Dos años después, la tensión política sigue dificultando el rastreo con éxito del origen del coronavirus

Vincent Ni

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Robert Garry, profesor de microbiología e inmunología de la escuela médica de Tulane, Luisiana, recibió una llamada de la dirección de la Universidad para informarle que agentes del FBI y de la CIA habían solicitado charlar con él sobre su investigación acerca de los orígenes de la COVID-19. Garry accedió y el 30 de julio tres agentes volaron a Luisiana para hablar con él en persona.

La reunión, realizada en una sala de conferencias de la Universidad, comenzó a las 9 de la mañana y terminó a las 5 de la tarde. “Presenté mis pruebas a los agentes, que son científicos de formación. Hicieron todas las preguntas correctas”, le dijo Garry a The Guardian.

“Les dije: es imposible que el virus haya sido fabricado como arma. Tampoco hay evidencia de que haya sido una fuga de un laboratorio. Pero también sé que hay gente allí afuera que no estará de acuerdo”, cuenta.

Su conversación sucedió dos meses después de que Joe Biden ordenara a las agencias de inteligencia que investigaran el origen la pandemia.

En circunstancias normales, investigar el surgimiento de una enfermedad infecciosa es una cuestión puramente científica, como fue el caso de SARS en 2003 y MERS, una década más tarde. Pero la búsqueda del origen de la pandemia de la COVID-19 está en el centro de una polémica global donde se mezclan la sanidad pública, las políticas nacionales y la diplomacia internacional.

También ha coincidido con el crecimiento de la desconfianza en Occidente frente al Gobierno chino y el estilo agresivo de diplomacia pública de Pekín, lo que ha provocado que muchas capitales occidentales reajusten su relación con China.

“Dos no se pelean si uno no quiere”, dice el profesor Yanzhong Huang, miembro destacado del think tank Council on Foreign Relations. “Al inicio, Pekín parecía aceptar haber sido el país de origen del brote”, indica.

Las autoridades chinas parecían reconocer que el mercado de mariscos de Huanan en Wuhan había sido el lugar donde surgió el SARS-CoV-2 por primera vez. “Lo que sucedió luego fue que se dieron todo tipo de teorías locas tanto en EEUU como en China”, señala Huang.

Algunas de ellas aparecieron en Twitter. Por ejemplo, los tuits del senador republicano Tom Cotton del 30 de enero, que vinculó el virus con el laboratorio en Wuhan y otro, del 12 de marzo, de un portavoz del Ministerio de Exteriores de China, Zhao Lijian, que afirmaba que el ejército estadounidense había llevado el virus a Wuhan. “Así empezó la espiral descendiente”, dice Huang.

El papel de la OMS

A pesar de esta retórica de confrontación, ha habido algunos avances. Casi un año después de que se declarara la pandemia, un grupo de científicos de la Organización Mundial de la Salud fue autorizado en enero finalmente a entrar en China para realizar una investigación. La misión estuvo cargada políticamente desde el comienzo y medios de todo el mundo vigilaron con atención cada interacción entre los científicos y las autoridades chinas.

La conclusión del equipo fue que era “altamente improbable” que el virus hubiera salido de un laboratorio, y que podría haber saltado de los animales a los humanos. Sin embargo, los científicos de la OMS presentaron pocas pruebas para refutar la primera hipótesis o dar apoyo a la segunda después de su viaje. La conclusión no convenció a quienes desde hace tiempo dudan de la credibilidad de la OMS.

“Dejemos claro que este no fue un proceso científico”, declaró en un comité del Parlamento británico en diciembre Alina Chan, bióloga molecular del Instituto Broad del MIT y la Universidad de Harvard. Chan sugirió que la OMS no había sido competente para organizar la investigación y que había sido demasiado ingenua al confiar en las autoridades chinas.

