Para qué seguimos aquí

28 de diciembre de 2025 10:24 h

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Yo vine al mundo casi, casi en Navidad. Según me contaba mi madre fui de las primeras bebés que nacieron en el antiguo hospital San Millán. Estaba previsto que el parto hubiera sido en casa, pero hubo complicaciones y la comadrona decidió que mejor al hospital. 

Como por aquel entonces un parto requería varios días de hospitalización, mi madre pasó la Nochebuena conmigo, en el hospital y mi padre cenó en casa de mis abuelos, sus padres. También decía mi madre que el año de mi nacimiento, la lotería de Navidad tocó en Logroño. La gente se volvió loca de alegría y después resultó una estafa, porque se vendieron más décimos que los expendidos por el Sistema Nacional de Loterías. Imagínense la que «se armó».

Hace ya mucho tiempo que celebro mi cumpleaños cerca de la Navidad. Este año no tengo ánimo. Tantas barbaridades como están ocurriendo hacen que entre mis preferencias figure la de la tranquilidad. La del aislamiento. Una buena caminata por la mañana si la lluvia lo permite y a casita. Donde mejor voy a estar. 

Me dirán que no es bueno, que no es aconsejable, que la socialización enriquece… A mí me parece que como dice la canción de Jarabe de Palo: “depende, todo depende”. 

A estas alturas de mi vida cuando el hospital en el que nací no existe, cuando el colegio al que fui durante años es un Mercadona, cuando mis familiares más cercanos han muerto, cuando he renunciado a algunos amigos y otros me han excluido, cuando otras personas a las que valoro tienen sus vidas, sus planes, sus intereses y sus prisas, me parece que lo más acertado es disfrutar de un día tranquilo. 

Por la tarde me quedaré en casa, con mis libros, mis películas, el ordenador y mi sofá. Teniendo, como tengo, todas las necesidades básicas cubiertas, para qué quiero jaleos, risas, besos, fotos, brindis…postureo.

Afortunadamente vivo en un país sin guerra. Nadie bombardeará mi casa en los próximos días. La calefacción y el agua corriente funcionan bien. Todo son comodidades. No soy víctima de ninguna violencia y no me siento acosada, ni extorsionada por nadie. Soy mujer privilegiada.

Soy pobre si me comparo con Marta Ortega, Patricia Botín o las hermanas Koplowitz, pero rica si la comparación la establezco con las mujeres anónimas que están en Palestina, en Ucrania, en Afganistán, en España, trabajando en condiciones precarias, siendo víctimas de malos tratos, de acoso laboral y sexual o, como estamos conociendo en las vísperas de estas navidades, teniendo que soportar a jefecillos despreciables a quienes nadie denuncia, ni critica y que están en todos los sectores. En el PSOE, por su puesto, pero también en las fábricas, en las oficinas, en el campo …

Me gustaría ser más eficaz y que mis pronunciamientos no “cayeran en saco roto”. Me gustaría que las mujeres y algunos hombres cabales tomasen la iniciativa, pasasen a la acción y emprendieran medidas para acelerar la igualdad, buscar la paz, proporcionar techo y cobijo a quienes no lo tienen o lo comparten porque no pueden hacer otra cosa. Pero soy consciente de la realidad que me rodea y en la que vivo. Soy consciente, pero no soy mártir.

Si la mayoría opta por el silencio, la inactividad, la venda en los ojos y los oídos sordos, me adaptaré. No me queda otro remedio.

Seguiré diciendo lo que pienso. Expresar mis emociones sociales me resulta fácil. En cambio, las emociones personales, las relacionadas con los sentimientos, esas son más difíciles de comunicar y también estoy obligada a aceptarlas.

La última película que he visto en el cine ha sido Nuremberg. Está basada en una novela: “El nazi y el psiquiatra”. El autor,Jack El-Hai, escribe: «Para conocer las atrocidades que son capaces de hacer los seres humanos, hay que saber que han hecho antes los hombres». El director y guionista de la película: James Vanderbilt, resalta la reflexión del escritor y la destaca con rótulo blanco, sobre pantalla negra. Así termina.

La última película que he visto en televisión se titula: Sueños de trenes. Está en Netflix y es muy recomendable, (aunque entiendo que es un criterio personal), cuenta la historia de un hombre sin familia. Creció sin padres y sin afectos. La soledad le acompañó gran parte de su vida y él mismo confiesa no haber sentido interés por nadie, ni por nada, hasta que se enamoró. 

Después de haber perdido a su mujer y a su hija conversa con otra mujer, sola como él, con quien reflexiona. El diálogo estremece: “Y si no te queda nada que dar, ¿qué pasa?”, pregunta Robert, el protagonista de la película.

La respuesta de la mujer, Claire, es inquietante y esperanzadora: “los dos somos ermitaños a nuestra manera esperando a ver para qué seguimos aquí”. Así estoy terminando este 2025, corroborando que las barbaridades de los hombres siempre han existido y con la esperanza de que las mujeres y algunos hombres cabales hagan/hagamos algo que nos permita entender para qué seguimos aquí.