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Refugiadas de primera y de segunda

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Te levantas un día como cada mañana. Comienzas tu rutina, pero hoy es diferente. Todo cambia. Tu casa, tu barrio, tu ciudad, tu pueblo, ya no son un entorno seguro. Ha comenzado la guerra y tú solo piensas en ponerte a salvo, en poneros a salvo. El instinto de supervivencia hace que cojas lo justo y huyas de ahí, de ese lugar que hasta ahora era casa, pero que hoy es el epicentro de una batalla.

Seguramente al leer el anterior párrafo te haya venido a la mente una persona o una familia ucraniana. Los medios nos acercan a esta realidad a diario en las últimas semanas. La guerra en el país ha generado, en tan solo un mes, el éxodo de población más rápido de lo que llevamos de siglo. La respuesta, una ola de solidaridad con el pueblo ucraniano a la altura de lo que requieren las circunstancias. Nos estamos volcando porque empatizamos, porque nos apela, porque no hace tanto en Euskadi también una guerra generó desplazamientos, familias separadas y la imposibilidad de volver a nuestra tierra. Y, sobre todo, porque tienen derecho a escapar de la persecución, a recibir protección.

Y esta vez sí, también en el plano político los pasos van en la buena dirección. Por primera vez desde que fue aprobada, la UE ha activado la Directiva 55/2001, que posibilita, entre otras medidas, la concesión de un permiso de residencia y trabajo en un tiempo récord para las personas ucranianas que están llegando al Estado español.

Pero, ¿estamos ofreciendo la misma acogida a personas de otras procedencias que también huyen de la vulneración de los derechos humanos y que buscan protección en nuestra tierra? Rotundamente no:  en el Estado español, poco más del 5% de las solicitudes de asilo se resuelven favorablemente, en contraste con la media europea del 30% (más del 40% en Alemania). Es especialmente llamativo el caso de las personas procedentes de Colombia. A pesar del aumento de la violencia y el recrudecimiento del conflicto, la mayoría de las personas solicitantes de protección del país (el 94%) vieron denegada su solicitud de asilo en 2021.  

El año pasado cumplimos 25 años acompañando a personas refugiadas en todo lo que necesitan para comenzar una nueva vida de cero en el lugar que les acoge. Somos conscientes de la necesidad de seguir trabajando por el derecho a la protección internacional en un contexto cada vez más complejo. Durante todo este tiempo en Zehar-Errefuxiatuekin (antigua CEAR-Euskadi, tras un cambio de marca, con nueva identidad corporativa y nuevo nombre), hemos atendido a más de 40.000 personas procedentes de unos 90 países diferentes: Venezuela, Colombia, El Salvador, Nicaragua, Mali, Senegal, Marruecos, Siria, Afganistán, Eritrea, Sahara Occidental, Palestina… Y muchos otros lugares de los que las personas se ven obligadas a marchar debido a los conflictos, la miseria o la persecución sistemática por su orientación sexual, su identidad de género o por el hecho de vivir una serie de violencias concretas por ser mujer (matrimonios forzados, mutilación genital femenina, violencia de género, trata con fines de explotación sexual, …), entre otras.

La solidaridad con el pueblo ucraniano es necesaria y lo va a ser también a largo plazo, porque, lamentablemente, la experiencia nos dice que muchas de las personas que se exilian se acaban quedando a vivir de forma duradera en el país que les acoge. Este hecho nos obliga a estar a la altura, no solo para dar una respuesta a la emergencia, sino también para ofrecer opciones de acogida duraderas. El alojamiento, desde luego, pero también brindar oportunidades para desarrollar una nueva vida en condiciones dignas y desde la autonomía individual y colectiva: aprender los idiomas, conocer la cultura, acceder a un empleo, a la sanidad…

Esta terrible guerra nos ofrece también una oportunidad para repensar si somos igual de solidarias con todas aquellas personas que buscan refugio aquí. Desde lo social, desde lo individual, desde lo político, desde lo mediático… ¿Acogemos igual a las personas que en estos momentos huyen de la guerra de Yemen, de las maras de El Salvador, la pobreza de Marruecos o los grupos armados de Mali? Merece una reflexión.

Mi respuesta es claramente no. Y esto debe cambiar para no generar personas refugiadas de primera y de segunda. 

Te levantas un día como cada mañana. Comienzas tu rutina, pero hoy es diferente. Todo cambia. Tu casa, tu barrio, tu ciudad, tu pueblo, ya no son un entorno seguro. Ha comenzado la guerra y tú solo piensas en ponerte a salvo, en poneros a salvo. El instinto de supervivencia hace que cojas lo justo y huyas de ahí, de ese lugar que hasta ahora era casa, pero que hoy es el epicentro de una batalla.

Seguramente al leer el anterior párrafo te haya venido a la mente una persona o una familia ucraniana. Los medios nos acercan a esta realidad a diario en las últimas semanas. La guerra en el país ha generado, en tan solo un mes, el éxodo de población más rápido de lo que llevamos de siglo. La respuesta, una ola de solidaridad con el pueblo ucraniano a la altura de lo que requieren las circunstancias. Nos estamos volcando porque empatizamos, porque nos apela, porque no hace tanto en Euskadi también una guerra generó desplazamientos, familias separadas y la imposibilidad de volver a nuestra tierra. Y, sobre todo, porque tienen derecho a escapar de la persecución, a recibir protección.