La nave de niños migrantes de Ceuta: cinco días sin una comida caliente, en el suelo y con miedo a volver a Marruecos

Gabriela Sánchez

Ceuta —

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Varias cabezas se asoman por las rendijas que separan los pabellones del polígono industrial del Tarajal. De sus recovecos, saltan niños. Las carreras de menores sobre sus tejados forman ya parte del paisaje de la nave improvisada para alojar a cientos de chavales llegados a Ceuta en los últimos días. Más de una decena de ellos se escurren por sus paredes, trepan con fluidez por los barrotes de colores que se intercalan por el recinto, o escapan de un lugar donde, según el Gobierno, se encuentran “cuidados y protegidos”.

Algunos huyen en busca de una comida caliente y saciante que sí encuentran en la calle, pero no en la nave que los almacena desde hace cinco días. Otros lo hacen para estirar las piernas y desfogar al aire libre, después de varias horas en las que, cuentan niños de entre 13 y 15 años, apenas han podido levantarse. Están los que salen solo por un rato, o los que prefieren “buscarse la vida” en el exterior porque se niegan a pasar ni un día más bajo vigilancia policial y un miedo constante a una posible devolución a Marruecos.

Moshin aparece y desaparece desde el techo de una de las estancias del polígono. Tiene 13 años, es delgaducho y viste una camiseta del Betis. “Tenemos hambre”, dice desde lo alto de un muro amarillo. Los menores alojados en la nave del Tarajal se alimentan a base de comida fría desde el martes, generalmente bocadillos. “Se come mejor con lo que te dan en la calle”, cuenta a elDiario.es. En el rato que lleva fuera del centro, el muchacho se encontró con una vecina del barrio de El Príncipe que le preparó un plato de macarrones con tomate: “Estaban muy ricos”, dice con media sonrisa.

Cuenta que no quiere volver a la nave, donde lleva durmiendo en el suelo los tres últimos días. Aunque se trata de un recinto grande, en su interior no hay colchones ni camillas para los menores albergados en la actualidad, según ha podido confirmar este medio. Mientras unos descansan sobre una fina manta, otros, los más afortunados, lo hacen en las camillas o tumbonas de piscina desplegadas en el polígono que llegó a albergar a 750 menores tras la llegada a Ceuta de alrededor de 8.000 migrantes marroquíes a inicios de semana. Una decena de pequeños incluso ha pasado algunas noches en las estrechas baldas de una estantería metálica.

“Prefiero dormir en un coche abandonado”

El niño asegura que no ha podido ducharse en los últimos tres días y que los baños están “muy sucios y colapsados”. “Prefiero dormir en un coche abandonado, como hice los primeros días. Es más cómodo”, responde el pequeño Moshin. No soporta la ansiedad que le causa convivir con la vigilancia constante de agentes policiales: “No quiero volver a Marruecos. No tengo padre. Sé que mi madre está muy mal, quiere que vuelva, pero ella es muy pobre y yo quiero trabajar para ayudarla”.

Entre los pequeños que esquivaron la vigilancia policial y corrieron hacia el exterior, también estaba Riduan. Como el día anterior, el niño de 14 años corre por las cavidades del polígono para salir de la nave durante unas horas. “Vamos a pedir comida [por la calle] y volvemos”, dice el amigo que lo acompaña. El niño llegó a nado a Ceuta, después de haberlo intentado un día antes y haber sido devuelto en caliente, como informó la Cadena Ser. Buscaba a su hermano pero, a su llegada a la ciudad autónoma, se enteró de que este había regresado a Marruecos para buscarle. El pequeño de la familia se quedó solo en España.

Aunque el menor quería quedarse en Ceuta, cuando llegó a la ciudad, las condiciones de acogida en la nave le han empujado a plantearse su decisión: “Antes no quería volver, pero ahora...”, dice desviando la mirada para evitar que se le note que está a punto de llorar. Se escapan por unas horas porque, dicen, tienen hambre y están cansados de pasar “todo el día” sin apenas moverse en el interior de la nave.

“No hacemos nada. Estamos todo el rato sentados. Si te levantas porque quieres dar una vuelta, los niños más mayores te dicen rápido que te sientes”, detalla Ilis, también de 14 años. “Esta mañana he pedido agua porque me estaba muriendo de sed y [la policía] me dijo que me volviese a sentar, que ya me traería agua después”. El menor cuenta que su padre está en la cárcel. “Mi madre no tiene para darnos comida”, detalla el chaval, cuya hermana se encuentra en un centro de acogida de la ciudad. “Mi madre solo tiene dos hijos y nos dijo: iros los dos”.

