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La novela 'Pólvora mojada' desmitifica las revueltas de los estudiantes antifranquistas

Un grupo de alumnas pasean por los alrededores de la Facultad de Derecho en la Ciudad Universitaria, en febrero de 1969

Miguel Ángel Villena

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Un grupo de estudiantes de la Universidad de Madrid planea un atentado en el rectorado durante el estado de excepción de 1969. De diferentes procedencias y caracteres distintos, pero unidos por un idealismo ingenuo, casi rayano en lo absurdo; y, sobre todo, por su oposición a la dictadura, esos universitarios ansían vivir en un país en libertad.

Esta trama argumental de la novela Pólvora mojada (Drácena) le sirvió a su autor, Andrés Berlanga (Labros, Guadalajara, 1941 - Madrid, 2018), para desmitificar aquellas protestas estudiantiles que en realidad tan solo implicaron a una minoría. Publicada en 1972 y retocada entonces por la censura, la reciente edición aparece en versión íntegra y con un apéndice documental que traza un lúcido friso del ambiente de la época y también del lenguaje de los universitarios.

“Andrés Berlanga fue un autor importante”, señala el editor de Drácena, Gastón Segura, “aunque no se le considere mucho, quizá por su breve obra. Pero no cabe ninguna duda de que tanto esta novela como La gaznápira, de 1984, representan dos magníficos ejercicios para plasmar el habla, el lenguaje, de distintos grupos sociales. En el caso de Pólvora mojada, una novela muy basada en los diálogos, refleja con maestría la forma de hablar y relacionarse de los estudiantes de finales de los sesenta. En lo que se refiere a La gaznápira hallamos un uso brillante del lenguaje de la comarca de Molina de Aragón. Por todo ello pensamos que Berlanga es un escritor a reivindicar”.

Periodista de formación, profesor de la Escuela de Periodismo y director de comunicación de la fundación Juan March durante cuatro décadas, Andrés Berlanga no se volcó en la literatura. La autora del prólogo de Pólvora mojada, Soledad Alcaide, señala que “la literatura fue más bien una amante esporádica”. “Cinco años separan su primera obra publicada, una colección de cuentos bajo el título de Barrunto de la novela Pólvora mojada”, añade esta periodista, defensora del lector de El País y ahijada de Berlanga.

Después tardaría 12 años más en publicar La gaznápira, que está considerada por muchos especialistas como una de las mejores novelas españolas de la segunda mitad del siglo pasado. De hecho, para muchos críticos La gaznápira prefiguró la narrativa sobre el abandono de la España rural y el éxodo a las ciudades. “Creo sinceramente”, comenta Alcaide, “que Berlanga fue un erudito del lenguaje, un escritor que en el fondo ejercía como un husmeador de palabras. En sus novelas y relatos el lenguaje está muy presente como patrimonio de una zona o una generación”.

Andrés Berlanga rechazó en vida que Pólvora mojada fuera reeditada, pese a la insistencia del sello editorial Drácena. No obstante, medio en broma medio en serio, le prometió al editor Gastón Segura que le dejaba la novela en su testamento. Por ello, seis años después del fallecimiento del escritor se publica la novela este mes de septiembre. “Estaba muy afectado por la muerte de su mujer, la también escritora Enriqueta Antolín”, explica Segura, “y ya jubilado no deseaba alterar su vida cotidiana ni remover recuerdos. Quizá por ello no quería ver una reedición”.

El editor explica que cotejaron todo el texto con la anterior versión y en la nueva aparecen citas detalladas de los cambios que impuso la censura como las alusiones a la policía. Sin embargo, la aportación más reveladora se encuentra en los textos, panfletos, notas de prensa y comunicados que generaron los sucesos de aquel estado de excepción de 1969 en la universidad madrileña. El franquismo adoptó esa medida extrema, que se aplicó en toda España, para reprimir las protestas estudiantiles.

Acciones absurdas y descabelladas

Segura no duda en calificar de “vocabulario escolástico marxista” aquel lenguaje de los grupos estudiantiles de oposición a Franco como el Sindicato Democrático de Estudiantes o diversos partidos comunistas. En ese apéndice se incluyen asimismo notas de las autoridades universitarias donde se prohíben las asambleas, la entrada en las facultades de personas ajenas o la fijación de carteles o anuncios, al tiempo que se advierte de la presencia de la policía o se amenaza con expedientes académicos.

Vistos en la distancia del medio siglo transcurrido los personajes de Pólvora mojada, chicos y chicas, inspiran una mezcla de desencanto y de ternura, bien sea en su activismo político o en sus relaciones. La prologuista Soledad Alcaide define bien el espíritu de la novela cuando afirma: “Se trata de una historia en una España humilde, pobre y atrasada, pero donde ya suena la melodía de la democracia. Cuando Andrés publica este libro en 1972, acaba de superar la treintena. Todavía no ha formado una familia y está más cerca de los jóvenes universitarios que retrata en el libro que de la generación en el poder que aún arropa al dictador Francisco Franco”.

Pólvora mojada transcurre en un arco temporal marcado por las revueltas de mayo de 1968 en Francia, la guerra de Vietnam, la victoria de la izquierda de Salvador Allende en Chile o por el aplastamiento de la primavera de Praga por parte de la Unión Soviética. De esas influencias se alimentan, pues, el aspirante a periodista Loren, el becario Paco, el pijo Güili o las chicas Laura y Chon, entre otros, en un intento naif de hacer estallar la facultad con una bomba.

“Por supuesto”, comenta Segura, “planean un atentado absurdo y descabellado. Son jóvenes deslumbrados por la ideología marxista, pero totalmente miopes ante la realidad que les rodea. A la clase obrera, a la que mitifican, la ven distorsionada porque en aquellos tiempos la inmensa mayoría de trabajadores y de la clase media aspiraban a comprarse un Seat 600 y un pisito en la playa.

En sus planes de vida no figuraba en absoluto hacer la revolución. Uno de los grandes atractivos de esta novela, aparte de la obsesión por el cuidado del lenguaje, apunta a desmitificar el alcance de las protestas estudiantiles. Es cierta la crueldad de la represión, con sucesos graves como el asesinato del estudiante Enrique Ruano por la policía. Ahora bien, salvo en las grandes universidades, como Madrid y Barcelona, el estado de excepción de 1969 pasó desapercibido para la inmensa mayoría de la población“.

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