Richard Horton, editor jefe de la revista médica The Lancet, defendió la organización durante la misma sesión. “La OMS no fue silenciada; El equipo de investigación que viajó a Wuhan no fue silenciado”, dijo.

La credibilidad de la investigación parece haber padecido la caída en desgracia del científico británico Peter Daszak, uno de los líderes de la misión. En junio fue acusado de haber incurrido en un conflicto de intereses, en particular por su relación “cercana” con el Instituto de Virología de Wuhan –el laboratorio del que habría salido el virus, según algunas teorías– y con su encargada, Shi Zhengli, apodada como la “mujer murciélago” de China.

La trama se complicó aún más en julio, cuando el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, instó a China a que fuera transparente y dijo que era demasiado pronto para descartar la teoría de la fuga del laboratorio. Un mes más tarde, la OMS repitió que todas las teorías sobre los orígenes del brote de COVID-19 estaban “sobre la mesa” y solicitó a los científicos chinos que realizaran sus propias investigaciones.

Más tarde, en agosto, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional de EEUU dijo en un informe de resumen que la investigación comandada por Biden en mayo no había provisto respuestas concluyentes sobre el origen del virus. El informe completo se publicó en octubre y decía que el virus no era un arma biológica y que era improbable que hubiera sido diseñado genéticamente, pero la comunidad de inteligencia de EEUU permaneció dividida respecto a su origen. “Todas las agencias estiman que dos hipótesis son posibles: la exposición natural a un animal contagiado y un incidente vinculado a un laboratorio”, decía el informe.

China calificó el informe de “político y falso”. Pekín también amenazó a quienes pedían investigar el origen del virus desde su comienzo, entre ellos Australia. China considera que esas propuestas de la comunidad internacional son una “politización” de la ciencia, pero sus críticos dicen que la respuesta de Pekín ha sido igualmente política, o aun más.

Otros, incluyendo al experto estadounidense en enfermedades contagiosas Anthony Fauci, creen que la respuesta de China es una muestra típica de cómo su enorme burocracia lidia con asuntos de esta naturaleza. “Actúan así incluso cuando no ocultan nada”, dijo Fauci al New York Times en junio, refiriéndose a las primeras respuestas de China al brote de SARS en 2003.

“Si observas cómo actuaron al comienzo, es el comportamiento natural de China cuando algo sucede en su propio país, se muestran esquivos. No proveen información. ¿Significa eso que mienten y ocultan algo? No lo sé”, dijo Fauci.

“Última oportunidad”

A comienzos de octubre, la OMS anunció que había reunido a un grupo de 26 expertos para relanzar la investigación paralizada sobre el origen de la pandemia. Un alto cargo dijo que podría ser “la última oportunidad para comprender los orígenes del virus” de manera colegiada.

Garry celebra este avance. Afirma que, a pesar de las disputas políticas, ha habido avances sustanciales en los últimos meses. En septiembre, por ejemplo, científicos hallaron tres virus en murciélagos de Laos que eran más similares al SARS-CoV-2 que cualquier otro previamente conocido.

“Esto es un hallazgo enorme y aporta pruebas a la hipótesis del origen natural”, dice, agregando que estaba “100% convencido” de que el mercado de mariscos de Huanan fue el punto de origen del virus.

“Ahora, después de investigar a los dueños de los puestos, entre quienes se cree que algunos vendían animales salvajes como mapaches, estamos encontrando más pruebas al respecto”, indica.

Huang dice que la interpretación de Garry era una entre muchas teorías sobre las cuales la comunidad científica global necesita alcanzar un consenso. “Pero lo desafortunado es que China y Occidente están entrando en un 'impasse'. China no provee información y Occidente no confía en China”, apunta Huang.

“En este contexto de confrontación, la posibilidad de que los científicos encuentren el verdadero origen del virus se reduce. Este estado de cosas hace que rastrear el origen se vuelva todavía más difícil”, resume.

Traducción de Ignacio Rial-Schies