Sin una comida caliente en cinco días

Fuentes de la Consejería de Presidencia reconocen que el espacio no es el adecuado para alojar a cientos de menores. “Este fin de semana pensamos desalojar a otro grupo de la nave para trasladarlo a un estadio que estamos terminando de habilitar con ayuda del Ejército”, dice una portavoz de la institución. Este viernes, había 450 niños albergados en el polígono y 250 en el centro de Piriniers, según fuentes policiales. Este sábado han sido trasladados de la nave alrededor de 200 niños a un estadio habilitado para recibirlos, gestionado por la organización Samu.

En el interior del recinto, durante la tarde de este martes, varios voluntarios y trabajadores de la Cruz Roja se preparan para comenzar el reparto de comida entre los cientos de menores alojados. Varias cajas abiertas muestran el tipo de comida en la que se basa la alimentación de los menores en el recurso de emergencia: bocadillos, manzanas, zumos, magdalenas y yogures. La institución humanitaria no gestiona la nave, sino que solo se encarga de proporcionar “ayuda humanitaria”, como el reparto de alimento, ropa o productos de higiene personal. El recurso de acogida depende del Gobierno local y la Delegación del Gobierno.

“Antes podíamos entrar más, teníamos un mayor papel, pero desde el miércoles se encarga de todo la Policía. Solo podemos entrar a la nave cuando ellos nos lo indican”, cuenta una persona próxima al dispositivo de Cruz Roja. Mientras, decenas de menores están sentados, bastante apiñados, sobre unas mantas extendidas en el suelo del exterior del recinto, mientras se procede a limpiar el interior del pabellón. El rostro de algunos evidencia su hastío. Otros, más animados, aplauden y gritan “viva España” cada vez que un agente pasa junto a ellos.

“¡Marruecos, no! ¡Marruecos, no!”

En la vía de acceso a la nave, Said (nombre ficticio) sale disparado de una ambulancia de Cruz Roja que acababa de recogerlo del hospital. Está descalzo, tan solo cubren sus pies unos calcetines grises rotos, pero empieza a correr como si su vida dependiera de ello. El trabajador de la institución humanitaria le atrapa y dos agentes de la Policía Nacional le retienen. Said está aterrado y no para de llorar: “¡Marruecos, no! ¡Marruecos no!”.

El adolescente, que había pasado los días anteriores en la calle, había sufrido una paliza por parte de un grupo de chicos, denunciaba. Llegó a la nave con una herida en la cabeza y varias marcas en el cuello y en la pierna. Cubierto en pánico, ruega que no le devuelvan a Marruecos. Antes de introducirle en la nave, nadie le explica con paciencia que a los menores no se les puede retornar a su país a la fuerza. Otro agente le agarra de los brazos y lo traslada al interior, mientras su grito continúa: “Marruecos, no”.

Muchos menores migrantes desconfían de que el Gobierno respete todas las garantías establecidas por los convenios internacionales en el proceso de retorno. Las expulsiones de menores extranjeros no acompañados solo pueden realizarse cuando se contacta con sus progenitores, se confirma la voluntad del niño de regresar a casa y se demuestra el interés superior del menor en la decisión de su regreso.

Un solo paseo por las calles de Ceuta basta para encontrarse con niños y adolescentes que aún duermen a la intemperie. Durante la madrugada de este jueves, Oussama y sus dos amigos extendían los cartones de varias cajas sobre el césped de los Jardines Argentina de Ceuta. “Estoy cansado de estar aquí, me gustaría ir a un centro, ¿pero si voy me van a llevar a Marruecos?”, preguntaba el adolescente de 15 años a los periodistas que le acompañaban.

Se le dice que el Gobierno no debería retornarle de manera forzosa, porque sería ilegal, pero no es posible aportar una respuesta más contundente. No podemos asegurarle 100% que se respetarán sus derechos: también era ilegal devolver en caliente a menores y el Ministerio del Interior las ha perpetrado esta semana de forma sistemática frente a los focos de medios nacionales e internacionales.

Oussama decide ser trasladado a la nave. No le importa dormir en el suelo, porque lleva descansando sobre la humedad del césped desde el lunes. Tampoco le preocupa que no pueda salir de allí durante días y no haya nada que hacer, porque al menos ahí no estará expuesto a las palizas sufridas por algunos compañeros. Su miedo reside solo en el posible regreso a su país.

El adolescente, procedente del norte de Marruecos, lleva intentando migrar a Ceuta desde que tenía once años, cuenta. Se ha intentado introducir en decenas de ocasiones en el interior de camiones y autobuses con destino España, pero siempre acababa en fracaso. El niño, asume con timidez, ya echa de menos a su madre, pero se muestra convencido de estar en el lugar donde quiere estar. La foto principal de su Facebook, que incluye el escudo del Real Madrid, da una pista de la ciudad a la que querría llegar. No lo tendrá fácil.