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Sobre la gente de orden que permite que las aceras se llenen de patinetes y otros juguetes

Seguramente, muchos de los lectores andan aún tropezando con pilas, muñecos, trozos de plástico y ruedas. Como todo el mundo sabe, los tres tíos de barbas postizas traen sobredosis de regalos a los chiquillos que se portan bien. Y, como también es conocido, parte de portarse bien incluye ordenar el desparrame de juguetes, no dejar cacharros tirados y, en general, mantener la casa colocada. Los padres, los profesores, los tutores, la gente mayor en general es muy mirada con el comportamiento infantil en este aspecto. De hecho, la gente mayor cuando quiere subir de categoría moral se autocalifica como gente de orden.

Lo malo de este principio de autoridad de libre designación es que no viene con los atributos de serie. La gente de orden no obtiene en el momento de ponerse el sello la sabiduría, el conocimiento, la experiencia, el criterio ni la coherencia que se le supone. Por eso, la gente mayor tenemos el barrio como una pocilga. Ya he hablado por aquí de las mierdas de perro y podría hablar ahora de las deposiciones humanas, de las colillas, de los papeles o de la basura pero, al cabo, todas esa porquería no está autorizada por la ley y, por tanto, no es atribuible directamente a la gente de orden. Así que me toca hablar de los patinetes, las bicis y las motos.

Madrid, como muchas ciudades del mundo, parece el cuarto de un niño malcriado. Caminar por la calle es un ejercicio de equilibrio que requiere sortear la feria de la cacharrería que la modernidad ha dejado esparcida por las aceras; difícil para cualquiera, imposible para quien vaya con muletas, silla de ruedas, carrito o sin visión 20/20. Como digo, la diferencia con la basura es que esto ha sido autorizado por la autoridad. Es la gente de orden la que establece este desorden.

No soy yo un obseso de la alineación y la simetría. También sé que las ciudades, como la vida, por muy planificadas que quieran estar, fluyen naturalmente desde la entropía. Pero esto es otra cosa. No me importa parecer neoludita pero, igual que me sigue costando concebir que la vivienda se pueda convertir libremente en un negocio hotelero, no soy capaz de ver el chiste a esta versión de la movilidad como servicio, la que deja las aceras como un catálogo de Toys“R”Us como parte de su modelo de negocio incluso cuando éste ha muerto (la última en cerrar, Coup, es la penúltima en abandonar sus motos en la calle).

Será que yo, que soy cada vez más viejo, entiendo cada vez menos a la gente de orden, ésa que regaña a los niños cuando gritan, juegan o dejan un muñeco tirado en el suelo pero se comporta como un gremlin recién empapado cuando coge su móvil para entrar en redes sociales, le dan un micro para hablar o le toca finalmente gobernar.

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