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Sobre este blog

Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Femenino

Gonzalo Bolland

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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Hace muchos años el escritor Camilo José Cela declaró en una entrevista que sus animales favoritos eran “el perro, la mujer y el caballo, por ese orden”. Desde entonces las mujeres no han hecho más que desmadrarse, así que lo católico es atarlas en corto, meterlas de nuevo en la cocina y si es necesario incrustarles entre ceja y ceja el catecismo del Padre Ripalda para que se amansen en la palabra de Dios Nuestro Señor. Más o menos esta es la pretensión del movimiento reaccionario que, como una plaga de langostas, se ha extendido por el planeta. La mujer como amenaza. La vieja fábula bíblica.

El sometimiento de la mujer es la tradicional aspiración de los reaccionarios, tal vez porque en la comparación entre el hombre y la mujer, el hombre, por muy estúpido que sea, ya intuye que puede salir perdiendo. Las mujeres piensan lógicamente, planifican la vida, organizan, construyen, cumplen, solidifican, cuidan, tienen, como los hombres, pocas ideas, pero al menos las tienen claras, siendo la mujer, además, el prototipo de la seguridad, el orden, la estabilidad. Las mujeres —se dice— hacen a los hombres. Las mujeres hacen las casas, las familias, las camas que los hombres deshacen. La gran virtud de la mujer es la voluntad. El hombre, sin embargo, es propenso a la duda, al delirio, a la fantasía, ya que en el espíritu de todo hombre, hasta en el de el más comedido, dormita siempre la insensatez, el riesgo, la necesidad de aventura y la destrucción; debido, sospecho, a su escasa capacidad para resistir el tedio. El hombre destruye porque se aburre. Por eso la historia está plagada de guerras, revoluciones sangrientas, vestimentas militares, himnos, desfiles, duelos al amanecer en defensa del honor, delirantes locos como el que inmortalizó Miguel de Cervantes y una mentalidad masculina muy asentada en sentencias populares que, atravesando los siglos, siempre ha recalcado que “todo hombre que no es un soldado no es un hombre”.

La lucha de la mujer por conseguir la igualdad es la lucha más justificada de nuestra época. La cultura masculina esta reaccionando a esta realidad como una amenaza a su supremacía, de modo que trata de glorificar la masculinidad de la manera más tradicional, desde la moda, entre los jóvenes, del pelo rasurado a lo militar hasta la homofobia, pasando por la admiración hacia los líderes políticos fuertes, categóricos, de una sola pieza, la práctica de los de los deportes más violentos para ratificar su virilidad, el desprecio a la cultura por considerarla afeminada y la agresividad sexual que se desencadena contra la mujer con el propósito de dominarla.