tiene también una capacidad alteradora y subversiva, de ahí el título de las jornadas. Según esta visión, el amor puede romper la jerarquía y el orden social (que les pregunten a Romeo y Julieta), es igualitario (nos pasa a todos) y trasciende fronteras.

El amor es el vínculo social, el pegamento que nos une y que puede sacar lo mejor de la comunidad en momentos difíciles. Pero el amor es también disruptivo para nuestro propio cuerpo y cerebro. Según Catherine Malabou, “el afecto, de alguna manera, lo despierta y lo revela. Podemos hablar, entonces, de una verdadera sexualización del cerebro”. El amor nos chala a todos, neuronas incluidas.

2. Pero el amor duele. Siempre ha dolido. No eres tú solo escuchando canciones malas a las tres de la mañana con una botella de algo intragable en el sofá. El amor duele universalmente, en su totalidad, siempre. No hay amor inocuo ni profiláctico. Hay muchas razones para explicar esto –la falta de correspondencia, la proyección del deseo, la anticipación...–, pero la socióloga Eva Illouz va más allá y pone sobre el tapete lo siguiente: el amor no sólo duele, sino que en nuestra cultura secular nos humilla porque no estamos dispuestos a aceptar ese dolor.

A diferencia, por ejemplo, del amor cortés en el medioevo, cuando el sufrimiento era una prueba de identidad y un rito de paso cultural que fortificaba, ahora el dolor y la debilidad no se contemplan en una cultura utilitaria como la nuestra, que va en busca del placer. Así, si algo duele, es inútil, mina nuestro sentido del ser y debe ser descartado.

La clásica frase de tu amigo/a “tú no tienes por qué soportar esto” es estrictamente contemporánea, y hemos creado los mecanismos para contrarrestar esta sensación. Si el amor duele (y siempre duele), nuestra cultura nos enseña a pasar de ese amor y generar otro.

3. El amor exprime. La narración del amor durante los siglos XIX y XX parte de una adaptación del discurso del romanticismo: el amor salva o mata pero, sea lo que sea, es lo único a lo que aspirar. Poco a poco, pasamos de ese amor disruptivo o subversivo que puede contravenir la norma a convertir ese amor en la excusa para instaurarla. Así se explica el romance (¡ja!) entre amor y capitalismo, que, una vez comienza, llega hasta hoy.

El ritual amoroso se adapta a los modos de producción y el sistema económico, en esta adecuación, es el comodín que todo lo explica. El paseo a la luz de la luna, un diamante es para siempre, amar es no tener nunca que decir lo siento... Todos son meros eslóganes de productos que se venden como emocionales y que incorporan la experiencia romántica. Tú eres lo que consumes, y eso incluye tus sentimientos.

4. El amor no se elige. Si te han soltado alguna vez esta perla, por más cursi que parezca, tiene su justificación teórica. El amor, según el psicoanálisis, es inconsciente. Lo cual no quiere decir que sea casual, ni mucho menos. Si Eva Illouz y la sociología entienden el amor a partir de las fuerzas colectivas que nos mueven, la psicología se adentra en las fuerzas individuales y familiares. Hay razones para que tu objeto en el amor sea el que es, y tienen que ver con tu psique.

Esto explica por qué te enamoras del mismo tipo de persona o por qué repites el mismo tipo de historia. Y no es sólo jerga: el inconsciente invalida que el amor pueda tratarse sólo como una mercancía más. El enganche al enamorado trasciende las fuerzas colectivas y, según Jacques Lacan, tiene mucho más que ver con lo que se tiene y de lo que se carece. De ahí su famosa frase “amar es dar lo que no se tiene a quien no lo quiere”: el que ama reconoce su falta, estar incompleto. Y de ahí, la indefensión.

5. Hay más peces en el mar (y muchos tipos de amor). Si aceptamos la explicación de que el amor en el capitalismo tardío nos invoca un tipo de discurso patriarcal y exclusivista, nacen modelos rupturistas que quieren desvincularse de él. Y esto va más allá del intercambio de parejas en una noche de juerga y aburrimiento suburbano. Ahora aparece el poliamor, que deja de lado la monogamia para intentar mostrar que otro amor es posible y no necesariamente tiene que ser serializado, ni de dos en dos.

El poliamor es para los que reconocen que se enamoran de otros estando con alguien y no por eso convertirán su vida en una mala película de sobremesa. Un poliamoroso tiene una o más relaciones a la vez de manera honesta y cuidadosa con todas las partes implicadas para vivir libremente y sin culpa. Ante el cuento Disney del amor único para siempre, o el amor como forma de consumo, este discurso parece entrar con fuerza.