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400 cartas entre Chéjov y Olga Knipper desvelan la vida íntima de la pareja

El matrimonio formado por la actriz Olga Knipper y el escritor Anton Chejov

Miguel Ángel Villena

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El teatro de Antón Chéjov (1860-1904) se representa una y otra vez en todo el mundo y obras suyas como El tío Vania, La gaviota o El jardín de los cerezos son conocidas por los aficionados. Sin embargo, la apasionante e intensa vida de aquel médico y dramaturgo ruso que murió joven de tuberculosis no resulta tan familiar para sus admiradores. Ahora, y a partir de las más de 400 cartas que cruzaron Chéjov y su mujer, la actriz Olga Knipper, entre 1898 y 1904, la profesora y escritora norteamericana Carol Rocamora ha recreado en Tu mano en la mía aquella compleja y breve relación. Esta obra, que ha estrenado el director Santiago Sánchez en Madrid, estará en cartel durante todo el mes de noviembre. El montaje coincide además con la publicación en español de Antón Chéjov. Una Vida (Plot), de Donald Rayfield, la biografía más completa del maestro del relato corto y el teatro.

“Es sorprendente”, señala Santiago Sánchez, “que esta obra se base en un 95% en cartas, en un género epistolar ya desaparecido, pero que nos permite hoy reconstruir la relación entre los dos protagonistas. Vemos aquí que para Chéjov su amor y posterior matrimonio con Olga Knipper significó una segunda juventud y la alegría y la luminosidad de aquella mujer le dieron las energías necesarias para escribir Las tres hermanas y El jardín de los cerezos. Eclipsada en parte por la fama de su marido, Olga Knipper fue una gran actriz que formó parte del mítico Teatro del Arte que dirigió Konstantín Stanislavski en Moscú”. La enfermedad de Chéjov, que limitaba sus movimientos, así como la carrera de Knipper en los escenarios obligaron a la pareja de enamorados a pasar largas temporadas separados.

Así las cosas y en medio de dificultades económicas, problemas de salud y un aborto de la actriz, que era ocho años más joven que su marido y que vivió hasta los 91 años, los dos recurrieron a las cartas para mantener viva su pasión. Son misivas que hablan del trabajo, del amor, del teatro o de la vida cotidiana. “Menos mal que Chéjov no tenía teléfono porque dejó escritas más de 4.000 cartas”, observa con humor Carol Rocamora, especialista en el maestro y traductora de sus obras al inglés. “La relación de Antón y Olga”, añade, “figura entre las historias de amor más bonitas contadas a través de cartas, lúcida crónica de un matrimonio que deriva en un retrato universal. Conviene subrayar que Chéjov fue un autor muy prolífico pues firmó cerca de 600 relatos cortos, un género en el que destacó, y siete obras de teatro”.

De origen humilde y médico de profesión, Antón Chéjov tuvo oportunidad de conocer situaciones y personajes muy diferentes, participó en emergencias sanitarias y él mismo contrajo la tuberculosis siendo muy joven. Desde un talante muy observador y a partir de una vida nómada, convertía en literatura todo lo que vivía. Ana Doblado, editora de Plot, un sello que apuesta por las biografías, responde a la pregunta de por qué sigue vigente la literatura de Chéjov. “La psicología para penetrar en los personajes”, explica, “esa descripción de gentes reales y cercanas mostradas con sutileza, con sus virtudes y defectos, convierten al autor de Tío Vania en un escritor inmortal a la altura de Shakespeare o de Cervantes. Nunca sales de ver una obra de Chéjov sin que algo se te remueva por dentro”. La responsable de Plot confía en que se difunda la biografía sobre Chéjov de Donald Rayfield, un autor que se suma a nombres como Natalia Ginzburg o Irene Nemirovsky en su acercamiento al genio ruso. Por su parte, Santiago Sánchez también aclara en esta clave las razones de la universalidad de Chéjov y de su pervivencia más de un siglo después de su muerte. “Sus personajes y sus tramas representan el alma humana”, sostiene este veterano y premiado director teatral, “y su teatro influyó en Ibsen, en Miller o en Veronese. Además, disecciona con un bisturí a sus personajes sin sentimentalizarlos. Está claro que Chéjov, como todos los grandes creadores, fue un magnífico observador que puso un espejo ante los espectadores para que se vieran reflejados. En todos hay algo de nosotros”.

Aquellos que han estudiado o han montado piezas de Chéjov resaltan el carácter tragicómico de su teatro, teñido de nostalgia por el paso del tiempo y con muchos toques de humor. De hecho, el autor se sorprendió de que Stanislavski y el Teatro del Arte de Moscú interpretaran como un drama El jardín de los cerezos, su última obra, que Chéjov consideraba que era una comedia. En cualquier caso, su profesión de médico, su vocación humanista y su filosofía existencialista marcaron sin duda su literatura. El actor José Manuel Casany, que encarna a Chéjov en Tu mano en la mía, coincide en que fue un gran observador y añade que como científico tuvo una visión ecologista del mundo, mientras su compañera de reparto, Rebeca Valls, reivindica la figura de una hasta ahora olvidada Olga Knipper. De otro lado, es cierto que algunos historiadores y críticos han incidido también en que Chéjov reflejó en sus obras un mundo en transformación en vísperas de la Primera Guerra Mundial y de la revolución soviética. Pero Santiago Sánchez mira más allá y recuerda que el autor de El jardín de los cerezos estaba obsesionado por la huella que iba a dejar, por qué pensarían de él las generaciones futuras. “Chéjov se plantea por qué vivimos, por qué estamos aquí y contesta que si lo supiésemos… Por todo ello hablamos de un escritor universal”.

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