La interesada guerra generacional

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Aquellos que triunfan mucho en la vida laboral a menudo se describen como personas “hechas a sí mismas”. Al contrario que el resto de seres humanos moldeados con yeso exportado, las personas exitosas se hacen a sí mismas. Y, por tanto, acumulan riqueza por pura autogestión y determinación myself made.

Los Hechos A Sí Mismos, que podrían computar como Casa de Juego de Tronos más allá de Roca Dragón, son mucho más propensos que los no hechos a sí mismos a afirmar que el éxito proviene del trabajo duro y nada más que del trabajo duro. Olvidan que tener ambición, poder trabajar duro, tener contactos, agenda, suerte, una educación no esquilmada o deteriorada, recursos, herencia, haber crecido en un determinado entorno o lugar, con una determinada apariencia, todo es una mezcla de factores genéticos y ambientales. Decir que uno está “hecho a sí mismo” es, básicamente, obviar todos estos factores.

En este sentido, el ejército de los Hechos A Sí Mismos también suelen convenir en que las generaciones venideras no tienen cultura del esfuerzo, es decir, no están tan interesadas en hacerse a sí mismas como ellas o sus generaciones predecesoras. La semana pasada, por ejemplo, el PP celebró una convención titulada Juventud, un proyecto de vida, en la que Isabel Díaz Ayuso afirmó que “los jóvenes lo tienen todo, o por lo menos tienen mucho más que otras generaciones. (…) Pero les falta esa cultura del esfuerzo que se ha ido perdiendo por las sucesivas leyes educativas que han convertido la educación en España en un gran fracaso, regalando los aprobados e igualando a la baja y con un exceso de promesas que solo lleva a una frustración de expectativas”.

También aprovechó su intervención para apuntar a la izquierda como culpable, por “prolongar la adolescencia, sin responsabilidades” añadiendo que “lo que único que se pretende es que se estudie menos, se trabaje menos, pero se odie más”. Básicamente, criticó el odio en un discurso que promueve el odio intergeneracional. Porque en el fondo declaraciones como la de Ayuso, que apuntan al desdén de una generación que lo tiene todo y no aprovecha nada en contraposición a otras que sí lo hacen, buscan una lucha intergeneracional.

La insolidaridad intergeneracional se nutre precisamente de hacer de cada generación un todo unificado con características viciadas. Los jóvenes: unos vagos sin cultura del esfuerzo a los que les regalan aprobados como si del Black Friday universitario se tratase; unos caprichosos, unos ofendiditos, unos débiles. Los mayores: propietarios y rentistas que han dejado a los jóvenes un presente y futuro podrido y que siguen tomando todas las decisiones de poder en beneficio propio.

El objetivo es claro: conseguir una sociedad construida sobre la piedra angular del individualismo y diluir los vínculos entre generaciones. Hay muchos más factores que influyen en la merma de vínculos como el éxodo de los jóvenes de los pueblos o el inmovilismo de algunas direcciones empresariales. Porque las nuevas generaciones de empleados intentan cambios cuestionando formas de gestión anticuadas, salarios o hábitos de trabajo demasiado rígidos. Y eso, claro, no sienta demasiado bien. Pero también y especialmente se nos enfrenta desde la política. Además, el envejecimiento de la población sesga el equilibrio político demográfico a favor de los votantes mayores activos.

Es difícil quedarse callado y no reaccionar cuando alguien te presenta generacionalmente como una caricatura. En especial si esa presentación proviene del grupo de los Hechos A Sí Mismos. Lo conveniente, sin embargo, sería unirse generacionalmente contra la desigualdad y los privilegios. Dejar fuera de esa lucha a alguna de las generaciones solo beneficia a los que ya vienen beneficiados de casa.