Ana de Armas brilla como Marilyn Monroe en 'Blonde', una película imponente pero vacía

Venecia —

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La imagen que el mundo ha tenido durante décadas de Marilyn Monroe fue construida por los hombres. Por una mirada que la sexualizaba, la convertía en un objetivo, en una 'rubia tonta'. Por los hombres que la fotografiaron, que la dirigieron, que la entrevistaron, que abusaron de ella. Todos ellos hicieron que la actriz fuera reducida a poco más que un mito sexual. Pocas veces se hablaba de ella como una gran intérprete, o como una lectora de Chéjov o una poeta amateur. Esos datos no interesaban. Les bastaba con que fuera el sex symbol, la mujer que conseguía que los hombres se volvieran locos, y así quedó para el recuerdo tras su trágica muerte con 36 años.

En los últimos años, ese imaginario ha conseguido revertirse. Han sido las mujeres las que lo han logrado, especialmente Joyce Carol Oates con esa catedral llamada Blonde, una biografía novelada de mil páginas que ofrece un retrato caleidoscópico y complejo de Marilyn. Cambia de puntos de vista y juega con los narradores para conseguir ver a la mujer detrás del mito. La mujer que consigue dibujar es completamente diferente a la que nos habían vendido. Inteligente, buena actriz, marcada por la religión, por sus experiencias frustradas con el sexo. Una actriz que mucho antes del Me Too sufrió abusos y presiones de una industria que nunca le pagó como una estrella. 

La adaptación de la novela levantaba, por tanto, mucha expectación. Tras ver el resultado de la versión de Andrew Dominik, uno se lamenta de que no haya conseguido transmitir lo que consiguió Oates. Su mirada perpetúa el icono como lo conocíamos. Para él, todo se reduce a una mujer frustrada por la ausencia paterna y una madre mentalmente enferma. Por supuesto que eso es el comienzo de todo y es fundamental en la novela, pero no otorga ninguna capa más. Ni rastro de su adolescencia, clave para entender su repulsión al sexo; que en la película no solo no se cuenta, sino que parece que disfruta del mismo. No aparece un primer matrimonio que contrajo por presiones, ya que su padre de acogida se sentía sexualmente atraído por ella.

La personalidad de Marilyn, su fragilidad, se construye entendiendo que es una víctima absoluta del machismo y del conservadurismo. También del fanatismo religioso que meten en ella sus cuidadoras en el centro de menores. Dominik despoja al personaje de su complejidad. No hay una sola mención a las reglas dolorosas que ella entiende como un dolor que debe sufrir y ante el que se niega a medicarse; no explica su forma de actuar, educada en complacer a los hombres porque es lo que las mujeres deben hacer. Tampoco se explica bien la dualidad Marilyn / Norma Jean ni vemos su descenso a la adicción de pastillas.

Hay muchas lagunas en esta adaptación, pero sin duda la que más escuece es la falta de una capa política y feminista. Solo se muestra la violación por parte de un ejecutivo de Hollywood, pero no cómo esta marca toda su carrera ni cómo todos los hombres consideraban que podían hacer con ella lo que quisieran y hablar de ella como si fuera una prostituta. Marilyn Monroe vivió en el Hollywood de la caza de brujas, y siempre a pesar de su inocencia mantuvo una posición en contra. Es inexplicable que en un retrato del Hollywood de la época esto no aparezca, especialmente cuando una de sus parejas, Arthur Miller, fue acusado de comunista y ella misma estuvo investigada y a punto de testificar ante el comité de actividades antiamericanas.

Blonde es una relectura imponente en lo visual, pero vacía de contenido. Para Dominik todo es fruto de esa ausencia paterna. Es una revisión eminentemente masculina que solo perfila a Norma Jean para quedarse siempre con Marilyn Monroe. Solo hay riesgo en mantener el fragmento que concierne a Kennedy, con una escena sexual que levantará ampollas. Es indudable que Andrew Dominik se arriesga e intenta hacer algo diferente. Llena su película de ideas visuales y juegos. Algunos son bellos y emocionantes, como esa primera escena con ella realizando su performance de uno de los momentos más emblemáticos de Monroe; el comienzo con su madre y el incendio; el aborto en la playa; o ese primer plano de ella viendo su película mientras la cámara se aleja. También hay en su apuesta visual algo de capricho autoral. No hay una lógica interna para los cambios de formato, ni para los de color a blanco y negro. Ocurren porque él lo considera oportuno. Por una necesidad de ser importante. Cuando funcionan, Blonde es apabullante, cuando no, simplemente una nadería con fuerza visual.

Lo que nadie puede negar es el increíble trabajo de Ana de Armas, capaz de convertirse en un personaje icónico sin que parezca una parodia. La dota de profundidad, fragilidad y ternura. Ella está en el centro de la película en casi todos los planos y consigue convertirse en un imán para el espectador. Un papel que podía haber supuesto un suicidio, pero que la confirman como una intérprete capaz de salir fortalecida de un reto de esta magnitud. La actriz, que pasa a engrosar la lista de candidatas a la Copa Volpi, confesó en la rueda de prensa que hizo esta película para “ver hasta dónde podía llegar”, pero nunca para que “los demás cambiaran su opinión” sobre ella.

A su lado, el resto de personajes quedan desdibujados, pero sobresale el Arthur Miller de Adrien Brody, magnífico en la parte más hermosa de todo el filme, la que se mantiene más sobria incluso, pero en la que la química de ambos actores logra emocionar y ver más allá del artefacto planteado por Dominik, algo que no consigue en mucha parte del metraje. Blonde es un filme que se disfruta en sus casi tres horas de duración, pero ante el que uno tiene la sensación de que se ha desaprovechado la oportunidad perfecta para reconstruir el imaginario de Marilyn por culpa de un cascarón hermoso por fuera y vacío por dentro.