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Muere Carlos Paz, el último chamarilero de Chamberí, víctima del coronavirus

Ángel Alda

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Eran ya muchos días los que llevaba cerrada la tienda de Carlos en la calle Trafalgar. Muy extraño para los hábitos de una persona como él que desde hace tantos años abría religiosamente cada mañana aquel pequeño espacio que era su vida. 

Chamarilero, almonedista, vendedor de objetos de segunda mano, todo eso cuadraba a su perfil comercial y profesional. Pero era mucho más que eso. Carlos era el confidente de medio barrio. El amigo de todos los que tenían su tienda como la rebotica de las tertulias vecinales. Quien daba acogida a tantos objetos sobrantes de las casas en reforma o en mudanzas. 

En sus escasos diez metros cuadrados y en los mostradores de la calle se albergaban los libros de la biblioteca de los abuelos, los discos y cedés humillados por la emergencia de la música digital, los souvenirs de tantos viajes ya olvidados, los cacharros de cerámica o de barro de aquella vez -¿te acuerdas?- y cientos de objetos precarios que alguna vez fueron honra y riqueza de los hogares principales de Chamberí. 

Ha muerto en el hospital, solo como los hijos de la mar de su amado Machado. Solo como tantos otros, como los setenta mil vecinos nuestros que han cruzado la línea en este último año, víctimas de la plaga de la Covid-19. 

Pertenecía a una casta de comerciantes del barrio. Su padre era el dueño de la pescadería Cantábrico en la esquina de la plaza de Olavide con Trafalgar. Carlos pudo haberse quedado con el negocio pero no quiso. Prefería la bohemia y el mundo de la cultura. Nunca se arrepintió. No le llamaba la atención el dinero. Solo quería ser feliz con sus amigos y con sus vecinos. Tener horas para leer los libros que pasaban por sus manos que eran cientos. O ver una película en su casa. 

Muchos lo echan ya de menos y así se lo están demostrando en la puerta de su vieja tienda. Esa es su mejor herencia.

Un abrazo para sus dos hermanos. Y para sus amigos íntimos.

Un altar de flores y recuerdos

Como último homenaje a Carlos, sus vecinos, amigos y allegados han convertido su tienda de la calle Trafalgar en un lugar de recuerdo, en el que honrar su memoria. Allí han depositado flores y escrito mensajes desde la farmacia de la zona hasta los trabajadores de los bares con los que compartía acera.

Su familia ha agradecido todas las muestras de cariño con el siguiente mensaje:

“Gracias, querido barrio. No era posible imaginar a Carlos sin su querida tienda. Su mundo erais vosotros y abrir cada día estas puertas. Se va porque no le veremos, no porque desaparezca. Gracias por los años de conversación, por compartir vuestras historias y vuestro apoyo. Gracias por vuestras flores, preocupación y afecto. Cuidaos mucho. Carlos no se va si está en nuestro corazón”.